Gamonal, la paralización del proceso de privatización de la sanidad madrileña, la huelga de barrenderos de Madrid, el claro retraso de puesta en marcha de la LOMCE… Quizá algo esté cambiando. Quizá hayamos despertado del eterno letargo. Quizá es que España ahora no sea solo de dos colores. Quizá es que hayamos comprendido cómo se mueven las fichas de este tablero de ajedrez, quizá estemos cada vez más cerca del jaque.
Nunca antes vi este país tan lindo como lo estoy viendo ahora. Nunca antes había tenido tan claro que nosotros, los ciudadanos y ciudadanas somos los dueños de nuestro propio destino.
Y lo veo lindo, porque tiene color, y los colores tienen nombres, el nombre de cada uno de las personas que salimos a la calle a que escuchen nuestra voz. Está lindo porque se ha teñido del color de sus mareas, de color blanco, del color verde, del violeta, de negro, de naranja y de muchos más.
Tengo una cosa muy clara, el 15-M y todos los movimientos ciudadanos que han surgido o resurgido después, han sido lo mejor que le ha pasado a la democracia en España desde que se murió el enano del Ferrol. Porque ya sabemos todos que la democracia no es elegir, la democracia es participar, y la participación ha sido el lema de estos movimientos.
Papel clave debería tener el sistema educativo que habría de educar a un alumnado con espíritu crítico: a ser conscientes de promover el cambio social, a la resolución de problemas, al fortalecimiento y liberación del pueblo.
Y es que estamos acostumbrados a la doble moral y a los eufemismos. Tienen la facilidad de criminalizar la protesta social los que aún no han condenado años de genocidio y represión franquista. Llaman anti-sistema a los vecinos de Burgos por quemar contenedores y aún no se han pronunciado sobre los ataques de los grupos organizados de la extrema derecha en Kiev. Condenan la “violencia” de los escraches, pero no vacilan en mandar a los antidisturbios a sembrar terror entre los manifestantes.
Nos piden mesura a los ciudadanos, pero ellos no la tienen a la hora de participar en el mayor expolio de los bienes públicos. Nos llaman “putas” por reclamar nuestro derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo pero arropan en el nombre de Dios entre sus instituciones a los que mutilaron la infancia de miles de niños. Piden justicia a las víctimas del terrorismo, pero solo de algunas. De las “otras” victimas, no se acuerdan, y tienen que venir desde el otro lado del charco a pedir justicia por ellas.
Ya quisiéramos, de ellos la misma mesura para con nosotros, como por ejemplo cuando Andreita Fabra nos dijo con voz firme “¡que se jodan!”. O cuando la lideresa, Esperanza Aguirre, otra fiel abanderada del lema “pro-vida” deseó en público la muerte de un arquitecto porque su obra no le pareció de su agrado. O como cuando el, entonces presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior y afín al PP, señor José Manuel Castelao, aseguró “las leyes son como las mujeres, están para violarlas”.
Pero ya no nos engañan. Ya han sacado todos sus ases de la manga y nuestra jugada ha sido clara.
Jamás he llamado ni llamaré a la violencia pero la entiendo. Es importante, de igual modo, tener claro el concepto de violencia y de dónde surge, ya que por más que lo maquillen, es muchísimo más violento ver a una familia sin casa o un dependiente sin recursos que ver un contenedor ardiendo. Y de igual manera es mucho más violento ver a un inmigrante subsahariano con la piel desgarrada a causa de la valla de Melilla que ver un, más que merecido, aluvión de insultos con pancartazo incluido a Miguel Blesa.
La violencia llama a la violencia, pero ya sabemos todos, de los ejemplos citados quienes han sido los encargados de generarla.
Es cierto que tenemos grandes retos y debemos enfocarlos en la consecución de la libertad y la justicia como eje vertebrador de un estado de bienestar y debemos aprovecharlo sin que otros sectores oscuros se beneficien de nuestro legítimo derecho a protestar.
Hasta hace poco, creí que pertenecía a una generación perdida, la generación del Iphone, la generación de ‘Hombres, Mujeres y Viceversa’, la que solo arde indignada cuando unos estúpidos guiñoles franceses parodian a uno de nuestros deportistas estrella, de la generación que valora más a un futbolista que a un científico.
Pero, manifestación tras manifestación, asamblea tras asamblea y charla tras charla en las que he participado me he ido dando cuenta de que estaba equivocada y que, después de todo, como dijo el gran Allende: “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. Me he dado cuenta de que hay muchísima gente que aún sigue soñando que vale la pena luchar por un mundo mejor.
Vamos a la calle como un frente de frío en el medio del verano, con la convicción de que luchamos por unos ideales justos, vamos con la cabeza bien alta y con una mochila a nuestras espaldas llena de logros.
No somos criminales, ¡sí se puede!