Viaje en el tiempo mientras nos retroceden

La radio en negro

Miguel Ventayol

Luis Alfonso volvía de Madrid, donde estaba estudiando Ingeniería Aeroespacial desde hacía cuatro años, volvía a Almansa, volvía a casa por Navidad, sin muchos turrones pero con bastante hambre de madre y tupper.

Iba escuchando Radio Nacional, esas manías de su padre que se le habían grabado en la mente: a fin de cuentas los hijos son pequeñas estampas de los progenitores.

Al acercarse a Villarrobledo se sintió en su tierra y pensó sintonizar una emisora de radio local, a ver cómo iban las cosas; no todo es Internet en la vida. Además, quería comprobar si emitían las viejas canciones de Modern Talking pero hasta La Roda no consigiuió sintonizar una emisora local ¿Habrían cerrado alguna emisora de la zona?, ¿sería cierto eso que decían algunos colectivos al respecto de la precaria situación de los periodistas y los medios de comunicación? ¡Bien! Se dijo. Le escapó una risa cuando comenzó a escuchar una vieja canción de Mecano, la del soldadito de plomo; el tercer beso de su vida, en una fiesta en casa de Jorge.

Encendió las luces del coche, anochecía, el cielo se había oscurecido casi por completo y Luis Alfonso pensó que se trataba de una nube de diciembre.

Terminó la canción y sonó la sintonía de una radio local. Una voz cavernosa repasó la actualidad, y Luis Alfonso se concentró, ¿no era aquel el tipo del No-Do, el que le gustaba a su abuelo Alfonso? Imposible, sería alguna broma, aunque no fuera 28 de diciembre.

El locutor comenzó a relatar los partidos de «balompié» a celebrar el fin de semana: Atlético de Madrid de España contra Barcelona de Cataluña. Luis Alfonso empezó a carcajearse, subió el volumen de la radio, no podía creerlo, ¿había hecho un viaje en el tiempo? No, él era científico, aquellas posibilidades de película y novela no existían de momento; pero escuchó aquellas palabras con nitidez.

La radio dejó de escucharse a los pocos instantes. Pasada La Gineta, se sintonizó Radio Nacional de manera automática.

Luis Alfonso no prestó más atención, como tampoco al hecho de que la nube desapareciera y el cielo comenzara a brillar. Apagó las luces del coche por ahorro más que por precaución.

Bromeando con él mismo y presa de cierto aburrimiento al conducir, trató de imaginar qué bandera ondearía en el Castillo de su pueblo: la de los almohades, la del escudo de Don Juan Manuel o, puesto que viajaba en el tiempo, la de Star Trek o Españistán.

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