La semana pasada, por si no lo sabías, se celebró el día de las bibliotecas, ahí es ná. ¡Hasta las bibliotecas tienen un día! Aunque hayan estado sin presupuesto para comprar libros nuevos o periódicos hasta hace bien poco, casualidades cuatrianuales. En la universidad de hecho (a pesar de la subidas de tasas) no tenían ni para manuales básicos.
Se hicieron actos públicos, cuentacuentos y concursos, pero hasta donde yo sé, no regalaron nada, ni aparecieron por sorpresa cantantes famosos en los pueblos de la provincia de Albacete. Eso hubiera llenado hasta la biblioteca más sosa. Pero los bibliotecarios no son gente de aparentar ni hacer alharacas sino de ir tirando y tirando. Eso es lo que hicieron el día 28: se juntaron en Albacete en un foro de debate y puesta en común para los profesionales bibliotecarios, con el objetivo de fomentar la participación y la convivencia.
Como me sucede con todos los días D y las horas H, me tocan la nariz, me molestan porque son un invento, una llamada de atención al silencio y oscuridad del resto del año. Oscuridad de falta de presupuestos, cultura olvidada, bibliotecas cerradas o a punto de…
Yo no soy el que más va a la biblioteca, ni el que menos. Pero con este tipo de cuestiones siempre me planteo lo mismo: quitarlas, eliminarlas. Porque las personas somos tan necias que no solemos aprender lo útil y valioso de algo hasta que no dejamos de tenerlo. O nos hacen pagar por ello.
¿Para qué sirve una biblioteca?
Hace unos cuantos años, una estupenda persona llamada Rosa Sepúlveda daba clases en la Facultad de Humanidades, más por vicio que otra cosa. Ella trataba de explicar las bondades de la Biblioteconomía a los chavales, ¡menudo tostón! Salvo que dieras un paso más y comenzases a investigar las posibilidades tremendas de una biblioteca en un pueblo, en mitad de la sierra, el bibliobus o el trabajo del bibliotecario de pueblo.
Vaya. En otras comunidades autónomas se hace y hacía mucho y muy buen trabajo. ¿Tantas cosas se pueden hacer en Cataluña y en el País Vasco?
Sí, y aquí.
Algunas de ellas, de las bibliotecas, son el único motor cultural de sus respectivas comarcas. Se organizan lecturas, exposiciones, actos culturales de cualquier índole. La mayor parte de las veces debido a la inquietud de un bibliotecario y los asiduos de la biblioteca.
Pongamos un ejemplo al azar: la Biblioteca Manrique de Lara de Villapalacios organiza una fiesta literaria en la que participan escritores de toda España. Van por la quinta edición y cada año cuentan con más originales. Este año el premio de narrativa fue para Rocío Ortiz de La Gineta, y el premio de poesía para Rosa García Oliver de Alumbres-Cartagena.
¿Qué motivación tienen?
Los libros, la cultura, cosas de anarquistas y revolucionarios. ¿O será gente que se preocupa por su pueblo?
¿Que también leen a Ken Follet, que hacen una disección del Quijote que ya quisieran en la Facultad de Letras de Ciudad Real? Aaaaaa, eso no lo sabía.
¿Que llenan un vacío que no podría llenarse de otra manera? Sí. Eso se consigue.
Y mucho más claro.
Rosa se fue, transmitía su pasión por los libros y las biblios y mucho por la cultura y la historia de Albacete. Esta semana se ha ido Juan, el tipo que encontraba lo que quisieras cuando quisieras en la Popular. Gente de libros, gente de esa que podría estar hablando contigo durante horas de magos, duendes, caminos dorados, monos voladores, espías de la guerra fría, batallas con espadas, o si unas vacaciones en Mordor mejor en primavera o verano.
Los días importantes son todos, lo que se hace en las bibliotecas es todos los días. Porque luego, cuando no estén, no podrás recuperarlas.
Leve homenaje a los bibliotecarios de Albacete, a la buena de Rosa y al bueno de Juan. Sirva como apunte que en Humanidades de Albacete, hasta donde sé, la Biblioteconomía desapareció con Rosa.