Soy antisistema. Lo soy, cada vez lo tengo más claro. Tengo que ser sincera, y aunque haya luchado por arrancar los demonios de mi rebeldía y llevarla a los confines de la tierra, una tiene que ser sincera consigo misma.
Lo veo más que necesario en esta época pre-electoral en la que los partidos tradicionales visten sus mejores galas para esconder sus cadáveres putrefactos, en la que cuidan el lenguaje para decirte lo que quieres oír y te dan palmaditas en la espalda. Pues en esta época… YO; me desnudo. Salgo del armario.
Lo reconozco, soy antisistema. No te asustes, sé que es difícil de asumir, deja que te explique.
Para que me vayas conociendo yo no estoy aquí para decirte cosas bonitas como “subida de prestaciones por desempleo”, “bajar impuestos” o –una que me gusta mucho en esta época- “creación de puestos de trabajo.” Lo siento, estoy aquí para contarte cómo estamos de jodidos. No voy a darte palmaditas pre-electorales en el hombro. Vengo a darte la hostia de realidad que necesitas.
Recuerda que unas malas palabras a tiempo son mucho más educadas que el sumiso silencio del oprimido.
Como he dicho antes: soy antisistema. Sí, ya lo creo. Soy antisistema pero no tengo perro ni toco la flauta. No tengo un laboratorio donde fabrico bombas lapa y cócteles molotov. No quemo banderas (he de decirte que a mí un trozo de tela me importa más bien poco) pero no, no las quemo. No he estado jamás en Venezuela ni en Cuba ni en Irán. Por cierto, a muchos de los que se creen expertos en estos países les ponía delante un mapamundi y les pediría que me los localizasen (igual nos llevábamos una sorpresa) y después, les pediría que me hiciesen un resumen político, económico social y cultural (aquí nos sorprenderíamos más aún). No quiero trasladar mi domicilio a estos países. No quemo contenedores ni mi flequillo es picudo, ¡ni siquiera me gusta el punk! Tampoco quiero quemar iglesias ni abolir la Semana Santa (aunque yo pensase que en un estado aconfesional se podría abrir el debate sin miedo a ser tachado de hereje terrorista). Ningún gobierno latinoamericano me ha pagado por trabajos de asesoramiento y no tengo un cuadro de Stalin colgando encima del cabecero de mi cama.
Con la descripción que acabo de hacer es muy probable que estés pensando “menuda antisistema de pacotilla”, pero continúo.
Como ya he salido del armario te diré: SOY DE PODEMOS, ¿a que ahora ya encajo mucho más en el perfil? Sigo.
Debe ser desde pequeña y debí haberme dado cuenta antes, cuando iba a la biblioteca y leía de vez en cuando tiras de Mafalda y con las que, a pesar de mi corta edad, ya me preguntaba qué significaba el término “burocracia”. O quizás fue más temprano aún cuando desde la infancia ya denunciaba que, de manera sistemática los varones ocupaban un estatus más cómodo que el de las niñas. Debí suponer también por aquel entonces que estaba abocada a ser una feminista antisistema cuando me preguntaba por qué los Reyes Magos a mí me traían muñecas y cocinitas y a mi hermano juegos de lógica. Tuve que haberme dado cuenta de que acabaría en estos derroteros en mi adolescencia cuando, como norma general, en la mesa se discutía sobre las cuestiones políticas que nos preocupaban. Y la prueba definitiva pudo haber sido cuando, en lugar de ver “Al salir de clase” yo disfrutaba viendo durante horas el Debate sobre el Estado de la Nación.
Soy antisistema. Soy de Podemos. Me gusta la política casi desde que tengo uso de razón. Fui una alumna mediocre en secundaria, solo lograba notas buenas en Historia y Filosofía (a ojos del informe PISA probablemente sería una analfabeta). Soy pedagoga, adoro mi carrera y mi profesión pero odiaba el sistema educativo universitario y la mayoría de las clases magistrales que se suponía que me debían de preparar para ser una profesional de la Educación. Muchas baterías de test psicológicos, mucho diagnóstico, mucho encasillamiento del alumnado, mucha Economía, mucha Estadística… y resulta que descubrí a Freire (La Pedagogía del Oprimido) mientras me bebía un litro de cerveza (os lo dije, soy antisistema) discutiendo de educación con losque en su día fueron compañeros de clase pero que hoy se han convertido en compañeros de vida. Por cierto, todos ellos también antisistemas, tanto o más que yo.
Soy antisistema. Estoy en contra de un sistema que utiliza las fuerzas de seguridad en beneficio de las bancas para echar violentamente a ancianos -para la posterior especulación- de sus viviendas. Soy «antisistema» del sistema que impide la participación y la protesta ciudadana. Soy “anti” de un sistema que no ha sabido más que parir en su historia democrática a presidentes siervos (y a algún que otro genocida) al servicio de los poderes fácticos. Me declaro en contra del sistema que asume como cultural el maltrato animal y también en contra del sistema que permite que se pague a los poderes judiciales con dinero de empresas privadas.
Soy antisistema. Lucho por una educación pública y de calidad, la cual no mida al alumnado por ser bueno en conceptos matemático-financieros sino que lo mida por el talante ciudadano que muestra. Claro que soy antisistema, de un sistema que deja escapar a la generación mejor preparada de la historia para servir almuerzos a 3 euros la hora, mientras que los encargados de solucionar su situación se pasan niveles del Candy Crush en medio del debate del estado de la nación. Y sí, por último, soy «anti» del sistema que trata a las mujeres como yegüas de cría en vez de como personas.
Ya he salido del armario. Aquí me tenéis. Probablemente tu visión del panorama se parezca mucho a la mía. Si de algo me ha servido pertenecer a la generación mejor preparada y con menos posibilidades es para tener una visión muy crítica de la situación y he llegado a la conclusión de que sin mi participación no se va a cambiar nada (entiendan, mi participación como sujeto de la sociedad, no como lideresa). Esa ha sido la conclusión que me ha llevado a decidir unirme a este movimiento (he tenido mis dudas) Es la hora de pasar de la cultura de la queja a la cultura de la acción y el cambio.
Sería no solo un atrevimiento sino una absurdez afirmar que PODEMOS es el único mecanismo que permite la participación ciudadana, pues mucho antes que a los movimientos políticos soy perteneciente a los movimientos de la calle, con los que “partido a partido” se han conseguido logros que no se pueden pasar por alto.
Si bien he dicho que el contexto actual me ha llevado a tener una visión crítica, más aún la tendré con el partido al que pertenezco.
Vaya por delante el respeto y la admiración por los compañeros y compañeras que caminan junto a mí en este viaje pero no es la hora de hacerse “selfis” a puertas del Congreso respaldados con los datos de las encuestas. Ni es la hora de titubear para responder a la campaña de acoso y derribo –que por cierto se está orquestando con mecanismos públicos-. Tampoco es la hora de convocar grandes manifestaciones para reclamar “nada” ¿Creéis (creemos) acaso que el 31-E no había razones más que suficientes por las que salir a la calle aparte de las de exhibir el logotipo morado?
En la preocupación de salir del tablero político enmarcado en la eterna dicotomía de la izquierda y la derecha se nos está pasando por alto la agrupación de compañeros y compañeras que siempre han luchado desde nuestra misma barricada. Se nos está olvidando el diálogo en pos de la marca política. Se nos está olvidando que al fin y al cabo somos ciudadanos y ciudadanas.
Yo soy antisistema, ¿qué vas a hacer tú?