Araceli subió los escalones de los seis pisos del piso de la calle Arcipreste Gutiérrez. La luz se había ido de nuevo y el ascensor estaba oscuro e inservible. Quería comprobar que los vestidos le quedaran bien y que su amiga Elodia diera los últimos retoques a la peluca. Tenían representación y faltaban muchos detalles por solventar. Quizás incluso podría tomar prestados algunos collares para el ensayo de La Troya en la Casa de la Juventud, donde se reunían los chicos de la OJE, sus amigos, a ultimar los detalles de la obra.
Eran ensayos secretos y públicos a la vez, en un tiempo en el que cualquier cosa privada podía meterte en un lío casi sin querer. En un tiempo en el que las obras de teatro tenían que recibir permisos antes de ser representadas.
La Casa de la Juventud se había convertido en un lugar de reunión, celebración, estudio literario e incluso confabulación. Los años 70 en un pueblo en mitad de la Mancha, donde los niños que salían del colegio podían ir al parque o la plaza a apedrear perros o reunirse en aquel centro. Muchos de aquellos chicos habían empezado a cogerle el gustillo a disfrazarse y subirse a un escenario en su etapa escolar pero al iniciar el instituto cesó de repente y buscaron a su joven maestro para preguntarle si podían retomar las representaciones.
La única manera de hacerlo era a través de la Casa de la Juventud de la OJE. Si se reunían allí, ¿por qué no podrían ensayar e incluso representar alguna obra de teatro?
Así lo hicieron. Su primera obra fue El retablo jovial de Alejando Casona y el escenario, un clásico en Villarrobledo: San Blas, en el salón parroquial.
Pero el gusanillo creció, los niños arrastraron a sus padres que comenzaron a representar, y los adolescentes atrajeron a sus amigos, hipnotizados por esta alternativa cultural.
En una de aquellas ocasiones un niño se acercó a ese lugar donde se jugaba al ping pong y los chicos hacían cosas de jóvenes, cuando no había lugares ni espacios disponibles, una Casa de la Juventud. Vio al fondo a varios de ellos, uno se encontraba con los brazos en cruz, como el Cristo de la Iglesia de San Blas, otros de ellos bailaban.
Su padre le dijo: “Ensayan Jesucristo Superstar”, él no lo entendió, pero le preocupó ver a aquel tipo con los brazos en cruz. Aquella representación se desplazaría por la Mancha, de pueblo en pueblo, como los antiguos feriantes y cómicos. Un grupo de amigos, un grupo de gente inquieta que dedicaba tiempo y esfuerzos a sacar adelante un proyecto…cultural.
Han pasado cuarenta años, han dejado atrás caminos, camerinos, plazas de pueblo y personas. Es más que agradable y estimulante comprobar que una pandilla de jóvenes sin más pretensiones que pasarlo bien, hacer teatro y sí, en ocasiones confabular, han madurado y compartido experiencias vitales a través de una compañía de teatro que pervive el tiempo y las circunstancias.
Es digno de mención y celebración. Merece la pena recordarlo.
Ahora, cuarenta años más tarde, se están llevando a cabo una serie de actos, exposiciones, cenas, teatro (claro), muestras de lo que fue y ha venido siendo, memoria.
Y la memoria dice que el proyecto nació de una persona, Segundo Belmonte, maestro, actor, activista de la vida cultural roblense que no ha dejado escapar la ocasión para llamar la atención en un momento complicado para cualquier cuestión relacionada con el arte y la cultura.
Hasta el 20 de noviembre una exposición con estos recuerdos, fotografías, carteles y parafernalia teatrera en Villarrobledo.
Los días 13,14 y 15 se representará Hoy es día de fiesta de Buero Vallejo.
El día 15 cenote con teatro, claro.
Y finalmente 18,19 y 20 Caperucita Roja, como si el viaje en el tiempo fuera una simple cuestión cíclica.
Cuarenta años han dado para mucho.
La otra persona que favoreció el nacimiento de la compañía no la digo porque en La Troya han participado cientos de personas en cuarenta años. Además, no le gusta figurar, no le gusta que hablen de él y no suele alardear de nada. Pero para eso están otros, para recordar que mi padre también estuvo allí, propiciando un proyecto que cumple cuarenta años, echando un cable a todos los jóvenes que lo pedían: para hacer teatro, jugar al ping pong o incluso confabular. Cuando no tenían más opciones.