Viajeros en los caminos manchegos

Bajo un puente de colores

Miguel Ventayol

Las ventajas del otoño manchego son los colores en el firmamento. ¿Eres capaz de decir en una sola frase cuántos colores has visto esta mañana? ¿Eres capaz de decir en una sola frase los colores que disfrutas cuando te separas apenas un centenar de metros del centro?

Las desventajas del otoño manchego es que nunca aciertas con el atuendo.

Si sales a caminar, a trabajar o a perderte por cualquier camino, no acertarás nunca. Por eso somos manchegos, porque no solemos acertar pero seguimos encontrando colores, tonalidades y caminos por los que perdernos y descubrir.

El caminante apenas tardó unos kilómetros en dejar atrás el secarral que en otra época fue pantanoso, para adentrarse en la vegetación repentina.

El caminante se dirigió con lentitud otoñal por un camino de vía estrecha, sin temor a ser atropellado ni siquiera por una locomotora fantasma. Lentitud otoñal y mental agradecida bajo un cielo ceniciento, fresco y húmedo.

Las vías corrían mucho más que los pies del caminante, lo conducían hacia el horizonte, le prometían el paraíso del destino, el paraíso del futuro al final de las vías del tren, las estaciones cerradas y las estaciones inexistentes.

Deslizándose, arrastrando las botas y evitando alguna que otra piedra del camino, el viajero se topó con tres viajeras anónimas de aspecto cansado y mirada enérgica. Amigas de vida y penalidades cargadas con mochilas, agua, víveres y la promesa de encontrar a la Virgen de Cortes. Porque los caminos reciben promesas, como ampollas duraderas, como cabello que desaparece porque el siglo XX lo inventó y como tal lo asumimos. Ellas le dijeron al caminante despistado que una de cada tres personas sufren la enfermedad del zodiaco, y poco se puede hacer. No es cosa de broma, pero tampoco es cosa de ocultarlo, aunque llamarlo por su nombre suele ser doloroso.

Pero a una de ellas la fuerza de la oración le sirvió tanto que ahora cumple su promesa.

De repente un túnel oscuro, vacío de sonidos.

De repente un puente sobre la nada.

Los pasos de los caminantes repentinamente encontrados siguen la vía con la cabeza gacha la mayor parte del tiempo. No hay nada que ver, solo el destino al final de las vías.

El viajero pregunta si caminan hacia el Arco Iris que acaba de abrirse como un desgarro maternal en el firmamento. Ellas ni se habían percatado.

Solo les preocupaba el suelo, el camino, las llagas de los pies, el dolor en las uñas al rozar el cuero, los víveres en la mochila.

Hicieron una promesa a la virgen. No les preocupa el futuro, solo el angustioso pasado que dejaron atrás.

No les importan las vías vacías, los puentes sobre la nada.

No les preocupan túneles polvorientos sin eco.

Solo llegar a Cortes, antes o después, tarde o temprano.

-Y te dejamos, que no estamos para chácharas.

Las curvas de El Jardín no son peligrosas para el caminante. Apenas descubren a un lado y otro del arcén paisajes verdosos, tonos amarillentos, marrones vivarachos.

Es otoño.

Pero el sol es desvergonzado y se asoma. Dibuja toda la gama de colores de monte a monte, de cerro a cerro.

Mientras el caminante se deja llevar.

Bajo un puente de colores, con nada debajo, como cada metro del camino antiguo.

Las vías susurran martillazos añejos y oxidados, susurran sueños de viajeros que no alcanzaron su destino, pueblos que no recibieron familiares ni pañuelos blancos de despedida.

Las viajeras desaparecen de la vista, entre curvas, chopos y un arco iris tan grande como los ojos de un bebé sonriente.

El caminante se abre paso sin prisa, un camino poblado de flores familiares, coronas de recuerdo de quiénes somos, quiénes pudimos ser y quiénes no llegaremos a ser jamás.

Entre el agotamiento de los kilómetros, y la vida marcada en las retinas.

 

Todos los días son de lucha contra el cáncer.

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