Una hª acontecida en Ruidera con moraleja

Cuando un silbato te salva la vida

Miguel Ventayol

Cuando un joven se dedica a aprender actividades náuticas, lo primero que le enseñan es: «No hagas las cosas por tu cuenta. Usa el chaleco salvavidas«. Complementos que podrán ayudarte, y salvarte la vida.

Algunos de estos chalecos suelen llevar silbato, pues a veces las simples voces no alcanzan a solicitar ayuda. Uno de estos chalecos y silbato me ayudó a mí en una ocasión en Las Lagunas de Ruidera, cuando aún se podían hacer actividades juveniles con normalidad.

La piragua donde navegaba volcó, traté de darle la vuelta, otra de las cosas fundamentales que aprenden los jóvenes piragüistas, pero no tuve suficiente fuerza ni pericia.

Empezó a hundirse en la mitad de la Laguna Colgada.

Un niño de diez años y su piragua a punto de desaparecer.

Grité de miedo, pero mi voz no se escuchaba más allá de los cañizos. Recordé el silbato mientras miraba la piragua desaparecer en segundos. En el embarcadero mi padre escuchó el silbato, acompañado de un monitor, tomó una lancha motora y se acercó para reflotar niño y embarcación. Apenas tardó un minuto pero la piragua había desaparecido bajo el agua y fueron necesarios varios buceadores para rescatar aquel preciado objeto de la sección de Juventud de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

Me pidieron responsabilidad a mí, se la pidieron a mi padre y al monitor que vino a ayudar. Exigieron responsabilidad al señor que arregló la piragua con fibra de vidrio, al director del campamento y al director del albergue juvenil Alonso Quijano (otro de esos edificios abandonados en la provincia de Albacete).

Exigieron responsabilidades a todos los implicados y las tuvieron, porque los implicados eran personas responsables.

La laguna quedó limpia de embarcaciones y el miedo infantil desapareció, algunos trabajadores sufrieron llamadas amenazadoras de los altos estamentos regionales y todos asumimos la parte de culpa correspondiente.

Es una metáfora sencilla, las que uso para manejarme por la vida.

Con los años apreciamos y comprendemos que una simple piragua es una catástrofe tremenda, no así que un barco entero se parta por la mitad en la costa Atlántica, que un aeropuerto no tenga aviones o una estación de tren sea un centro comercial.

En Hacienda, en la calle Francisco Fontecha, me dicen que si debes cien mil euros y pagas tres mil, Hacienda te deja (relativamente) en paz. Si debes cuatrocientos irán a por ti con todas las consecuencias. Metáforas sencillas.

Aprendemos a diferenciar catástrofes, cuanto mayor es la estafa y el tripulante de la nave, mayor la posibilidad de escapar de las garras de la justicia, la ética y la educación.

Si te conviertes en tripulante adolescente siempre serás tripulante de naves que hunden, por las cuales te exigirán la vida. Si consigues alcanzar el grado de patrón de embarcación, quizás te escapes. Pero si te conviertes en propietario del barco o de los astilleros, es indudable: harás lo que quieras y te reirás de los bobos que utilizan chaleco y silbato para poner su vida a salvo.

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