12 de junio de 2013 - 12 de junio de 2024

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años de periodismo
Autovía Toledo-Madrid

Auge y caída de Cospedal en 1.000 palabras

Jesús Perea

Aterrizó en Castilla-La Mancha hace nueve años.

Los suyos dirán que nunca aterrizó, que ella era de aquí, orgullosa albaceteña con raíces en El Bonillo y familia de posibles. Con apellido de tronío ennoblecido con el «De» postizo -vía Registro Civil, el de la nobleza artificial- que luego resultó de quita y pon. Con el ‘De’ por delante para las recepciones del Club Bidelberg, y sin él para pedir el voto a los parroquianos de Tragacete, Cuenca.

Allí estaba ella. En una región del tamaño de Portugal, inabarcable hasta con un mapa de carreteras de la región, gentileza de los periodistas habituales de los Consejos de Gobierno del Madrid de Aguirre, de cuyo gobierno era consejera al recibir el encargo de asaltar Castilla-La Mancha.

Debió pensar que la putada era minina. Allí la mandaban, a poner orden en el gallinero de una derecha caótica, perdida en guerrillas provinciales de aparatejos de juguete, incapaz de alcanzar el poder autonómico pese a llevar ganando Generales desde los tiempos de la derrota dulce de Felipe, allá por el 96.

En el primer asalto se enfrentó a un presidente primerizo, Barreda, que asumía el Gobierno de la región con el inicio de la aventura ministerial de Bono y necesitaba refrendar en las urnas un liderazgo heredado.

Fracasó en el envite, pero tuvo la virtud de aferrarse al cargo con brío, viendo en su batalla en tierra hostil un avance a lo Teddy Roosevelt en la Loma de San Juan en la Guerra del 98. Carga a tumba abierta, y si suena la flauta, episodio épico para la hoja de servicios.

Y vaya sí sonó.

Tanto que al poco la bendijo el dedo indolente de Rajoy con mando en plaza en Génova, desde el que reemprender el asalto en un 2011 que ahora, con la crisis económica, se presentaba propicio para el envite. Como así fue, para desgracia de la región.

Lo demás, lo más reciente, lo vivido en estos cuatro años no es pasado sino presente, que aún quedarán huellas para rato de su paso por el Palacio de Fuensalida.

Consumida por el escándalo Bárcenas, con el que protagonizó encontronazos y careos cargados de esperpento, su figura se diluyó en comparecencias que nos hicieron dudar sobre la capacidad de los abogados del estado, como ella es, para discernir entre fraudes a la Seguridad Social y al sentido común, con invocación incluida al despido en diferido para la posteridad.

Casi desde el inicio de su mandato, es imposible desligar a la Cospedal presidenta de la Cospedal secretaria general del PP. Y lo que antaño siempre fue una virtud -una peana cortesana en Madrid desde la que superar el anonimato de la presidencia de una autonomía mediana- se convirtió en un martirio para la dama de la A-42, esa autovía que conecta la capital regional con el Madrid del Gran Poder.

Nunca un coche oficial hizo tanto trasiego entre los ocres prados de La Sagra toledana que dicha carretera atraviesa, como el Audi de Cospedal. La imagino enganchada al móvil, en el trayecto, viviendo sin vivir en ella, sin estar aquí ni allí. Cabalgando la llanura fronteriza entre dos regiones y soñando con alcanzar una ubicuidad imposible aun para mortales que se creen dioses.

Tan pendiente de las cosas de palacio, de los sanedrines genoveses, de las puyas de Soraya y sus sorayos, de las revelaciones matutinas de Bárcenas, o de las grabaciones de los puteros levantinos de la Gürtel, como para no ver la tragedia que se extendía a pocos metros de las ventanillas del cochazo, a ambos lados de una calzada, la de la puñetera A-42, llena de naves cerradas y abandonadas. Arquitectura industrial de desecho, antaño vivero y sustento de gentes de una comarca pujante que ahora se escondía en las casas, víctimas del oprobio del paro.

Son los suyos años de insustancial nadería. Porque nada se hizo, aparte de desmontar lo hecho por otros. Gobierno de ricino que administra en carne ajena. Siempre al servicio de ministrillos a los que entregar en ofrenda rebajas de un déficit público que sirva de escarmiento para el resto de barones rebeldes. Que su cargo, su peana de partido, así lo exige.

Vendrán disparates nucleares, trasvases indecentes y convenios sanitarios con oscuros beneficiarios. La indignidad viaja en ambulancia desde un pueblo de Albacete, guiada por la sacrosanta austeridad, la que no repara en costuras que se abren en el camino de vuelta. Son los peajes de la cirugía madrileña de extrarradio, la que no requiere hospitalizar, atender y cuidar al paciente en la forma en que los benditos impuestos aportados por toda una jodida vida trabajando requieren.

A Castilla-La Mancha se la gobierna en tardes libres. Las que dejan los asuntos mollares, los que se ventilan en las cercanías de la corte, no vaya a ser que los vientos de regeneración se la lleven por delante. Ubica sus piezas donde puede. Un buen líder reconoce el talento a su alrededor. Para Cospedal, ese talento reside en los mediocres en el crepúsculo de su vida política, como Gil Ortega, al que coloca al frente de ENRESA, chiringuito nuclear en el que dilapida los dineros. de los que anda canina España, en comilonas e indolente chalaneo con la operación Villar de Cañas. La «Vice», bastante más avispada para tales menesteres, lo cesará a la mínima. No tanto por inquina entre lideresas, sino por la incompetencia manifiesta del que fuera alcalde de Ciudad Real.

Llega la derrota. Que no es completa, todo hay que decirlo, aún con una reforma electoral de corte populista, que pretende hacer un reducido Parlamento regional sólo para señoritos, con la excusa de una austeridad que no predica en territorios muchos más cuestionables como los de las diputaciones.

Su estrella languidece.

El tiro final se lo da Mariano. A su estilo, muy gallego. Un cese sin cese en la secretaría general. Una caída sin caída, una muerte a cámara lenta, un despido en diferido -este sí en toda regla- con el finiquito del escaño en el Congreso por consuelo.

Previo trance electoral, la misma A-42 que la trajo, se la llevará a Madrid en mes y medio. Le espera el mullido escaño, seguramente por tiempo tasado. El suficiente -quién sabe- para que los hacedores de retiros dorados ajusten los goznes de la puerta giratoria del Consejo de Administración.

La que le será abierta por algún lacayo, agradecido por los servicios prestados, del país del capitalismo de amiguetes.

 

cospedal, jesus perea