Fin de las vacaciones, tomando el pulso a la ciudad

¡Bienvenido septiembre!

Miguel Ventayol

Aparque el coche en zona azul sin recordar si era de pago, de no pago o de multa directa. Volvía a Albacete y mi cabeza se encontraba a vueltas con el síndrome de después de las vacaciones que es otro invento de los grandes almacenes porque, seamos sinceros, vacaciones de las de antes no quedan. Ahora puedes dar gracias si tienes trabajo, aunque la crisis ya se ha pasado.

¡Viva España!

Con el síndrome de después de las vacaciones salí a dar un paseo de esos de «a ver qué ha cambiado en mi pueblo en estos tiempos» (porque yo soy de los burgueses que se toman dos meses completos de vacaciones, combinando sierra y playa, combinando gastos excesivos y helados con cobertura de chocolate, pepitas de idem y extra de caramelo, con un poco de bocata de tortilla a la orilla de la Laguna Redondilla o la del Arquillo, según me pille).

¡Viva Albacete! ¡Viva la Feria!

Contando los euros sueltos y sopesando lo que me cuesta el metro de acera, voy y me cruzo con un tipo así de 30 años largos corriendo gratis por la misma acera de la calle Hellín. No es raro, no, en absoluto, pero el muy osado no llevaba zapatillas de 120 euros y plantillas especiales. No vestía pantalones deportivos ni camiseta técnica. Ni siquiera llevaba el marcador de pulsaciones, ni el teléfono colgado en el bíceps. Osado.

Para más mofa a quienes practican el running (que nunca será lo mismo que salir a correr), el tipo llevaba detrás de el a sus dos hijos y un sobrino de edad similar a sus pequeños. Corría porque no le quedaba otra, ¡los infantes corrían y mucho en bicicleta!

El pobre iba corre que corre con la mochila llena de meriendas, tiritas, toallitas del Mercadona (por si no lo sabes, son las más vendidas en toda España, ¡viva Mercadona!) y tres botellitas diferenciadas de agua mineral.

No era un padre de esos de postureo, no. Era de los de verdad, de los que en las reuniones familiares insiste en que sus hijos han sacado ocho matrículas de honor, de los que no dudan en lanzar a sus hijos a lo hondo de la piscina sin manguitos para demostrar que saben nadar a mariposa, o los tiran cuesta abajo porque tienen que aprender a montar en bici antes que los hijos de los vecinos (la diferencia entre aprender a los 5 o a los seis y medio es fundamental para un padre moderno y de postín).

El corredor era de esos, o quizás huía de algo y los niños no eran sino una excusa, ¿quién es capaz de adivinar lo que piensa y sufre un albaceteño de carreras por la calle La Roda, por la Pulgosa, el Parque o la Vía Verde? Porque un manchego que corre, corre por algo.

Así que miré a ambos lados de la calle y comprobé que el pulso de la ciudad corría con normalidad, incluidos los chicas y las chicos con las merenderas que nuestros padres llevaban a las Lagunas de Ruidera o Santa Pola, recicladas para el botellón.

¡Viva la juventud y la crisis!

Después de dos meses de abandonar la ciudad entendí las palabras de una escritora/columnista de El País, cuando decía este verano que, a pesar de todo, a pesar de las redes sociales, a pesar del «guasap», a pesar de los pesares, puedes desaparecer y que las calles sigan con baches, las bicis con pinchazos y los padres dejándose el alma y la salud por el bienestar de sus hijos.

Volverás para vendimiar y todo será lo mismo.

O puede que no, ¡viva septiembre!

miguel ventayol