Somos jóvenes. Estamos entusiasmados con salir a vivir experiencias laborales que nos llenen, que nos enseñen caminos de la vida que aún no conocemos, con aportar algo a una sociedad que a veces nos da tanto y otras tan poco pero que es la nuestra.
Es tal nuestro afán por participar en el mundo, por hacer partícipes al resto de personas de nuestra labor, que la gran mayoría de veces tendemos a dejarnos llevar por manos manipuladoras, por personas que conocen mejor que nosotros las profesiones o que simplemente tienen un puesto jerárquico superior al que nos encontramos. Y por eso, en gran cantidad de ocasiones, nos dejamos explotar, pervertir. Nos hundimos bajo la presión del dinero o del poder. Nos coronamos con la denominada ‘precariedad laboral’.
En esta situación de crisis en la que aún nos encontramos inmersos son muchas las personas que se quejan de la cantidad de horas que dedican a sus funciones laborales; del ínfimo sueldo que reciben por dejarse la piel en cada uno de sus movimientos; de las desconsideradas palabras de un superior que no valora un ápice del trabajo al que cada día le ponen el máximo empeño. Y esto contribuye a que poco a poco, cada día, los jóvenes que salíamos con tanta ilusión a la vida vayhamos decayendo. Nuestras fuerzas también se acaban porque no podemos luchar solos. En estos momentos estamos contribuyendo a que la situación continúe bajo la amenaza, bajo la extorsión, bajo la manipulación y sobre todo bajo la más explotación más caciquil.
¿Por qué hemos de conformarnos con un trabajo en el que no se nos reconoce, por el que nos pagan una miseria y al que dedicamos tanto esfuerzo? ¿Por qué seguimos consintiendo que nos traten de manera soberbia? Los jóvenes de «las generación mejor preparada de la historia de España» estamos cansados de las personas que recurren al tópico fácil de: “Hoy en día, el que tiene trabajo no se puede quejar”. Sí pero, ¿en qué condiciones? Si muchas de las personas que dicen eso tuviesen que aguantar, quizá, la mitad de presiones que otros que las soportan, tal vez no hablarían tan apresuradamente.
Y no voy a ser hipócrita. Es cierto que muchas otras personas darían cualquier cosa por tener un puesto de trabajo. Pero el hecho de que haya tanta gente con esa necesidad sólo contribuye a que cada día se valore menos a los trabajadores y se haga más fácil pasarles por encima.
No se engañen. Hay trabajo. El problema es que muchos altos cargos prefieren explotar a 3 trabajadores para que hagan el trabajo de 6 y no tener que pagar más sueldos, que, aun precarios, podrían salvar la vida a más de una persona o de una familia.
Ahora somos los trabajadores los que deberíamos poner los puntos sobre las íes. Deberíamos ser, antes que empleados, compañeros, y solidarizarnos con los demás en lugar de atacarnos por un empleo precario.
Pero ante todo, deberíamos ser decididos. Exigir a las personas que cobran sueldos públicos por ‘dirigir’ el país, la región o la ciudad, que trabajen realmente por darnos a todos un empleo digno. Unas condiciones laborales decentes. Es muy fácil para ellos ver las penas de los demás desde sus despachos y detrás de sus nóminas pero si no están ahí para trabajar, entonces que no lo estén.
Y a nosotros, a los jóvenes que seguimos creyendo en un futuro mejor, solo nos queda soñar. Porque hoy en día, es lo único que todavía nos hace un poco más libres.