Gente odiosa frente a gente buena.

La chica de la Calle Mayor

Miguel Ventayol

Desde el año 1999, Llanos desayunaba en su casa a las ocho de la mañana, se lavaba los dientes con tranquilidad, revisaba su pelo, los pliegues de la camisa y el maquillaje. Luego, dando un paseo desde Martínez de la Ossa, iba a su oficina de la calle Mayor, donde trabajaba en una pequeña Gestoría responsable de temas de laboral, contabilidad y formación. Una gestoría moderna con aires de toda la vida.

Rocío era la dueña del negocio, una amiga de la Facultad de Derecho que se animó a montarla por la inversión paternal y el apoyo de Llanos. Por la gestoría empezaron a pasa decenas de clientes cada semana; clientes de lo más granado de Albacete, que consultaban con Llanos diversos asuntos profesionales y, con el paso del tiempo, personales. «Mírame las cuentas, mírame estos contratos, mira mi hijo que vino anoche a las cinco de la mañana», le decían muchos de ellos.

Llanos era de corazón grande y abierto, de ojos almendrados y celestes, transparentes como sus palabras. Su despacho era cercano a clientes y amigos, Llanos confundía trabajar con agradar, como aquella ocasión en que se quedó con los hijos del médico toda una tarde porque el profesional sanitario tuvo que desplazarse a una urgencia en la Mutua donde trabajaba. O aquella otra en que la hizo la compra a una empresaria mientras Rocío salvaba sus cuentas de Hacienda.

Llanos hablaba por teléfono, tomaba cafés, regalaba favores, regalaba contactos, ayudaba a desamparados y desgraciados, arreglaba nóminas, declaraciones de la renta y desamores. La carrera de Derecho había sido un trampolín para trabajar de chica para todo; pero lo que mejor se le daba eran las relaciones personales.

Era de esas personas que solemos decir «de buena es tonta»; aunque no tenía ni un pelo de tonta, y buena fuera un rato.

Los años fueron pasando y la gestoría organizó cursos de formación por los que se peleaban profesionales para sus horas extra; llamaban a Llanos para decirle que estaban a su disposición o llorarle que no llegaban a fin de mes. Llanos engañaba sin malicia a Rocío, le decía:

-Dale el curso a éste, es de los mejores médicos/ingenieros/psicólogos de Albacete.
Los años siguieron pasando, a Llanos la conocía todo el mundo del barrio, desde la calle Ancha a la calle Mayor, desde el Altozano al Abelardo Sánchez. La conocían tantas personas como favores hizo: a ellos y sus familias.

Porque a Llanos le gustaban todos los colores del arco iris, y no le importaba el rostro azulado, rojizo o amarillento de nadie, le importaban las personas.
Nunca pidió nada, si lo hizo fue con la boca pequeña y cuando no hubo otro remedio, a costa de indigestión o insomnio de tres días.

Ella seguía haciendo favores, recordaba cuando permitió que un jefe de Personal de una Consejería utilizar su material técnico y su presentación Power Point en una conferencia.

El mismo hombre que recibió aplausos y más de 800 euros, luego le negó el saludo un día en que vino Barreda y coincidieron en un corrillo.

Se indignaba, se enfadaba y juraba que no haría más favores gratuitos. Aunque reconocía que no era cierto.

Pasaron los años, Barreda desapareció de las agendas de los políticos de Albacete y de la mente de los ciudadanos. La gestoría dejó de tener decenas de clientes por semana para tenerlos al mes, con suerte. Llanos y Rocío se bajaron el sueldo, peleaban por mantener la gestoría.

Les negaron cursos de formación por cuestiones de espacio, técnicas o incomprensibles; mientras profesores que se habían desvirgado como docentes en la gestoría, instalaban o creaban turbias empresas de formación con jugosas subvenciones.

Muchos de sus clientes ocupaban puestos de cierta relevancia en las nuevas administraciones local y regional. Pero Llanos nunca hizo como decenas de conocidos suyos: el día después de las elecciones comenzaron a llamar y mandar correos electrónicos para pedir trabajo, mejoras salariales, mejoras laborales, algún tipo de beneficio. Cualquier tipo de favor.

A muchos les funcionó, igual que había funcionado con la anterior administración.
Ella estaba por encima de aquellas cosas; ni siquiera pidió trabajo para su hermano pequeño cuando lo despidieron de Gamesa Eólica.

Por eso no entiende cómo la han tratado en la presentación de empresa a la que ha asistido como invitada esta misma semana.

Conoce a todo el mundo, conoce los problemas económicos de de la mitad de ellos, y los problemas de faldas y bragueta de la otra mitad.

En la misma presentación le han negado el saludo en tres ocasiones, cuatro si cuenta la concejala miope, la que fue con ella al Instituto. Ha repasado de memoria los favores que les hizo cuando hicieron las prácticas de Industria en la gestoría, o cuando les ofreció un curso por mil euros; o cuando en la universidad pasó toda una tarde con aquella joven promesa política que lloraba porque le habían roto el corazón.
Se pregunta por qué la gente mira por encima del hombro, por qué se comporta de manera tan maleducada, indigna y odiosa.

Porque ella siempre era la misma, trataba igual a todo el mundo, daba lo mismo el color de su chaqueta, no quería nada, no pretendía nada más que la saludaran como la chica de la gestoría, la que les ayudó una y mil veces, la que se enterneció con sus historias infantiles, la que comprendió los líos de faldas de su marido.

Ella no pretende nada más, nunca lo hizo. Pero odia a esas personas que se endiosan, se creen algo sin serlo. Algo tan fugaz que apenas dura cuatro años, con suerte para ellos, ocho.

Porque la «Calle Ancha» seguirá siendo la «Calle Ancha», el Altozano estará en el mismo sitio, la Feria seguirá siendo en septiembre y la Fiesta del Árbol seguirá teniendo un bonito monumento a la nada.

llanos, miguel ventayol