Las noticias nos dicen que hay una nueva ley llamada ley Mordaza, la ley Orgánica para la Protección de la Seguridad Ciudadana y que es más mala que el baladre. Así de primeras pensarás que no te afecta a ti, lo mismo pienso yo. Pero poco a poco encuentras cosas que podrían llamarte la atención, como las escuchas y pinchazos de teléfono.
Los micrófonos ocultos
Saqué el teléfono del bolsillo y me dispuse a llamar a mi jefe, al otro lado de la provincia. Había llegado al destino, un pueblecito de la provincia que podría ser grande, pequeño o mediano, daba igual. Lo que caracterizaba al municipio no era su tamaño sino su turismo y yo estaba encargado de obtener algo rentable. Unas buenas ventas con las que cerrar el año.
Saqué el teléfono del bolsillo, marqué y no pude comunicar. Comprobé la cobertura, cuatro rallitas, comprobé si podría mandar un guas, todo parecía correcto en mi teléfono de cuatrocientos pavos.
¡Llamadas gratuitas! Pero el teléfono costaba 400 euracos.
Imposible conectar.
En un pueblo bien comunicado de la provincia de Albacete, situado en una de las carreteras principales de este país la conexión se prometía a pleno pulmón, pero no lo era.
Iba a apagar el teléfono y posponer mi llamada cuando empecé a escuchar de manera muy leve y casi difuminada entre el ruido de la calle un zumbido, un leve rumor. Mantuve encendido el teléfono y el auricular tan cerca de mi oreja como podía.
¿Saldría una operadora de algún país del otro lado del Atlántico?
No.
No apareció nadie.
Terminé por colgar. Como media España, no confiaba en mi operadora de telefonía móvil y no quería que luego me anotasen una llamada internacional en la factura. Me acerqué al bar de la esquina, porque en todos los pueblos hay un bar de la esquina, pedí un café y eché un vistazo a La Tribuna, la única opción de papel leído.
Como tenía gana de palique y pocas ganas de apurar el cortado, le dije al camarero si solían tener problemas de cobertura en aquella zona.
Empezó a reír y con él un par de personas que, como yo, apuraban cafés en la barra.
-No es cosa del teléfono, es cosa de la policía, estarán probando los cacharros nuevos.
-Perdón, ¿los cacharros nuevos ? -Dije -¿A qué se refiere exactamente?
Hubo un leve silencio y cuando los parroquianos comprobaron que en el bar no habían más oídos que los nuestros, el camarero prosiguió con su historia:
-Resulta que la policía no se fía de muchas personas en este pueblo, sean de un partido o de otro, quienes mandan son…bueno, son algunos de ellos.
-Me estará tomando el pelo, claro -dije yo pensando que era la hora de tomar el pelo al forastero.
-Ojalá fuera broma. Si supieras el dinero que el secretario del Ayuntamiento da a cacharricos modernos de esos de espías que da a la policía. Sí, de esos que se pueden comprar por Internet.
-Pero si eso es..
-¿Ilegal? Claro, si lo usa usted y le pillan, pero si lo usa la misma policía, ¿quién iba a denunciarlos? Además, con la nueva ley van a dejar de ser ilegales… si los usa quien tiene que usarlos, claro.
-¿Y a quién podrían espiar?
-A todos. A ese de ahí por que quiere comprar un terreno cerca de la casa de la prima del policía. Al que está a su lado por criticarlo en un pleno. A mí mismo porque en el bar se habla mucho y se cuentan los secretos de todos. Cuanto más sepa de mí, menos podré hablar yo, o podré hablar y chivarme…de los demás, cuando a él le interese. Perdón, a ellos.
-Me están tomando el pelo, ¿verdad? Me están tomando el pelo.
-Puede pensar lo que quiera. Pero también puede comprobarlo de manera sencilla. Solo tiene que abrir el teléfono, llamar al sitio del que usted venga y decir que en Villarribarra va a hacer un negocio turbio, o va a tener una reunión con la Alcaldesa y le va a sacar un millón de euros. Haga la prueba. Yo le invito al café por las molestias.
-¿Qué molestias?
-Las que tendrá usted si lo hace.
Saqué el teléfono del bolsillo y me dispuse a llamar a mi jefe. De fondo se escuchaba un leve zumbido, ligero, casi imperceptible. Al tercer tono mi jefe lo cogió.
-Agustín, oye, estoy en Villaribarra, en diez minutos me reuno con la Alcaldesa. Si, sí, va a pasar por el aro, le he colado el negocio. Estamos hablando de treinta mil euros, quizás cincuenta mil. En B, como siempre.
El camarero me miró sonriente. Los dos tipos de la barra pagaron y se fueron con discreción.
Apenas habían transcurrido siete minutos cuando comprobe que la risa del camarero desaparecía.
Basado parcialmente en hechos reales, para que nadie me diga que en Albacete no existe un pueblo con ese nombre.