Le perdí la pista durante el verano, cuando la ciudad está más transitada y concurrida, cuando la luz llena todos los rincones y despachos.
El frío no ha llegado aún como tal, ¡gracias calentamiento globlal!, pero por rutina y cierto frescor nos echamos encima la rebequica. Seguimos paseando, aunque no haya tanta luz como en primavera, por las calles de una ciudad tranquila, transitadam agradable aunque tumultuosa cuando quiere.
Las mañanas del parque siguen siendo solitarias. El poeta profesor de Educación Física sigue sacando a los niños a correr al Abelardo Sánchez. Los niños siguen haciendo trampas ocultos entre arbustos porque han aprendido que se llega más lejos con una pequeña trampa (que no hace daño a nadie) que cumpliendo las normas a rajatabla.
Los corredores enrojecidos luchan contra el tiempo a cada zancada, compitiendo con los corredores contra el colesterol que caminan tan rápido como les indica el pulsómetro.
El matrimonio de prejubilados lucha contra el reloj, olvidaron que la adolescencia no vuelve, ni la turgencia, ni la pasión. Pero sonríen como adolescentes.
Los patos hacen cosas de patos, las palomas perfeccionan cosas de palomas. Las ardillas insisten buscando Riópar en el horizonte.
Entre ellos, silencioso, vigilando los columpios y el templete, el observador atento.
Aparece en otoño, con sus mantas sobre las rodillas y la mirada perdida en el firmamento de quien conoce el destino como los recovecos del parque. Es el buscador de rayos de sol.
No le preocupan las miradas, ni las voces juveniles, ni el miedo a desaparecer. Solo le preocupa encontrar un hueco soleado. Siempre lo encuentra.
Ahí está.
Vigilando.
Saludando sin mirar, cuidando de cada uno de nosotros, los agraciados, los desgraciados; los simples y los complejos.
Hoy es un día importante. Como ayer, como mañana.