Un jubilado de la Manchuela sufre los fines de semana cuando su pecho constipado no le deja salir a correr, cuando hay fiestas patronales o comuniones familiares. Las zapatillas lo miran desde la terraza, lo engatusan. A él lo que le gusta es salir a correr las carreras populares; una excusa para recorrer la provincia, practicar deporte, almorzar y comer en sitios nuevos; estar con gente que comparte los mismos intereses que él: naturaleza, aire limpio, buena comida, buena bebida. Turismo albaceteño de interior.
Se junta con un tipo de la Mancha Centro, un jubilado que alcanza los primeros puestos de su categoría, un tipo delgado y bajito, moreno de horas en el campo, sonriente y socarrón. Él en cambio es más tripudo, de piernas rocosas, corazón grande y pulmones poderosos. Su rostro tiene el color de las carreras al aire libre.
Se pican cada domingo, en cada carrera señalan sus carencias: “Cada vez tienes más tripa, cada vez estás más calvo”, pero van a lo suyo, no compiten. La competición es para los primeros, esos chavales de veintipocos años que van como galgos; la competición es para algún que otro tipo de la sierra, de Hellín o de Almansa con tantas ganas de vencer que en sus propios pueblos diseñan las carreras más duras del circuito, aprovechando la orografía del terreno, y el conocimiento que tienen de él.
Los jubilados se preguntan en la línea de salida:
-¿Cuántos somos?
-Qué sé yo, cuatrocientos, quinientos, mil.
Como imagen de fondo, un alcalde que no cobra se frota las manos. Ha salvado un fin de semana entero, quizás un mes gracias a ese gran disparate que es el turismo deportivo, ese que no suele venir en las Ferias estatales, ese que no suele nombrarse. Ese que no se publicita demasiado y se fomenta lo justo y necesario.
Al alcalde de pueblo que no cobra le basta con tener 600 familias en el pueblo, se tomarán apenas un café y un bocadillo, pagarán los 6 euros de participación, se llevarán productos típicos de la zona, publicidad gratuita. Con ese dinero hará magia porque es lo que hacen los pobres con cuatro perras, maravillas. Más de 600 familias que hablarán delicias de un pueblo al cual no irían si no fuera por estas competiciones populares.
Sí, sí, el alcalde es deportista, jugaba al fútbol de joven en un equipo promesas, vestía de amarillo, el color del equipo, y sentía que podría ser Santillana o Señor marcando el 12 contra Malta; pero no, se quedó en alcalde de pueblo. Mecánico y alcalde de pueblo, sin remuneración por no sé qué ley de leyes.
El alcalde se ríe cuando la gente dice “no sé de política”. ¡Cómo si él supiera lo que se cuece en Toledo o en Madriz!
Este año se han apuntado más de dos mil personas a las carreras populares, 2.700. Un número que no coincide con los que se desplazan a los pueblos semana a semana y que supone un aliciente para las tristes economías rurales de nuestra provincia: coches, gasolina, familias, cafés, bocadillos, almuerzos, comidas, publicidad, productos de la tierra, imágenes selladas en la retina.
Al final de la carrera, los jubilados se preguntan cómo han quedado, qué tiempo han hecho y dónde comerán.
-¿Comemos juntos?
-Pues claro.
Buscan un refugio para sus estómagos, no sufren agujetas desde los ochenta o quizás los noventa, han aprendido a controlar las piernas, el corazón y los pulmones: algo que los más jóvenes harán cuando lleguen a la edad de jubilación, o cuando se pase la moda de las carreras populares.
Piden bien de vino y bien de carne, piden ensalada y fruta y se ríen como sólo ellos saben hacerlo. Son sus hijos quienes conducen, el vino no es problema. Se ríen de quienes llaman a los vinos con nombre de gominolas y gastan las horas hablando de colores, texturas y buqués. Ellos exigen vino del terreno.
-Nos vemos la semana que viene.
-La semana que viene no me pillas ni loco.
-La semana que viene serás tú quien chupe zapatilla.