Caminando por las calles de Albacete, esta ciudad otoñal donde una ambulancia rompe el silencio del amanecer y por las noches los adolescentes se persiguen con cuchillos, hay escenas de amor, no exentas de ternura y repletas de contenido.
El intelectual se arrodilló perdiendo el equilibrio, miró a los ojos a la chica mujer que ya no era niña aunque pudiera fingirlo, no se dio cuenta de las heridas de sus rodillas que indicaban ese paso previo de la niñez a la edad adulta. Ese paso previo hasta que el romanticismo desaparece y la realidad obliga a que las heridas en las rodillas aparezcan de nuevo.
Sonrió como un bebé o un jubilado y le dijo:
—¿Me harías el hombre más feliz del Universo concediéndome el honor de ser tu esposo?
—¿Me estás pidiendo que me case contigo, cari? —Respondió con una pregunta la rubia recién salida de la adolescencia.
Y el intelectual dijo: Sí.
El intelectual contestó con voz atronadora de poeta frustrado: «Como dijo Platón, hay momentos en la vida de un hombre en que solo una mujer y su compañía, pueden elevarlo a cotas de sabiduría no exentas de placer».
—Entonces, —atajó la niña de cuerpo madurado, antes de que el intelectual se lanzara a una nueva perorata-: ¿Puedo decírselo a mis amigas?
Y el maduro intelectual siguió relatando: «Familia política, amigos y compañeros de camino conforman un paisanaje ideal en el brillante lunes que hoy contemplamos, un estupendo martes que viviremos, o un miércoles que convierte cualquier invierno en la primavera más gloriosa, un jueves de almíbar y un viernes presagio de la luna de miel gloriosa del sábado que concluye en un domingo celestial».
—¡Qué bien hablas, cari! Déjame el teléfono que a mí no me quedan minutos.