Radiografía del PSOE analizada por Perea

El nihilista socialista que leía a Benedetti

Jesús Perea

A vueltas con el PSOE y la pesada digestión electoral, ¿qué hacer?

Callar y dejar hacer a los mayores, esconderse en el nihilismo de las pastillas rosas que cantaban los Dorian en su A cualquier otra parte, o poner negro sobre blanco lo que me pide el cuerpo.

Puesto que no soy de los que se esconden, los que me conocen saben de mi natural tendencia a la imprudencia, que casa muy mal con la táctica del día a día, y vivo mejor con la estrategia del futuro indefinido. Un poco como lo explicaba Benedetti en este poema inmortal que reclamo como la guía espiritual del hombre dividido entre el azar cotidiano de lo inmediato y la ensoñación de una Ítaca lejana por la que bien merece la pena abandonarse a la incertidumbre de un mar agitado.

A mí esa imprudencia me ha llevado siempre a decir lo que pensaba, a veces con las consecuencias de no pensar suficientemente lo que decía, como me advertían los prudentes devotos de la táctica de lo inmediato y la estrategia del, «ya se verá en qué puerto arriar la bandera».

Y tengo para mí que en el triunfo de los tácticos -sobre los estrategas– descansa buena parte de los males que aquejan al que antaño fue el partido central del sistema democrático español. Una fuerza política, el PSOE, esencial para entender la diversidad y la pluralidad de España, hoy maltrecha por la emergencia de actores imprevistos y sacudida por la impaciencia de los agitadores internos.

La táctica, entendida como el medio, está supeditada al fin. Y en mi partido, en ese partido centenario, siempre hubo abundancia de tácticos. Lo que nunca hubo fue tal carencia de estrategas. Porque ser un estratega no es sólo identificar un fin, en este caso ganar elecciones, que es lo que fundamenta la existencia de un partido de masas.

Tener una estrategia en política es, sobre todo, identificar el espíritu de los tiempos que vivimos. Lo que los filósofos alemanes llamaban el zeitgeist, y que envuelve con una bruma persistente los momentos de cambio y crisis de toda sociedad.

Y hay muchas señales de que las cosas están cambiando. Por ejemplo, en la procedencia del voto socialista.

Que la primera ciudad, por número de habitantes, en la que el PSOE obtiene el primer lugar en votos sea Fuenlabrada indica la existencia de un monumental agujero en los entornos urbanos. Las ciudades fueron el vivero de la esencia de este partido. Desde allí arrancaron históricamente todas las transformaciones sociales que vivió España en los últimos cien años. El movimiento obrero durante la transformación industrial de España, el republicanismo en 1931 o el movimiento vecinal en la Transición y su importancia en el fortalecimiento de las estructuras democráticas son el mejor testimonio del papel del elemento urbano en nuestro país.

España siempre cambió desde la ciudad hacia el interior, y no a la inversa. Y hoy España está cambiando. No sólo generacionalmente, con un porcentaje cada vez mayor de votantes que no fueron testigos del relato heroico de la Transición, sino también socialmente. Con un cuerpo electoral más volátil, con menos lealtad sentimental hacia las siglas de toda la vida (las de los abuelos que lucharon en la Guerra y que se nos han ido muriendo con su carné del partido en el bolsillo).

Con este paisaje de fondo, el triste espectáculo que está dando mi partido en la gestión de unos resultados en los que debería primar, por encima de cualquier otra ambición, la gobernabilidad del país es, sencillamente, lamentable.

Y como no tengo que rendir pleitesía a nadie, ni resultar prudente en extremo por miedo a represalias o llamadas telefónicas admonitorias de fontaneros provinciales, lo que hago es ponerle voz al murmullo generalizado de militantes y cuadros que se debaten entre el, «prietas las filas» y el, «¿pero qué pijo estamos haciendo?», embarrando el terreno de juego con asuntos de familia que deberían ventilarse con otros modos.

Hace 17 meses los socialistas, por primera vez en nuestra dilatada historia, elegimos secretario general por medio del voto directo de los militantes. Servidor apoyó en la distancia, porque no pudo hacerlo físicamente, a Eduardo Madina. Por azares del voto o concurrencia puntual de alianzas de federaciones poderosas, Pedro Sánchez obtuvo la confianza de los militantes. Y fueran o no prestados los votos; fueran o no puntuales los apoyos, la legitimidad de origen del secretario general debería haber permanecido sin mácula durante todo su mandato. Especialmente ahora, cuando concurren circunstancias extraordinarias para la gobernabilidad del país. Porque, que yo sepa, orgánicamente todavía está en el ejercicio pleno de su mandato, y porque por más nimias razones han sido los congresos pospuestos en el tiempo sin que nadie pusiera el grito en el cielo por ello.

Además, si hace tres días todos los barones y baronesas pedían el voto para él en mítines por todo el país, como el mejor presidente posible para esta España nuestra, ¿con qué cara le digo yo a la gente que lo que hace tres semanas era bueno para el país, su victoria, hoy es terrible para el partido?

Y para que quede claro.

Soy sumamente escéptico ante la hipótesis del frente de izquierdas. No sólo por el espinoso asunto del referéndum, ilegal a todas luces y equivocado en su planteamiento. Sino por diferencias metodológicas y programáticas que si bien se pueden conciliar en ámbitos locales y regionales, como queda demostrado en Castilla-La Mancha, tienen un difícil desarrollo en el marco de la gobernanza del conjunto del estado.

Pido perdón, en todo caso, por mi atrevimiento a la hora de opinar. Ya se sabe que la cultura de partido exige de los militantes prudencia en estas tesituras, porque son los jefes los que están a la tarea y ellos saben lo que hay que hacer; o no. Por si acaso, entre el nihilismo que se me exige a la hora de guardar silencio y dejar hacer a los mayores, y el desconcierto que sufre quien se metió en el cuerpo hace dos semanas 3.000 kilómetros para votar al partido de toda su vida, me permito recordarle a los líderes la mejor guía sobre táctica y estrategia de la que tengo noticia. Por Mario Benedetti, que sirve tanto para conquistar a una mujer como para seducir a un votante. Absténganse fontaneros.

Mi táctica es hablarte y escucharte

construir con palabras un puente indestructible

(…)

mi estrategia es que un día cualquiera

no sé cómo ni sé con qué pretexto

por fin me necesites.

 

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