Desde Alcaraz hasta el Levante por el centro

«Nuevo alcalde en Albacete»

Miguel Ventayol

Wahb Alláh echó un vistazo al frente y contempló hasta dónde llegaban los terrenos por donde su caballo trotaba. Imaginó gentes, imaginó un pueblo extendido desde Alcaraz hacia Levante por el centro, imaginó contemplando las tierras desde el brillante castillo chinchillano. No entendía el trabajo que le habían encomendado, si acaso no era un castigo escondido, el de residir en la árida zona conocida como El Llano.

Muchas veces había escuchado en las tertulias andaluzas que el futuro depara lo que uno prepara, o que mejor no dejarse llevar por las apariencias; sobre todo en lo concerniente a la rudeza cristiana, su falta de cultura o sus hábitos poco salubres.

Miró el horizonte, sin duda la tierra era extensa pero ni el castillo tenía entidad, ni había familias que dieran empaque al territorio, ¿quién querría quedarse aquí, en esta zona yerma, fría, de extremos, sin agricultura? Con una dotación ajustada de mil soldados como guarnición.

Añoraba el Sur, Andalucía, el lugar donde, por apellido, tradición y herencia, debería residir y concluir el resto de sus días. Sabía que Albasit era una importante zona de paso, estratégica la llamaban. Pero si nadie la mencionaba en sus testimonios escritos, ¿cómo era posible que tuviera la más leve importancia? Existían muchas incógnitas que resolver y él era el encargado de ello.

Arreó al caballo y dejó atrás a su consejero, un tipo locuaz, parlanchín, de estómago agradecido, algunos decían que incluso con el cerdo, aunque Wahb Alláh prefería no escuchar los rumores, tan proclives en esta tierra llana, de temperamentos, calores, temblores y heladas… y poco que hacer. Lo dejó atrás con un leve arreón y siguió mirando al horizonte. Aquella era la tierra bajo su dominio, recién nombrado qaib, la responsabilidad apenas le provocó unas gotas de sudor pero sí un turbador sueño de complots, sinsabores y proyectos inacabados. El Llano era un destierro, no había otra manera de verlo.

Pero sobre todo, su imaginación se turbaba con la sensación de no entender bien el encargo y órdenes del Walí. Él no era digno de cuestionar las órdenes de un superior jerárquico. Aunque su cometido era una incógnita.

Extraño siglo el XIII, extrañas zonas fronterizas, extraños seres los cristianos. Extraña época tocaba vivir a las buenas gentes árabes.

Añoraba Andalucía a cada pensamiento.

Wahb Alláh recibió el encargo de convertirse en el hombre que se ocupara de una zona fronteriza que a nadie importaba, en la que ni siquiera los guerreros paraban a avituallarse, según las crónicas. Pero él tenía visión de futuro, era imposible que una zona estratégica, de paso entre Andalucía, Levante y Castilla quedara reducida a un castillejo y pocas familias, ¿cuántas posibilidades encontraría él? Las posibilidades son imaginación hasta que el esfuerzo las transforma en realidad; y la realidad encuentra muros altos como en Chinchilla.

Su consejero le alcanzó en sus pensamientos y le dijo:
-Señor, ¿qué turba vuestra imaginación? Señor, soy yo, vuestro fiel servidor.
Apenas recobró el contacto con la realidad, sonrió de manera leve, alzó la vista y recordó que era la hora de volver, quizás degustar un leve refrigerio que, sin duda, su consejero agradecería. Lo miró, evaluó las posibilidades de aquel medroso árabe y suspiró.
-¿Estáis bien, mi señor? Quizás queráis empezar la jornada revisando las tasas, comprobando el padrón o visitando a los grandes de la zona.

Quedaba mucho trabajo por delante, ¡mucho trabajo por delante! Mucha tierra por vivir, muchas semillas que lanzar. Aquel consejero hablaba de tasas y los grandes de la zona, todavía no comprendía que habían recalado en una zona de pocos agricultores, pocos vecinos y menos despensa. ¿En qué remoto lugar podrían esconderse los dinares?

En su mente no aparecía la más leve posibilidad de vender las tierras que ahora galopaba, se fiaba del futuro aunque era sabedor de las anomalías del futuro, los peligros del clima y la fortaleza de los ejércitos castellanos de Alfonso.

Él era Wahb Alláh, qaib de Albasit, El Llano, una denominación que muchos limitaban al ‘castillejo’ pero que se extendía muchas leguas a caballo, casi tantas como la vista y la imaginación permitían, de ahí su nombre, el llano.

Un viejo amigo de su padre, el maestro Abdalah Ibn Ahmed le recomendó que disfrutara de los atardeceres de primavera, mirara al horizonte y vaciara sus pensamientos; pues, sin duda, la zona era el espacio ideal para la ensoñación y las grandes ideas. Aunque Wahb Alláh era militar, hombre de acción; los pensamientos y reflexiones parecían más cosas de viejos poetas y ancianos sabios a quienes el peso de la espada postraba frente a los libros.

Respiró el aire limpio y se turbó con el placer momentáneo de sus sentidos, el aire limpio, la mirada reposada y los músculos relajados trotando sobre su nuevo hogar, la zona conocida como El Llano.

Ficción sobre hechos históricos.

Si quieres saber más:

  • Sobre la etimología árabe de Albacete, de Juan Antonio Pacheco Paniagua.
  • Instituto de Estudios Albacetenses
  • Revista Albasit.
  • PRETEL, Aurelio, y otros. Historia de la provincia de Albacete, Toledo, editorial Azacanes, 1999.
ALBASIT, EL LLANO, miguel ventayol