Una persona de cuarenta años entró en la oficina de un sindicato a la búsqueda de un servicio de empleo que existía hace unos años y desapareció por culpa de la herencia recibida de ZP, el del mal nombre, el de la herencia recibida. Pregunta con inocencia a la persona que atiende con menos pasión que empatía:
—Oye, ¿es que ya no ponéis las ofertas de empleo en el tablón de anuncios como antes? Es que en el paro no he visto nada…
Y la persona que la atiende suspira: «Ese servicio lo eliminaron hace unos cincco años más o menos».
—Entonces, ¿qué hago si busco trabajo? — Su tono de voz suena quejumbroso, inocente como el de un niño o un parado de larga duración que todavía confía en el sistema.
Sin preguntar si puede o no sentarse porque entiende que en un sindicato tienen obligación de escuchar a los trabajadores (en paro o desempleados) aunque no estén afiliados, la mujer se sienta y comienza a explicar su situación. Una situación que la persona que atiende conoce de memoria desde el mismo momento en que ha visto lo gastadas que tiene la suela de los zapatos y lo perdida que tiene la mirada. Un discurso conocido, memorizado y sin solución previsible.
Se quedó en paro hace dos años y medio, en plena crisis, madre de dos hijos, no le dio importancia porque tenía paro, hasta que vio cómo se reducía la cuantía de lo que entraba a fin de mes «y yo sigo teniendo los mismos gastos, no creas«. Pero no se preocupó demasiado. Se apuntó a una academia para presentarse a unas oposiciones «de administrativo, no creas. Que yo soy licenciada, no sé si sabes lo que quiero decir«.
Tras un esfuerzo considerable a nivel económico, personal y de costuras en los codos, ni siquiera consiguió acercarse al aprobado. Hubo rumores de enchufes, de que las oposiciones estaban amañadas, apalabradas, teñidas de ese virus que ataca a una sociedad moderna, democrática y culta como la española.
—Que yo no confiaba en sacarme la plaza a la primera pero al menos podría haber tenido alguna opción, quedarme en la bolsa. Es que me he enterado de que el primo de mi vecina ha aprobado y te puedo asegurar que ha estudiado menos que yo. Por no decir que es un zote, no creas.
La aspirante no consiguió nada. No obtuvo ningún resultado, el paro se agotó, y su paciencia voló. Se quedó sin herramientas ni optimismo, ni sonrisa ni opciones de trabajo en una provincia como la de Albacete, emprendedora, moderna, democrática y cargada de posibilidades.
Pero ella no las veía. La suela de sus zapatos estaba cansada y su mirada no sabía dónde colocar el siguiente paso.
—Se me ha nublado todo —dijo a la persona que la escuchaba con la paciencia de quien ha oído decenas de veces historias similares en la misma silla, del mismo lugar, de personas distintas—. Ahora, ¿qué hago?
—No sé qué decirte, pero supongo que deberías animare, aunque para mí es más fácil decirlo que hacerlo. Mira, ponte aquí a mi lado, conozco varias páginas de ofertas de trabajo que quizás no conozcas y quizás te interesen.
Las dos mujeres accedieron a Internet y consultaron una, dos, tres, cuatro y hasta cinco webs de empleo donde la mujer desanimada dejó de ver nubes y encontró una, dos, tres ofertas de trabajo en la provincia de Albacete.
—Los sueldos no son lo que eran, las condiciones no parecen demasiado buenas. Pero me has animado. Muchas gracias.
Y salió a la calle Mayor con la sensación de quien va a comerse el mundo, con varias ofertas de empleo en el bolsillo.