Aboga por las primarias abiertas

Perea reclama al PSOE que valore a los socialistas «sin carné pero con voto»

Jesús Perea

Una escena de una no muy conocida película inglesa narra una historia de frustraciones intergeneracionales. Una generación, la del padre, está frustrada porque todo cambia demasiado rápido y ya no reconoce el mundo que un día fue y que añora. La otra, la del hijo, está frustrada porque nada cambia a la velocidad necesaria.

La virtud aparente, que se encontraría en el punto intermedio para hacer cómplice en el destierro de la frustración a las dos generaciones, bien la podría encarnar el PSOE si tiene la suficiente habilidad para entender este mensaje en el nuevo escenario multipolar que anticipa la política española de la mano de la emergencia innegable de Podemos y el anquilosamiento cavernícola de una derecha carcomida por la corrupción.

Pero esa virtud aparente no puede quedar anclada en cambios más o menos previsibles, como los que conducen al camino de las primarias cerradas a militantes. Pronto en Albacete, si los precandidatos a la alcaldía Modesto Belinchón y Gerardo Gutiérrez obtienen los avales precisos, veremos un ejemplo práctico.

Ser militante hoy en día en un partido tiene un poso más profundamente sentimental que racional. Tiene que ver más con el apego místico a unas siglas, a una herencia inmaterial de la que nos sentimos depositarios que con la total coincidencia con un ideario sometido a demasiadas contradicciones prácticas en lustros recientes, con alguna reforma constitucional intolerable entre ellas.

Los partidos de masas, aunque hoy debilitados, siguen proclamando a los cuatro vientos su apertura a la sociedad. Es más. Su condición de instrumento al servicio de la sociedad. Si eso es cierto, es lícito preguntarse de quién es el partido. A quién le pertenece, ¿a sus militantes o a sus votantes? Si la base de la militancia mengua conforme pasa el tiempo -evidencia empírica en el caso del PSOE, que ha perdido casi un tercio de los militantes en seis años- la tentación a residenciar las decisiones de la organización en esa cada vez más reducida militancia puede conducir, como en el dilema que abría este artículo, a contentar a una de las dos generaciones. La del padre que se frustraba porque todo cambiaba demasiado rápido.

Así, elegir al candidato a la alcaldía de la ciudad más poblada de Castilla-La Mancha, con 170.000 habitantes, entre los que hay 30 o 40.000 potenciales votantes socialistas, queda en manos de 600 o 700 personas que siguen ostentando la condición de militante en esa agrupación local.

Se dirá, con razón jurídicamente formal, que las normas del comité federal, de los comités regionales o del resto de la nomenclatura, amparan este proceso de elección del que, por cierto, también se ven excluidos los militantes de las juventudes socialistas. Se dirá, con razón moralmente fundamentada, que las primarias abiertas son tan incontrolables que no existen plenas garantías contra pucherazos, inscripciones masivas de simpatizantes o manipulación incontrolada de censos. Se dirá, ya en un plano más personal, que sólo reclaman primarias abiertas los perdedores y los que callaron en otro tiempo porque fueron parte de aparatos o adláteres. Y que, en consecuencia, callar en el pasado, desautoriza el razonamiento en el presente.

Con excusas o sin excusas, lo cierto es que para quien esto escribe, dejar la elección en manos de un colegio reducido y menguante, resta potencia al artificio de las primarias. Tanto por el nivel de avales exigido, un 20 por ciento, como por el hecho de que se niegue de facto la posibilidad de que alguien que no sea militante del partido pueda ser candidato a la alcaldía en nombre de las siglas con las que coincide ideológicamente pero en cuyo seno no milita. Algo que en otro tiempo, fue no sólo deseable, sino valioso.

Y es que las soluciones a la crisis de los grandes partidos no se van a encontrar mirando hacia adentro, a las tuberías de la organización, por las que fluye la savia de sus militantes, que si lo son a estas alturas con lo que está cayendo y ha caído en tiempos recientes, lo serán en todo trance.

La solución está fuera de la sede.

Entre esos millares de albaceteños que quieren cambiar en su ciudad ingobernada y afeada durante cuatro años de servilismo cospedaliano, y que no militan ni lo harán en el futuro, porque eso les parece cosa del pasado.

Entre ese ejército de ciudadanos que no quieren sentarse a la mesa y elegir en un menú preestablecido por la militancia. Un ejército de ciudadanos que lo que quiere, es entrar en la cocina y elegir por sí mismo los ingredientes, sin que le vengan dados de antemano en una elección a todo o nada de aquí a seis meses. Un ejército de socialistas sin carné pero con voto.

Puede que con ello, frustremos al padre, temeroso ante tanto cambio. Pero es el hijo el que ha perdido no sólo el trabajo, sino la esperanza de tenerlo. El que prepara el petate para el exilio, sabiendo que no podrá aspirar a vivir con las certezas con las que vivieron sus padres.

Eso sí es frustración.

jesus perea, primarias, psoe