Historias de jóvenes de los 90

«¡Novato, vas a morir!»

Los menospreciaron, los humillaron y los maltrataron, quizás de manera leve, pero suficiente como para recordarlo.

Imagen de la Peliteca

Imagen de La revancha de los novatos de la Peliteca

Miguel Ventayol

Ismael, Puli, Balta, Pipe y yo salimos de clase con un calor tremendo ya para ser mediados de junio.

Llevábamos una hora mirando por la ventana, comprobando que el reloj diera la hora antes de tiempo parra correr a casa. Apenas quedaban unos minutos, apenas quedaban unos instantes para el final de la clase y el final de curso.

Terminar 8º de EGB era un salto mortal con pirueta, algunos de nosotros teníamos definido de fábrica nuestro destino: el Instituto. Pero otros no: el campo, el negocio familiar, formación profesional (cuando se menospreciaba de manera pública), o la nada.

Pero nuestro destino daba igual, ¿a quién le importa el destino de los chicos de 14 años? Como en tantas y tantas épocas de la vida, solo son noticia si provocan o se ven envueltos en un escándalo.

A nosotros lo que nos esperaba a la puerta del Virrey Morcillo eran cuatro o cinco chavales de uno o dos años más que nosotros. En su mayoría se trataba de amigos, incluso hermanos mayores. Nos esperaban en la puerta porque tenían más edad que nosotros, habían empezado el instituto y nosotros éramos…

Antes de que sonara la sirena del final de clase se oyeron gritos en la calle: ¡Novatos vais a morir!

Aunque todos nosotros sabíamos de sobra que no iba a morir nadie en absoluto, era nuestra manera de hablar, española, castiza, dura, chulesca, amenazante, del grande contra el pequeño. Lo que habíamos aprendido.

El pequeño debe aprender a soportar el desprestigio y las humillaciones, por pequeñas que sean.

Muchos de los compañeros de clase salieron de las aulas como si tal cosa, esos compañeros anónimos a quienes nadie hacía caso no eran objeto de burlas ni bromas, se libraron bajo su caparazón de anonimato. El resto fuimos conducidos de manera amable al parque cercano a darnos un leve remojón de glúteos en la fuente.

¡Aquella fue la novatada!

Aunque es cierto que otros lo sufrieron más y tuvieron que hacer unas flexiones por pasarse de chulos y querer ser más grande que los más grandes, o por no querer doblegarse.

Al final nos reímos mucho porque la broma duró lo que tardó el culo en secarse. Supongo que tuvimos suerte.

Luego las circunstancias y el destino me condujeron a Albacete y el caparazón del anonimato me cobijó a mí en este caso. Nadie me dijo nada, nadie me dirigió la palabra, nadie me pintó la cara con Kanfor, nadie me hizo comer mostaza ni ketchup, porque hasta allí llegaron las bromas en el IES número 4. Pero sé que algunos de mis mejores amigos, por inocencia, chulería, o por el corte de pelo, lo pasaron mal ante las amenazas y las chulerías de los que tenían un par de años más que nosotros.

Los menospreciaron, los humillaron y los maltrataron, quizás de manera leve, pero suficiente como para recordarlo.

No fue divertido.

Pero tanto a mí, como a la mayoría de nosotros, nos daba mucho más miedo lo que había dentro de las aulas que cuatro chavales desconocidos con ganas de sacudirse su propio miedo, sus propios temores y las humillaciones anteriores. Pero sé que algunos de mis amigos lo pasaron mal, muy mal.

Y no solo ese día, sino muchos más, sin Kanfor, sin mostaza ni ketchup, sin flexiones o remojón de trasero. Era la adolescencia, una dura preparación para lo que nos deparaban los años 90 y el siglo XXI, cuando los que están por encima se creen con derecho a hacerte tragar cualquier cosa, sea mostaza, sea salsa de tomate, o cualquier otro tipo de salsa.

 

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