Geografía, patriotismo constitucional e ideología

¿Por qué perdió Cospedal?

  • 80.000 kilómetros cuadrados
  • La capital del estado en el centro de Castilla-La Mancha
  • 4 ríos

Jesús Perea

No es una pregunta sencilla a la que responder con una frase lapidaria. Pero lo voy a intentar a partir de tres conceptos: geografía, patriotismo constitucional e ideología.

Castilla-La Mancha es una región de casi 80.000 kilómetros cuadrados. Para ir de Caudete a Talavera de la Reina, o de Molina de Aragón a Almadén, casi hay que hacer noche a mitad de camino. No tenemos un gran río que parta el territorio por la mitad, y del que sean deudores tributarios una pléyade de afluentes que vengan de norte y sur a verter sus aguas al mismo, como sucede en Castilla y León con el Duero o en Aragón con el Ebro. Y eso vertebra mucho más que una red de autovías o de AVE.

Tampoco conformamos una región delimitada por accidentes geográficos periféricos, como un Despeñaperros que nos confiera un sentimiento identitario del que hacer colgar himnos, banderas e ideales tardorománticos como los que alimentaron regionalismos andaluces, valencianos o gallegos. Omito comparaciones con Cataluña y Euskadi.

Tres de nuestras cinco provincias lindan con Madrid. A Guadalajara capital, le queda más cerca la capital del estado que había que descentralizar, que la capital regional del estado ya descentralizado -Toledo-. Que para ir a la capital regional haya que pasar por la capital del estado que todo lo centralizaba, es una distorsión que no ocurre en ningún otro lugar y que ayuda a entender por qué, por ejemplo, a un alcarreño le jode tanto que le llamen manchego.

Y en mitad de todo, la presencia de Madrid, cuya cercanía condiciona, altera y distorsiona en el Corredor del Henares y la Sagra de Guadalajara. Inciso. No es casual que sean esas las únicas circunscripciones en que Podemos haya obtenido representación parlamentaria en Castilla-La Mancha.

Seamos francos. La nuestra es una región de una geografía endemoniada.

Siendo director general de Administración Local, tuve la ocasión de patearla de un extremo a otro. Y pude conocer peculiaridades territoriales, como las del Señorío de Molina con sus sexmas, una suerte de gobiernos mancomunados para aprovechamientos comunales, que hundían sus raíces en el Medievo. Casi noventa municipios forman esa comunidad histórica, los mismos que tiene toda la provincia de Albacete, habitados por menos de 8.000 personas. Una curiosidad histórica elevada a la categoría de hecho diferencial en nuestro Estatuto de Autonomía.

Treinta y tres años han pasado desde la aprobación de dicha norma, momento fundacional de una región difícil de vertebrar como pocas. A lo largo de casi todo ese periodo, la responsabilidad de gobernar esta tierra ha estado depositada en manos del PSOE, excepción hecha de los últimos cuatro infaustos años.

En esencia, lo que el legado de Bono y Barreda dejó en esta región, con las luces y las sombras propias de toda acción humana, fue la aplicación práctica de una suerte de patriotismo constitucional, de Jurgen Habermas en el ámbito regional.

Para Habermas, padre de la idea, la superación de las identidades nacionales y de los símbolos identitarios -bandera, himno, historia mítica- era una necesidad que vivió en carne propia. Como alemán perteneciente a una generación que tenía que reconstruir la democracia en la Alemania de los cincuenta -frente a un pasado reciente vinculado a la sombra de la Alemania nazi- abonar el árbol del republicanismo cívico fue una forma de construir patria más allá de los tradicionales imaginarios nacionales, invocables en naciones profundamente orgullosas de su historia, como Reino Unido o Francia.

Al abrazar ese árbol, y su fruto más visible -el consenso socialdemócrata del que participaron por igual conservadores y socialistas alemanes- el milagro económico alemán encontró al fin una patria que no se cimentaba en un pasado abominable o en la geografía, sino en el bienestar colectivo.

Eso es lo que nunca entendió Cospedal en esta región de geografía inabarcable. En esta región, sociológicamente conservadora, le hubiera sido fácil apelar al rechazo a los extremismos y a la aversión al cambio de sus votantes, que siempre otorgan una prima de voto a quien detenta el poder por pura inercia.

Cospedal ha atacado en solo 4 años nuestra identidad colectiva

Atacando las políticas de gratuidad de libros de texto, el cierre de colegios rurales agrupados, la red de bibliotecas regionales o los servicios sociales, estaba atacando la identidad colectiva de una región que se había construido a sí misma a través de estos símbolos, en este periodo de tiempo en el que entre todos fuimos levantando nuestro particular patriotismo constitucional de ámbito regional. Y todopara luchar contra la geografía perversa que levanta un muro de distancia geográfica, nos obliga a convivir con cuatro grandes cuencas hidrográficas de por medio y pone la capital del estado que queremos descentralizar en pleno corazón del territorio.

La universidad, el sistema hospitalario y el resto de logros de esas tres décadas no sólo fueron obra de gobiernos socialistas. Fueron obra de la gente de esa tierra, un grito contra el olvido secular que nos condenó a ser tierra de paso, suministro de mano de obra barata para el poderoso Levante o acomplejada unión de provincias carentes de un sentimiento nacional identitario, de un Blas Infante al que cantar un llanto romántico o una senyera que blandir en diadas masivas.

Cospedal no atacó la obra de sus predecesores con la excusa falsaria del déficit, que provocó ahorros ínfimos en la supresión de estos servicios. Atacó la única argamasa que vertebra la región, más allá de deudos ideológicos y méritos que el tiempo había ido difuminando.

Atacó los símbolos de la autonomía política, del bienestar conquistado con el sudor de una generación que abandonó los complejos del pasado. Atacó los valores de nuestro patriotismo constitucional, en los que se asentaba la piedra fundacional de una región cuyo única razón de ser nunca fue reverdecer hechos diferenciales, una lengua o una cultura ancestral, sino el bienestar mismo de sus gentes.

Atacando nuestro particular estado del bienestar, nuestro consenso socialdemócrata, del que participaron incluso alcaldes de su propio partido a lo largo de estas tres décadas, Cospedal estaba atacando los únicos símbolos que hacían reconocibles a esta tierra a los ojos de su gente. El dogmatismo ideológico de la austeridad hacia la nada, que con tanta pasión abrazó en su gestión, pudo más que la pulsión moderada que le habría garantizado un segundo mandato.

Se puede -y se debe- tener una ideología para gobernar. Pero, aún más importante, se debe tener y creer en una idea última a la que supeditar tal ideología. Cospedal nunca creyó en esa idea última llamada: «Castilla-La Mancha» y que era algo más que la superposición de cinco provincias en un mapa.

Cuentan que cuando se hizo cargo de su partido, allá por 2007, a Cospedal le regalaron un mapa de carretera para que se fuera familiarizando con el territorio por el que tenía que batallar. Pierde el gobierno, porque nunca ha sido capaz de ver más allá de lo que la geografía, engañosamente, le decía qué era eso de Castilla-La Mancha.

cospedal, jesus perea