Bukowski es un poeta borracho y malencarado que vive en la Calle Ríos Rosas de Albacete. Bebe hasta caerse de culo y olvidar que escribió las mejores rimas de la Feria o que ganó los Juegos Florales de Tobarra. Olvida que le duele la vida y el desamor. Pero no lo dice en Facebook ni en Twitter y por suerte para él, nadie le graba cuando mea por las esquinas de vuelta a casa, dando tumbos y admirando el falso amanecer mediterráneo de este gran pueblo.
En el Barrio de San Pedro vive una chica, que bien podría ser mujer por los «donjuanes» que lleva a sus espaldas. Se deleita con su propio cuerpo desde los doce años y deleita a tantas mujeres como le dejan desde los 16. Vienen del centro a su casa y ella se desplaza donde el amor y la pasión la convocan. Ellas se pierden entre sus piernas y sus curvas. Es lesbiana y le gusta, pero no lo escribe en Facebook, en su terraza no hay un molinillo con la bandera del arco iris y sus asuntos solo le interesan a ella y a quienes con ella comparten cuerpo, ratos y pensamientos.
El bromista del Barrio de la Feria hace chistes desde que se emborrachaba con 14 años en El Gordo. Sus bromas y chascarrillos varían desde negros a gitanos, mujeres pechugonas o delgadas, maricones, andaluces, catalanes, leperos y tomelloseros. Todos ríen a su alrededor y nadie hace vídeos con el móvil, ni lo manda por Whatsapp, mucho menos lo publican en Twitter.
Ríen tanto que olvidan la vida y el desamor.
El poeta borracho odia al poeta cocainómano porque salió más veces en La Verdad de Albacete, aunque el periódico ya no exista. Además, ha vendido tres libros más que él. Se ven por la noche y se felicitan, se odian entre versos, creyendo que son o podrían ser Góngora y Quevedo.
El bromista del barrio se sienta en su despacho sin vistas de una de las secciones del Ayuntamiento, nunca haría una broma fuera de su entorno, procura pasar en silencio y de puntillas. Pero va guardando detalles y anécdotas para que, al salir, sus conocidos le rían las gracias. Se vestirá de manchego y saldrá con la carroza del barrio en la Feria.
La lesbiana sonríe en el Día del Orgullo gay. Siempre piensa lo mismo: si la gente supiera cuántas personas ocultan su personalidad; cuántos empresarios, deportistas, políticos de primera línea o simples personas que viven al día como pueden. Pero a ella le importa poco, ni pide ni da explicaciones. Sabe que, en una ciudad como esta, hay que disfrutar el camino lo máximo posible para afrontar la vida y el desamor.