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"Los albaceteños acariciamos la luna"

El coleccionista de tornillos

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Miguel Ventayol
13 de noviembre de 2013

En la provincia de Albacete existe una estadística que pocas veces se puede comprobar: la de personas que pudieron llegar a ser algo y no lo fueron; por una u otra razón, en diferentes épocas y en distintos ámbitos de las ciencias, el arte, la empresa, la cultura, o la música.

Son esos personajes, reflejo de nuestros propios miedos: lo que queremos ser y nunca llegaremos a ser. Los vemos a diario en numerosos escenarios o, en otros casos, apenas nos los cruzamos una vez al año, en las procesiones de Semana Santa, en el desfile de Feria, o en la carrera de San Silvestre (aquel atleta promesa que se rompió la rodilla y tuvo que regresar del Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada, cuando aspiraba a medalla).

O el estudiante modelo cuyo acceso a una de las fantasías adolescentes generalizadas e imposibles, se convirtió en una realidad. Los albaceteños acariciamos la luna,  luego la esperanza se disolvió entre el olvido de personas que pudieron llegar a ser algo…y no lo fueron.

Los martes a mediodía, los redondeles de la Feria empiezan a parecer de nuevo una plaza. Con mala suerte y viento, los alrededores se transformarán en una locura de papeles y envoltorios, pero no es lo habitual, en apenas unas horas, desaparece todo rastro de «losimba«. El recinto ferial recompone su talante regio e impoluto de casa solariega manchega inservible. El palacete inhabitado del que solo uno tiene la llave.

Esa misma tarde ya hay decenas de niños jugando, montando en bicicleta y pataleando pelotas de cuero y goma contra las paredes; para luego dejar paso a los corredores de medias maratones y carreras populares que aprovechan el final del horario laboral (si lo hay) para salir a poner a tono los músculos y descansar la mente.

Aunque los alrededores de los redondeles suelen quedar limpios, el coleccionista de tornillos hace su ronda cada miércoles por la mañana. Cada miércoles al amanecer lleva a cabo su ritual antes de volver a casa y ordenar los descubrimientos del día.

El coleccionista tiene buena vista, apenas levanta la mirada del suelo para evitar un árbol; el resto del tiempo lo dedica a buscar el gancho metálico de perchas, de las rotas o de las olvidadas por los comerciantes del mercadillo. Suele encontrar una docena más o menos, más otras tantas pinzas. No es la parte complicada.

Lo más difícil son los tornillos, apenas dos o tres, y hay que ser agudo para encontrarlos.

El coleccionista de tornillos lo tiene claro: en el garaje de su casa tiene varias cajas con distintos tipos de tornillos, restos de perchas y pinzas, una pizarra con decenas de fórmulas y una colección de herramientas clasificadas por orden alfabético e impolutas: los complementos necesarios para la construcción de un robot o una nave espacial.

Porque no tiene claro qué será primero.

– Todo depende de las piezas –dice con seriedad bobalicona-, ya he empezado la construcción y tengo el cuerpo. Bien podría ser un robot o una nave. O las dos cosas.

Dicen que el coleccionista de perchas y tornillos de la Feria perdió parte de su raciocinio poco antes de acceder a la NASA, donde lo esperaban en los años 70 como la brillante promesa que era. Dicen que es capaz de contestarte en segundos a cualquier problema matemático que le propongas, cosas sencillas como siete por siete, o más complicadas como la raíz cuadrada de 12.548.

Aunque cualquiera sabe que mejor no preguntarle cuando está enfrascado en su misión fundamental: la búsqueda de piezas para su construcción:

Una nave o un robot.

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