Para que haya auténtica democracia interna en las organizaciones políticas se le ha de devolver parte del protagonismo a los militantes y quitárselo a los dirigentes del partido que disfrutan de excesivo poder.
Tal vez, la solución habría que buscarla en una situación intermedia entre la democracia interna y el presidencialismo excesivo. Hubo otro periodo anterior, durante la II República, en el que los partidos políticos poseían mayor democracia interna, ya que los comités provinciales elegían a los futuribles diputados a Cortes y las candidaturas eran abiertas, lo que quiere decir es que cada elector podía elaborar su papeleta eligiendo de cualquier candidatura para hacer su papeleta propia.
Actualmente, los líderes de los partidos políticos los controlan a espaldas de la mayoría de sus militantes. El PP, en la figura de Rajoy impone a los candidatos según sus preferencias. El PSOE e IU, desean dar una imagen de democracia interna y aceptan las elecciones primarias en candidaturas cerradas. Sin embargo, esto no es democracia ya que los que se presentan cuentan con todo el apoyo del aparato y la mayor posibilidad de ganar, como ocurre casi siempre.
Está claro que, últimamente, los partidos políticos tradicionales cada vez más se han estado ocupando de ellos mismos y menos de los ciudadanos. Solo les ha interesado disponer de militantes para lograr su obediencia de voto, utilizarles de apoyo en las elecciones para pegar carteles, distribuir propaganda, para interventores, etc. Pero, los ignoran a la hora de designar los candidatos al Ayuntamiento, a la Junta y al Congreso de los Diputados y Senado.
Es el momento de las nuevas organizaciones que traen nuevos aires de renovación interna. Nuevas propuestas de trasparencia, nuevas ilusiones que están dispuestas a poner fin a la corrupción, ya que a ellas, de momento, no les afecta. Las nuevas fuerzas emergentes han despertado ilusión entre una parte de los ciudadanos abatidos por la realidad política que se está viviendo y, sobre todo, entre los jóvenes que, por primera vez, se van a acercar a las urnas para depositar el voto.
La reacción de los partidos clásicos es meter miedo y descalificarlos, diciendo de que son primerizos en política, son anarquistas o de extrema izquierda que nos traerán el caos, etc. Buscan diversos descalificativos con la finalidad de acabar con ellos, cuando en realidad debían preguntarse, «¿qué hemos hecho mal para llegar a esta situación?». Mi recomendación es que miren para dentro y apliquen reformas, si no quieren ser perder gran parte de su electorado ante los nuevos aires que soplan.
Se abre una nueva etapa ilusionante que va a significar un terremoto en el ámbito político. No solamente por el fin del partidismo, sino también por el inicio de la diversidad de partidos y el retroceso de los nacionalismos.