Patrimonio sociológico

Complot en Collado Piña

Miguel Ventayol

Apenas son las ocho de la mañana, el barrio huele a pan recién hecho, algunos barrenderos maquillan las aceras y revisan papeleras.

Los trabajadores caminan despistados, abrigando su cuello con la barbilla, desperezando ideas, sin mirar el reloj porque reconocen la puntualidad y rutina del resto de trabajadores, barrenderos, panaderos y repartidores con quienes se cruzan.

Estamos en Albacete, donde las rutinas de nuestros vecinos condicionan las propias.

El barrio huele a pan y un poco a sagato, es día de reunión en Collado Piña.

Albacete, como buen pueblo grande, como ciudad aspirante, sigue teniendo esas cosas, esas casas con chimenea y parrillas, las panaderías de barrio en el centro y las vecinas curiosas.

Como buen pueblo grande, además de los pisos que nada tienen que ver con la expresión «Nueva York de la Mancha», todavía quedan en pie casas recias de las que se desprende un aroma a pasado y a comida familiar.

Es día de reunión en Collado Piña.

El fuego arde a gran velocidad, las llamas ascienden hacia la chimenea, apenas visibles desde el exterior. Un señor anónimo limpia las parrillas y barre alrededor de la chimenea, gestos ancestrales memorizados de años. Espera al grupo, no tardarán en aparecer. Mientras, unos metros más allá, las calles se iluminan.

Fuera la calle se despereza, se escuchan niños desde las ventanas, madres que gritan “¡es la hora, llegamos tarde!”, los adolescentes se arrastran hacia los institutos, obligados a madurar antes de tiempo desde sus 12 años infantiles.

La reunión está a punto de empezar: pan del día, chuletas, vino del terreno y baraja de cartas. La radio lanza noticias de corrupción desde el pollete de la chimenea, nadie le presta atención pero nadie se atrevería a silenciarla, es parte del decorado. Además, podría suceder algo realmente importante, como que caiga una bonoloto cerca.

Cinco hombres de edad madura, jubilados, prejubilados o económicamente independientes arrastran unas cuantas sillas. Se aprecian las caras sonrientes, unos se acercan al fuego, otros se arriman a la mesa camilla, unos hablan del Real Madrid, otros lo critican, un tercero habla de que el Alba no ha dicho su última palabra… Podrían estar así hasta el mediodía pero han venido a desayunar, tan cerca del centro que podrían molestar, tan ocultos que nadie se percataría de su existencia si no fuera por el aroma que desprenden las parrillas a lo largo de toda la calle.

Pero la mayoría de las personas ya se han camuflado en sus oficinas, los niños y adolescentes se arrebujan en sus pupitres y solo algunas madres y padres desempleados se esfuerzan con el pan y la compra.

Es día de reunión en Collado Piña, mandíbulas de risa y cordero que colocan en su lugar títeres con cabeza, despiezan la vida política y recuerdan la historia de cada una de las personas que mienten, engañan o disimulan.

Poco a poco se acerca el mediodía, el fuego deja de calentar y las almas se encuentran en el estadio adecuado para medir las ganancias en garbanzos, despedirse de los amigos hasta la próxima semana y concretar sobre el papel las decisiones del complot de la calle Collado Piña.

 

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