Mientras el resto del mundo calla

Mujeres y deporte: historia de la discriminación por excelencia

Aurora Escobar

Mucho se ha comentado durante este verano el denigrante trato de los medios de comunicación hacia las mujeres en los Juegos Olímpicos de Río, como si durante el resto del año las mujeres fuesen las protagonistas por sus méritos deportivos.

Estos últimos meses hemos visto titulares que van desde el «Trío de gorditas», de la prensa italiana, hasta «La mujer de un jugador de los Bears ha ganado hoy una medalla de bronce en las Olimpiadas de Río», del Chicago Tribune, o el no menos ridiculizante «Rivas, el hombre que convirtió en oro las rabietas de Carolina», de la prensa española. En todos ellos, además de muchos otros que nos ahorraremos enumerar, se trata a la mujer como mucho menos que un juguete, un ser inferior que puede conseguir méritos «a pesar de ser mujer» pero siempre a la sombra del hombre, fuerte, atlético y potente por excelencia que debe ser y es el protagonista de la vida deportiva en todos los ámbitos.

Lo peor no es solo que la prensa se jacte de que las mujeres consigan méritos «pese a su condición femenina», sino que, además, las portadas siempre las copen los hombres y que como ya mencionó la campeona olímpica de natación Mireia Belmonte, «importe más el peinado de Sergio Ramos» que su récord mundial. Si nos fijamos, incluso toda la importancia la acapara el fútbol masculino, con algo de presencia para el baloncesto y el tenis también masculinos y si me apuras, las carreras de coches y motos que, cómo no, conducen solo hombres. ¿Qué imagen estamos ofreciendo a nuestras pequeñas si desde el primer momento les mostramos que sus deportes no van a ser reconocidos por la población?

Por regla general, la gente ya está acostumbrada a que los hombres sean los protagonistas absolutos del deporte pero eso no lo hace menos vejatorio de cara a aquellas deportistas que luchan cada día para conseguir grandes resultados, que se enfrentan a dificilísimas pruebas para obtener récords, para representar a sus respectivos países en campeonatos internacionales y, en definitiva, para ser también ejemplo a seguir de tantas niñas y también niños que deben pensar que todos somos por igual capaces de conseguir nuestras metas.

En esta época en la que los contenidos de los programas deportivos se han trivilizado hasta el punto de que se abren páginas y programas con titulares sobre las vacaciones de las «estrellitas» y se analiza si unos u otros salen o dejan de salir por las noches, si se han comprado uno u otro coche de altísima gama con los estratosféricos sueldos a los que contribuímos desde nuestro sillones solo viendo los partidos en casa, podría ser habitual pensar que no hay más espacio para otras disciplinas deportiva.

Pero no, amigos, el colmo de los colmos, como en los mejores chistes, es que importa más lo que le pase a Ronaldo o Messi en sus vacaciones en Ibiza que el hecho de que una deportista mujer consiga importantísimos avances dentro de su deporte y vuelva a dar la cara por su país en unos Juegos Olímpicos en los que, afortunadamente, desde 1900 pueden participar, ofreciendo, a veces, espectáculos que los medios nos ocultan durante el resto del año porque siempre es más importante la lesión de rodilla de cualquier varón que practique incluso levantamiento de copa en barra fija de bar.

Para resumir, me gustaría dejar claro que no descalifico el deporte masculino, ya que resulta importante fomentarlo tanto en hombres como en mujeres, sino que resulta realmente insultante el trato que se le da respecto al de las mujeres, considerando este último apenas un mero entretenimiento de las féminas que parece como si por un día dejasen sus quehaceres diarios para convertirse en heroínas del deporte, en verdaderas campeonas que para mí y para muchas otras son un ejemplo a seguir por su valor, su constancia y su dedicación y no solo durante unos días, cada cuatro años, sino en todos esos momentos en los que los medios y el resto del mundo calla sus victorias.

deporte, machismo