En una sociedad hipócrita

«Malas madres»

Imagen-de-Paco-Ponce
Miguel Ventayol

Una de las expresiones más duras que se pueden escuchar y recibir en nuestro lenguaje castellano es hijo de mala madre. Algunos de vosotros no la compartiréis, pero a mí me parece un menosprecio terrible en el sentido de que focaliza todo la culpa y responsabilidad de los actos de una persona en aquella otra bienhechora que lo trajo al mundo.

En otoño prima la tristeza y nos dejamos llevar porque sí. Mientras, la mala madre bajó del tren, miró en todas direcciones buscando unos brazos que la consolaran pero no los encontró y se le hizo de noche aunque el otoño manchego aún no había llegado a la ciudad. Su hijo mayor de edad, tan mayor como para clavar pósters en una residencia universitaria la había abandonado a su suerte de madre joven,  y sin un trabajo donde olvidar tristezas cotidianas. Porque la crisis es así. La mala madre cogió el teléfono y apuntó la primera diana, su amiga cuyo nombre comenzaba con la ‘A’, Aurora.

¿Nos tomamos una caña? Aurora no dudó un instante porque las malas madres se comunican entre sí de una manera que apenas necesita palabras.

Aurora, otra mala madre, con trabajo sí, pero de 40 horas semanales por convenio, 45 o 50 reales. Pero la mala madre tenía que trabajar a 75 kilómetros de Albacete por estas cosas de la vida. Viajar implicaba abandonar a sus hijos de 8 y 10 años al cuidado de una cuidadora de la nacionalidad que más barata cobre las horas. Aurora no tenía otra opción. Su marido no se encontraba en disposición de ayudarla con unos horarios incluso menos dóciles que los suyos.

La mala madre echó un puñado de lentejas extra en la olla; su marido falleció dos años atrás y la jubilación no supuso la fiesta que sus compañeras de trabajo prometieron. Puso a cocer las legumbres junto a su sofrito especial. Quizás alguno de sus hijos se acercase a media mañana o a media tarde y pudiera llevarse un tupper con comida. Ellos siempre sabían apreciar el placer de las lentejas maternas, no como esas malas madres de sus esposas.

La mala madre sonríe recordando las bromas de su hijo de ocho años: «Mamá, creo que tristeza maneja los mandos hoy». Es la frase sacada de la película infantil Del revés que su hijo usa a diario.

La mala madre apunta a su niño a inglés, tenis y fútbol porque el trabajo le impide dedicar más tiempo a su educación. Es eso o la pobreza. Pero nos pone tristes el otoño…

La mala madre prepara café a su hijo por si viene a media tarde. Le compra leche de avena de tres euros porque tiene el estómago mal y no tolera la leche de 50 céntimos del Día. Discute con él porque no se ha hecho funcionario para tener el futuro asegurado como su difunto padre, discute con él porque no va a misa como le enseñaron, ni va a ver a su abuela a la residencia tantas veces como fuera necesario.

La mala madre besa a su hijo antes de dormirse.

Descansa. Mañana hay colegio.

Mamá, cuéntame un cuento.

La mala madre deja a un lado los libros de la Oficial de Idiomas porque el futuro es saber inglés, lleva un vaso de agua a su crío:

Mamá, cuento, «porfi».

La mala madre recibe la llamada de su hijo en la distancia, los nuevos teléfonos se llaman escaip:

Mamá, te tengo que contar una que te vas a mear. ¿A que no sabes que acabo de encontrarme con uno de Villarrobledo que está trabajando aquí en una cafetería?

Cuenta, hijo, cuenta.

La mala madre coge el teléfono mientras baja el volumen de la tele.

Dime, hijo. Al final se te ha olvidado el tupper con las lentejas.

¿Sabes de qué me he acordado hoy, mamá? De los cuentos que me contabas de pequeño.

Hijo mío, cada día estás más tonto. ¿Estás con la pitopausia antes de tiempo o qué?

La mala madre se ríe en voz baja, recuerda todos y cada uno de los cuentos infantiles que contaba a su hijo después de pasar el día limpiando casas. Será la edad pero ella se acuerda con nitidez de los acontecimientos de hace 30 y 40 años. «Érase una vez un príncipe azul que montaba un corcel brioso. Érase una vez una princesa de largos cabellos dorados».

Antes de acostarse como sin querer, su canario empieza a cantar:

No es tan triste el otoño,  a fin de cuentas.

(Dedicado a todas las madres que sacan de donde no hay).

Imagen del Flickr de Francisco Ponce

miguel ventayol