Las Españas que agruparon bajo su imperio a los reyes de las Casas de Trastamara y Austria, desde los Reyes Católicos a Carlos II (último Hansburgo muerto sin descendencia), nunca dejaron de ser reinos independientes, porque aunque estuvieron gobernadas por un mismo monarca, nunca perdieron sus instituciones, fueros, privilegios o leyes que las diferenciaba entre sí.
Sin embargo el desenlace de la Guerra de Sucesión entre los Austria federalistas, de parte de los cuales se sitúo la Corona de Aragón, y los Borbones centralistas, cuyo mayor apoyo vino de la Corona de Castilla, supuso la implantación de los Decretos de Nueva Planta y con ellos la unificación de los reinos que constituían las Españas y la desaparición de los fueros y privilegios del Reino de Aragón y Cataluña, adoptando en todos ellos las leyes de Castilla. De este punto nace, sin duda, lo que se ha dado en llamar la “cuestión catalana” dentro del estado español moderno: la imposición de las leyes Castellanas a Cataluña por parte del Borbón vencedor, Felipe V, a partir de 1714. No es, por tanto, una cuestión baladí inventada por Cataluña para fastidiar al resto de las Españas lo que está en entredicho desde entonces.
Desde aquel momento, hasta la actualidad, reaparece la cuestión de forma recurrente después de cada gran crisis política o institucional que en este periodo han existido en España (ahora sí una sola), desde las guerras Carlistas hasta ambas Republicas, en cada una de las cuales, 1873 y 1934, fue fallidamente proclamada “la República federal Catalana”, y posteriormente acallada por la Guerra Civil y los casi 40 años de la larga y dura Dictadura del General Franco. El consenso conseguido, incluso con Cataluña, para hacer posible la Constitución de 1978, aún con el inconsistente cierre de su Titulo 8º, ha dado cobertura durante más de treinta años a un autogobierno catalán que para sí quisieran los Lander alemanes o los Estados norteamericanos.
¿Qué ha sucedido entonces en los últimos años para llegar a la situación actual? Intentemos refrescar la memoria política tan corta que tenemos los españoles. Desde mi punto de vista han sucedido varias acontecimientos que han afectado grandemente a que Cataluña no se sienta cómoda en la España a la que tanto ha contribuido, y que es tan suya como lo pueda ser para un riojano.
En primer lugar una demoledora segunda legislatura del gobierno Aznar, en la que llegó a dar vergüenza ser español no solo a los catalanes sino a todos los españoles; en segundo lugar, un gobierno tripartito en Cataluña que fue uno de los errores más graves de se han cometido en nuestra democracia, cuando en la lógica política estaba clara la coalición CiU-PSC. Este tripartito se empeñó en ofrecer un nuevo Estatuto a Cataluña para demostrar su catalanismo, cuyo resultado fue dar un empujón a las bases de CiU hacia el independentismo, suponiendo además, en mi opinión, una grave deslealtad de Maragall para con sus hermanos del PSOE en el Gobierno. Y en tercer lugar, el recurso de inconstitucionalidad que nunca debió plantear el PP contra el nuevo Estatuto catalán, después de haber sido aprobado sucesivamente en el parlamento catalán, en las cortes generales del Estado, y ser ampliamente aprobado en referéndum por los catalanes en 2006, por un 74% de los votos y una participación de casi el 50%. ¿Cómo es posible hacer intervenir al Tribunal Constitucional en un tema que había tenido este recorrido? ¡Qué inmenso error del PP!
Pero a pesar de todo esto, en 2006 todavía las encuestas daban un exiguo 16 % a los Independentistas en Cataluña, cuando en la actualidad sus partidarios se acercan al 50 %. ¿Qué ha sucedido mientras tanto? Pues que la irresponsable deslealtad de un PP que todavía no había aceptado la derrota electoral de 2004, como ahora veremos, ha conseguido que el independentismo catalán haya devenido en un sentimiento que empieza a pasar por encima incluso de sus propios intereses.
En efecto, en las cercanías de las navidades de 2005 los Populares inician una activa campaña para boicotear empresas y productos fabricados en Cataluña, llegando incluso a hacer circular en un PDF de cinco folios una lista de estos productos y empresas, campaña a la que se suman enseguida conocidos círculos derechistas muy aficionados a estas ya veteranas prácticas. ¿Habíamos olvidado esta ofensa? Pues hay más, porque en abril del entrante año 2006, Rajoy, a la sazón Presidente del PP en la oposición, presenta inútilmente (sabe que su iniciativa no puede prosperar nunca) más de 4 millones de firmas en contra del proyecto de Estatut que llegan al Congreso de los Diputados en 876 cajas apiladas en palés y transportadas por diez furgonetas, disponiéndolas delante de los leones de la escalinata y fotografiándose con ellas en posición triunfante.
¿Se puede hacer un gesto más ofensivo? Sí, se puede, ya que Rajoy al mando del PP recurre de inconstitucionalidad el nuevo Estatut de Cataluña, y no recurre el Valenciano y otros que con posterioridad copiaban el catalán. Y no se conforma con esto, sino que trata de asegurarse una sentencia favorable del Alto Tribunal bloqueando, durante cuatro vergonzantes años, la renovación de los vocales de éste importante órgano constitucional cuyo mandato está vencido varios años para alguno de sus vocales, y permanece así hasta que en julio de 2010 el PP consigue la sentencia que suspende importantes artículos del Estatut. Los ciudadanos catalanes, los partidos catalanistas, y el propio gobierno tripartito, ven una gran ofensa en la desafortunada sentencia, hasta el punto de que el Presidente socialista Montilla sentencia: «Tiempos venideros demostrarán que esta sentencia no ha solucionado nada, sino que ha creado muchos problemas».
Afirmo que el Presidente del actual Gobierno, con este historial a cuestas, está incapacitado, como así lo está demostrando a diario, para ni siquiera proponer soluciones al problema más grave que en estos momentos soporta España, y que su partido, y él mismo han creado. Lo antepongo a problemas como el paro, la desigualdad y la corrupción, porque sin darle una solución al problema catalán todo lo demás se agrandará hasta límites insoportables.
Aún a riesgo de alargarme un poco, no puedo, en justicia, olvidarme de la otra parte, desquiciada también por el transcurso de los acontecimientos. Un presidente de la Generalitat que ha utilizado su astucia, de la que se vanagloria, para un único objetivo: hacerles olvidar a los catalanes sus problemas de paro, pobreza, desigualdad y corrupción (que en Cataluña no son proporcionalmente menores que en el resto de España), para meterlos en una campaña independentista permanente, por un camino hacia ninguna parte; y pervirtiendo, sin oposición de nadie, los modos democráticos, las instituciones y hasta el propio lenguaje.
En qué cabeza cabe sino que un Presidente autonómico deje de actuar como máximo representante del Estado del que nace su propio poder, para convertirse en “astuto” líder de una parte de sus ciudadanos, los independentistas, olvidándose de todos los demás. Porque con los demás ni habla. Pareciera que no existieran, ni fueran necesarios para su obsesivo relato.