Historias reunidas de músicos de calle

Violinistas callejeros en Albacete

Los violines llenan las calles de Albacete con la naturalidad del humo de los coches. Suenan las notas en la calle Rosario o suenan desordenadas en la calle Zapateros.

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Miguel Ventayol

Un tipo de origen eslavo acaricia las cuerdas del violín con un arco despeluchado en la esquina frente a Correos, próximo a un supermercado. Sabe que es una zona de paso de muchos coches y más peatones. Como buen músico callejero sabe que no importa una nota fuera de lugar pues son pocos los oyentes que esperan a escuchar una pieza entera. Como buen músico callejero sabe dedicar una sonrisa a los niños que acompañan a sus madres con monederos flotantes.

Al llegar la noche, recoge su instrumento, un violín moteado de ciudades, de países, y calles; intemperie y canciones populares.

Unas manzanas más allá, camuflados y protegidos por los muros de varias calles peatonales y el calor de padres que quisieron y no pudieron. Una niña toca en el auditorio del conservatorio Torrejón y Velasco, son piezas clásicas de iniciación que solo ella y sus profesores conocen. Clásicos del aprendizaje que quizás nunca más vuelva a interpretar.

En Albacete esta niña no podría salir a la calle a tocar y mendigar unos céntimos para pagar el alquiler o la matrícula de un postgrado a cambio de varias piezas clásicas ejecutadas con maestría. Albacete no es tan grande ni capitalino, el nivel cultural de nuestra ciudad no es el de esas tremendas ciudades con metro. Aquí los niños ensayan tanto como pueden, al atardecer recogen sus violines y maletines, limpios, impolutos, reciben un beso de buenas noches, algunos incluso una chocolatina por el esfuerzo. Se van a la cama.

Quizás sueñen con unas monedas a cambio de una canción. Quizás solo sueñen con ver amanecer y el trino de un pajarillo.

Como si fueran músicos callejeros y no aprendices de artistas.

Un violín suena a lata, otro violín suena a infancia.

Uno está descascarillado, el otro brilla, bruñido, nuevo y sin apenas uso. Mientras que el primero sufre en sus cuertas carros, carretas, trenes nocturnos y autobuses de madrugada atravesando la cuna occidental de la música clásica.

Un violín está afinado.

El otro solo suena.

En uno se esconden monedas y ahorrillos para afrontar el día. En el otro apenas una nota del profesor: «Que practique más en casa la pieza número 10».

miguel ventayol