Historias de Albacete capital

Justicia ‘a calzón bajao’

Miguel Ventayol

El otro día en los juzgados pude ver una de esas cosas graciosas de reirte un buen rato pero que, por otro lado, son metáforas de la vida misma.

En la Plaza del Altozano, para entrar al Palacio de Justicia, hay que atravesar uno de esos arcos de seguridad que, en ocasiones, pita. PI.

Los trabajadores y personas acostumbradas a ir a juicio, perdón, a los juzgados, saben que deben dejar las cosas metálicas y no llevar tonterías tan obvias en Albacete como una navaja en la mochila. Que no vas a matar a un juez, no. Es que eres de Albacete y la usas de manera habitual. Matar a un juez, ¡qué disparate! Lo mismo escribir esto es delito y no lo sé.

Pero la seguridad es la seguridad, eso se comprende. En el siglo XXI más, hay más malos quepaqué.

El otro día en los juzgados un señor accedió al arco delante de mí, con los nervios típicos de quien va por primera vez a una citación y da explicaciones el por qué, el por qué no, enseña el papel de la citación y tiembla frente al de seguridad privada, al guardia civil, al administrativo y a una señora muy cargada de laca que pasa por allí.

Entró una vez, pitó.

Dejó las llaves y el móvil. Entró de nuevo, pitó.

Se revisó los bolsillos y se quitó un reloj antiguo de escaso valor, entró de nuevo.

PI.

Quizás sea el cinturón le dijo de manera amable la persona contratada por una empresa de seguridad privada.

Y el señor se quitó el cinturón con la parsimonia de quien solo se desnuda delante de su mujer los sábados y festivos. Para su desgracia el pantalón de tergal le quedaba holguero.

Accedió a través del arco

Silencio y suspiros de alivio alrededor.

Y el señor entró a los juzgados con las manos llenas de pequeñas cosas, reloj, cinturón, citaciones, papeles: trastos y trasticos. Se colocaba los pantalones de mala manera por no entrar a calzón bajao a los juzgados.

Aunque realmente estaba ya a calzón bajado.

Fui detrás de él con la esperanza de descubrir si era un asesino en serie, un ladrón, un banquero pillado en falta en la burbuja del ladrillo o un agricultor que vendimia con sus primos sin hacerles contrato. Pero al poco de seguirlo entendí que algunas personas sobreviven con la dignidad justa como para madrugar, trabajar, comer con la familia y quedarse dormidos en el sofá a última hora de la noche. Para empezar de nuevo al día siguiente.

Sin más.

Así que dejé de seguirlo y fui en busca de mi dosis de dignidad: uno puede encontrarla en los rincones más curiosos, incluso en los juzgados.

miguel ventayol