Los espectadores del Teatro Circo comenzaron a aplaudir como es habitual en Albacete. Somos un público agradecido. Pero sin parar. Algunos atrevidos se pusieron de pie ovacionando, sin parar de aplaudir, los actores salieron de nuevo ante esa tormenta de agradecimiento. Juan Diego Botto no podía sonreír a pesar de quererlo, la obra fue tan intensa que necesitaría un buen rato hasta salir del papel. La ovación continuaba hasta que Botto solicitó un momento para dar las gracias y decir dos frases extra. Una de García Lorca sobre la necesidad e importancia del teatro. Otra sobre un artículo de la Constitución Española sobre la defensa de la cultura por parte de las instituciones públicas.
Pero esto fue el final.
El inicio fue inesperado, Juan Diego Botto y Astrid Jones representaron en el Teatro Circo de Albacete Un trozo invisible de este mundo. Antes de que las luces se apagaran alguien en el escenario manipulaba maletas en una cinta de esas de aeropuerto. Sabíamos que era Botto pero queríamos pensar que, como en cualquier obra, se apagaría la luz, te recostarías en el asiento y te dejarías llevar.
Pero no. Esto era Un trozo invisible de este mundo.
Juan Diego Botto inició uno de sus monólogos, bromeando con las pesonas de la primera fila, soltando bromitas y obviedades sobre el tercer mundo, países en vías de desarrollo y esa gente indocumentada que viene a nuestro país.
Había llenado el espacio, el espacio por completo. Había llenado el Teatro Circo sin apenas decir cuatro frases. Su primera aparición provocó risas y un poquito de mal rollo, ¿cuántas veces habíamos escuchado esos argumentos en amigos, familiares, en nosotros mismos?
Pum, primer puñetazo en el estómago. Cada vez más encogidos en el asiento, cada vez más inquietos, pendientes de su voz y las palabras sacadas de la realidad, como una mala peli de Antena 3. No olvidemos que Juan Diego Botto basó su obra en entrevistas a personas, personas, personas, de diferentes asociaciones y ONG.
Personas.
Esa es la clave.
Personas con esperanzas, con problemas, con o sin futuro, con su punto de vista y manera de ver y entender las cosas.
Juan Diego Botto llevó a cabo un repaso por el estererotipo español y argentino, ofreciendo por el camino un repaso por el estereotipo de todos y cada uno de nosotros.
PUM, otro puñetazo en el estómago.
Apareció la cantante y actriz Astrid Jones, con esa voz terrorificamente evocadora capaz de interpretar varios papeles en un solo monólogo, en varios idiomas y sacando de las casillas a los corazones más atrevidos.
La mujer africana que viene a España y se encuentra de golpe con…España. Enfermedades que no se curan, centros de internamiento, hijos desaparecidos, sueños rotos. Frases goteando: «Vivir no es sobrevivir», «tienes derecho a la comida, pero también a las flores».
PUM.
Cuando quieras, vuelves al teatro.
Botto y Jones nos dejaron petrificados, ansiosos de más historias, se llevaron la ovación que hacía mucho tiempo yo no escuchaba en el Teatro Circo (aunque es complicado ir a todo por razones que no vienen a cuento). Con suerte nos hicieron un poco mejores. Con suerte nos recordaron que no somos mejores y como muestra, una pegatina en la entrada:
Un número que nos obligaron a colocarnos en la solapa, un número identificativo, espectador sin nombre, personas sin nombre. Un jueguecito sencillo como esas actividades extraescolares o esas dinámicas de grupo en las sesiones de coaching de moda.
PUM, PUM, PUM.
Miré el teléfono a las doce de la noche, tenía el teléfono de Juan Diego Botto y Astrid Jones en una servilleta de papel. Pensé en llamarlos, como a esos amigos a quienes tienes que detallarles un día genial después de un día genial, como si ellos no supieran el peso de la representación que llevan interpretando dos años, como si a ellos les interesara mi punto de vista; con esa necesidad de quien se deja encandilar por las luces, las estrellas y el techo iluminado del Teatro Circo.
Luego me fui a la cama.