No habrá redención para ellos cuando caiga el César

Cospedal, el búnker y los cortesanos que se inmolan

Jesús Perea

Carmen Riolobos no es una fontanera en política. Es más bien una cortesana, curtida en mil batallas como azote de la oposición, cuando había que dar cera en tiempos de Bono y Barreda, y que alcanzó la gloria del triunfo con el advenimiento de Cospedal en 2011.

Eso la convirtió en cortesana con mando en plaza, lo que equivale a formar parte del estado mayor de la lideresa. No son los ideólogos en la sombra, que esos evitan la exposición pública desde su platea de élites no expuestas al barro del combate mediático, sino simples fajadores que lucen galones pero no atesoran verdadero poder.

Los cortesanos son transmisores de buenas nuevas en contadas ocasiones, y voceros del absurdo las más. Suicidas por encargo, capaces de asumir como propios comunicados disparatados, paridos por los mismos ideólogos en la sombra que aconsejan, esos sí, cargados de poder invisible, a la lideresa Dolores de Cospedal y que le conminan a dar rienda a su lado oscuro utilizando como avanzadilla a tales cortesanos.

Comunicados como el que Carmen Riolobos hizo público en plena Semana Santa, por encargo de quienes marcan la estrategia de la presidenta, según el cual hay una operación golpista de acoso contra Rajoy de la que ella y su reducto de fieles, verdaderos sostenes del PP como unidad de destino en lo universal, advierten en plena semana de pasión.

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Pero este post, con vocación de obituario por Cospedal, no quiere centrarse en un secundario de tercera fila como Carmen Riolobos. Porque la enjundia, para el que esto firma, radica en el gesto de desesperación de una presidenta regional, al recurrir a su último reducto de leales para filtrar una declaración con tintes conspiranoicos que la refuerce en su desesperado intento de conservar los galones de secretaria general de Génova 13.

En política -bien claro te lo dejan cuando cruzas la puerta de la sede del partido el primer día- hay que cuidar el territorio.

No eres nada sin territorio.

Ya sea una región, una provincia o una agrupación local. Perder ese hilo de poder terrenal te hace vulnerable, o directamente etéreo en las altas esferas, como le sucede a Soraya Sáenz de Santamaría con el PP, o en su día a Teresa Fernandez de la Vega con el PSOE. Ambas poderosas vicepresidentas, bien valoradas por las encuestas y temidas por el resto del consejo de ministros. Siempre a la diestra del presidente, inmunes al desgaste y labrando reputación de cerebros en la sombra y urdidoras de estrategias de gobierno.

Pero débiles, profundamente débiles, en términos de partido, porque no tienen un territorio que amortigue su caída, refuerce su discurso o les permita reclutar a ese batallón de cortesanos que se suicidan tirándose a un pozo con devoción si el líder de tal territorio se lo pide.

Cospedal, vivió los últimos cuatro años obsesionada con el favor real que el monarca Mariano otorgaba a su canciller Soraya. Por más que la A-42 lo permita, por fácil que sea plantarse en Madrid desde Toledo si algo lo requiere, aún a costa de devaluar a la propia Castilla-La Mancha al rango de comunidad autónoma que se gobierna en dos tardes y con una legión de cortesanos en las diputaciones, nada podía superar la presencia continuada de la vicepresidenta a la diestra de un presidente como Rajoy.

Al final de esta singladura, las Elecciones Autonómicas señalan la fecha de caducidad de la reina en su torre de marfil. La presidenta de Castilla-La Mancha, quiso ser monarca absoluta, y para ello forzó la reforma electoral. El territorio lo es todo. Y una segunda victoria en feudo comanche, como siempre fue la tierra de Bono, le daba la autoridad moral para seguir torciendo el brazo a Soraya y los sorayos desde una secretaría general que nadie le discutiría.

Ahora, cuando la derrota se atisba en el horizonte, cuando el amanecer despunta desde Despeñaperros, con lo que pasó hace un mes en las andaluzas de los Ciudadanos que pescan en un caladero que creían seguro, Cospedal lanza el canto del cisne por boca de lo último que le queda: la pobre Carmen Riolobos, advirtiendo de operaciones encubiertas contra su jefa, que es operar contra Mariano Rajoy.

Y eso, aunque sea el propio Mariano el que está operando en las penumbras monclovitas que no se alcanzan a ver desde los cigarrales de Toledo, y que esas operaciones puedan ir por otros derroteros distintos del encumbramiento de la vicepresidenta sin territorio que siempre fue Soraya. Operaciones que refuerzan el giro al centro para frenar la hemorragia causada por los Ciudadanos de Rivera, que de un día para otro han convertido a Cospedal en la derecha de la derecha del partido de la derecha española.

En política, la apelación última al territorio, al último reducto de leales, tiene mucho de muerte poética. En el PP y en el PSOE. En la España de hoy o en la Alemania de abril de 1945. Y a eso me sabe la rajada en plena Semana Santa del núcleo de fieles de Cospedal.

En política se muere como se nace.

Abrazado al territorio.

Aquél en el que las lealtades se construyen con lazos de cercanía, confianza y confidencias. Aquél en el que los fieles lo son hasta el último aliento, hasta la inmolación ridícula y grotesca, porque sólo ellos son capaces de firmar comunicados paranoicos si el líder les pide un último gesto de sacrificio.

Todo caudillo muere en su búnker, rodeado de los últimos fieles. De los leales entre los leales, los que ligaron su destino al del líder hasta un punto en el que saben que no habrá redención para ellos cuando caiga el o la César.

En Castilla-La Mancha, el búnker es el Cigarral.

Y los leales, los últimos cortesanos que se dejan matar a cambio de una última sonrisa de la lideresa que les entregó cuatro años de gloria que ya no les quita nadie.

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