Nuevas formas de contar...

Profesionalidad periodística y democracia en Albacete

Antonio González Cabrera

En los últimos tiempos vivimos una guerra sucia desde los medios de información públicos y privados, contra el conocimiento de la verdad. El objetivo no es otro que controlar a la opinión pública. Vale todo, desde hacer ver que error y delito son cosas idénticas, a tergiversar informaciones, sesgar declaraciones, e incluso, algo tan rechazable como mentir con alevosía. Todo el espectro político de nuestro país sufre, esa manipulación, aunque lógicamente en mucha menor medida quienes ejercen el poder. Se busca con ello limitar, no solo la libertad de información, sino otros derechos que ya creíamos  consolidados.

Para desgracia del conjunto de los ciudadanos y desprestigio de nuestra democracia, algunos entienden que la información es libre solo si ellos gobiernan y la pueden controlar. Es la consecuencia de no creer en el sistema democrático, y prueba de ello son las purgas en las plantillas, despidos a trabajadores que no asumen que el jefe siempre tiene razón, o el hecho de pasar una noticia digna de portada a páginas centrales. Detrás de todo esto está el temor a que el impacto de la información cuestione la torre de cristal de los propietarios de ese medio, o irrite en los aledaños del poder amigo.

Como otras muchas profesiones hoy en España, el periodismo muestra síntomas de enfermedad. En mucha mayor medida el vinculado a las televisiones, porque son muchos más los espectadores que los lectores. Los ejemplos en los informativos de RTVE, de Tele Madrid, o de RTV Castilla-La Mancha son una clara muestra de que cada vez parece que nos quedan menos periodistas de los de verdad. Mientras en este país nuestro de cada día, sigan existiendo millones de personas convencidas de que si algo sale en la televisión es que es verdad, seguiremos así, y ese debe ser el motivo por el cual el papel de tertuliano este tan bien remunerado, aunque muchos solo se dediquen a llenar de frases prefabricadas y ocurrencias obvias los espacios en los que intervienen, frente al profesional que solo da información.

Como nos ha ocurrido en otras profesiones, entre ellas la médica, el periodismo ha dejado de ser una profesión vocacional para convertirse en un medio de vida. Esa transformación de la profesión ha ido acompañada del cierre de medios (un ejemplo es Albacete) y la absorción de los pequeños por los grandes, en busca del monopolio informativo, aún no alcanzado, pero al que algunos no renuncian. La libertad de información en una democracia debe asumirse como una cuestión de estado, y el uso partidista de los medios de información se debería tipificar como un delito más que implique inhabilitación, ahora que es delito protestar según la reciente ley mordaza. Eso reforzaría la profesionalidad frente al salario como objetivo primordial.

La crisis económica se utiliza para intentar acallar las voces críticas, por quienes están convencidos de que ellos son quienes marcan la línea que separa la actuación del profesional de la de quien actúa solo como estómago agradecido.  Los periodistas han de unirse por el bien de su profesión, pero defender la dignidad profesional siempre requiere ir acompañada de la acción política. La clase política, con independencia de los partidos debe conocer cuáles son las líneas rojas que nunca deben cruzar, porque si hoy se cruzan para denostar al rival, mañana se cruzaran para hacerlo contigo.

Pero no es fácil que alguien se rebele contra esa manipulación. El desempleo en la profesión periodística es inconmensurable, y salvo unos pocos, calificables como privilegiados, la inmensa mayoría tiene bajos salarios, jornadas sin límite, y sometidos a los deseos de quien le  paga. No se puede pedir que  levante la voz a quien está en paro,  o con bajo salario, o con la espada de Damocles del despido sobre su cabeza. Lo que es meridianamente claro es que no lo harán quienes cobran un sueldo astronómico, precisamente por su sumisión a quien se lo paga. La realidad es que en España la profesión de político y la de periodista están cada día más denigradas.

Mucho más sangrante es la actitud social, que damos por hecho que la manipulación existe, y permanecemos impasibles. Con los medios privados podría llegar a entenderse, porque puede ser suficiente cerrar el grifo que los financia para dejar al periodista sin el chusco que llevar a la mesa de su casa.  Pero que también acontezca en lo público sin la menor queja social, hace este asunto mucho más bochornoso y dice  poco a favor de nuestra calidad democrática. Para dar opinión ya están los artículos de opinión, y hacerle llegar al ciudadano una información veraz, es algo diferente.

Si esto continúa, y parece que así será, deben ser las urnas las encargadas de castigar  a quienes así actúan, y apoyar a quienes opten por la absoluta independencia informativa de quienes ejercen una profesión tan digna e imprescindible  como es el periodismo de información.

 

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