Recuerdos de bachillerato

Caridad, porque es Navidad

Miguel Ventayol

Llegábamos en fila y no era india pero era desordenada, alegre, traviesa y llamativa. Recorríamos el pueblo entero, nuestro periplo comenzaba casi desde las vías de la estación donde se encontraba el viejo Virrey Morcillo, donde vinieron a estudiar de Jaen, Ciudad Real y otras provincias cercanas, hasta de Guinea Ecuatorial. De hecho en Villarrobledo se podía escuchar aquella frase Amanecista: «Coño un negro». Concluíamos la travesía en una residencia de ancianos en la otra punta, al lado del Poli (la manera coloquial de llamar a las pistas poliderportivas, antes de la burbuja y auge de pabellones por toda la provincia de Albacete).

Era un paseo divertido, niños entre 10 y 14 años cargados con bolsas camino de la residencia de ancianos.

Yo llevaba tabaco, igual que muchos compañeros de colegio porque nuestras madres sabían que lo único que alegraba las navidades de algunos ancianos eran los cartones de Ducados, de Celtas y otras marcas de tabaco míticas, te hacía salir pelo en el pecho y daba gravedad de adulto al tono de tu voz. Pero hay quien pensaba en la salud y la necesidad de aquellas personas pobres: arroz, lentejas, garbanzos (en aquella época no se estilaba ni el cartón de leche ni la pasta, por ejemplo. ¡Tanto hemos cambiado!)

Poco más tarde, adolescentes animados por una cosa llamada Banco de Alimentos, madrugábamos un día cualquiera de vacaciones navideñas, nos colocábamos en los poquitos supermercados que había en la ciudad de Albacete y rogábamos a las personas para que nos dejaran un litro, un kilo o una lata. Eran los años 80, y dicen que también hubo crisis.

Nos dejaban muchos litros, kilos y latas, vaya si dejaban. Algunas personas por encima de sus posibilidades, las más de ellas, por debajo. Nosotros echábamos el día tan a gusto, el día entero recogiendo, cargando, ayudando dentro de nuestras gratuitas posibilidades. Tampoco éramos de esos que si no colaboras te dicen cosas como «ojala no tengas que verte tú en esa situación», lo hacíamos porque queríamos, y creíamos que todo el mundo era como nosotros. La adolescencia no nos había golpeado todavía.

Así fui completando mi educación caritativa en mercadillos solidarios, recogidas de ropa y alimentos en centros y entidades nada sospechosos de ser de izquierdas, de Podemos, Anarquistas o de extrema izquierda, hasta completarla este año con la Canasta Solidaria, una acción dentro de la maratón de la emisora de radio Esradio de Albacete en colaboración con el Banco de Alimentos, donde se recogieron miles de kilos gracias a la solidaridad gratuita, a la acción gratuita y caritativa de cientos de albaceños y algunas empresas de la provincia.

Cuando digo gratuita lo digo con pleno conocimiento, porque las horas de trabajo no son gratis, el esfuerzo no es gratis, la comida cuesta dinero, aunque sea un litro de leche de Marca Blanca. No hay nada gratuito en esta vida y eso lo saben las personas que no pueden acceder ni a un trabajo, ni a un litro de leche aguada de Marca Blanca.

Al acontecimiento asistió Manolo García, el cantante de El Último de la Fila, cuyas raíces se hunden en los más profundo de la sierra albaceteña, de emigrantes y currantes que se fueron porque no tenían más opciones, dijo algo como que la maratón era estupenda y nuestra acción muy loable pero ojalá el año que viene no tengáis que hacer un maratón de este tipo porque no haya nadie que lo esté pasando tan mal que no tenga ni para comer.

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