- Alfonso, yo te quiero, ¡coño, te quiero!

En un lugar de Levante…

Jesús Perea

Xátiva, Valencia, junio de 2007.

– Alfonso, yo te quiero, ¡¡coño, te quiero!!

Quien grita desde el escenario es nuestro líder nacional y candidato a Presidente del Gobierno. El destinatario de su amor, Alfonso Rus, alcalde de este bendito pueblo y Presidente de la Diputación de Valencia.

Llenar una plaza de toros en campaña es complicado. Hacerlo en la resaca de la misma, cuando ya se ha evaporado la adrenalina de las urnas no lo es tanto si en el horizonte asoma el festival de reparto de cargos y dádivas que se avecina después de la borrachera de triunfo. Allí, hay que estar. Lo más cerca posible de los jefes, para que nos vean.

Hay disco móvil para animar el mitin. Y bocadillo y refresco para todos los asistentes. Nadie anima el cotarro mejor que el presidente de la «dipu».

Hemos arrasado en las elecciones de hace unos días. Y eso que la oposición ha empezado a arrear en esta legislatura con la cantinela de la corrupción. ¡Pobres ignorantes!

Ganamos aunque seamos corruptos.

Es más, casi me atrevo a decir, que ganamos porque somos corruptos.

Y no es que sea mentira que estamos sentados sobre un montón de mierda. Es porque ese montón de mierda es el estiércol que abona los sueños del pueblo que nos vota. El pueblo que hoy abarrota estas gradas.

Es porque sabemos hacerlo. Desde del proceso de licitación de la obra; de su ejecución; de los modificados; de la liquidación; de la licitación del servicio público que se va a prestar en la infraestructura en que culmina la obra; de la ejecución del contrato de gestión; de la modificación de las condiciones de gestión.

Cada fase, cada hito administrativo, es una oportunidad para trincar. Y la guinda viene al final, con la adjudicación del servicio a un amigo leal por 25 años.

Tan amigo, que hasta me arregla el tema de la colocación de personal. Y es que aún en tiempos de bonanza, como los de este 2007, todo el mundo quiere ser funcionario. Y yo les digo que no puede ser. Lío de tribunales de oposición, de papeles, de impugnaciones. Demasiadas trampas que terminan siempre ante el juez, y que encima me castigan politicamente porque no hay forma de colocar a tantos como llaman a mi puerta. Y encima muchos de ellos, los muy cabrones, desairados por no entrar, terminan presentándose en las listas de la oposición por puro despecho en las siguientes elecciones.

Y es que ahora no privatizamos. Externalizamos servicios.

Y mientras, los rojillos azuzando el librito de Mao, con sus consignas del 68 sobre la eficiencia de los servicios públicos, la defensa de lo público y demás memeces.

Joder, les cuesta entender que yo privatizo porque así puedo colocar mejor a mi gente en las empresas que me gestionan los servicios. Y todo legal; se me saltan las lágrimas de la risa. La empresa es soberana, y contrata a quien le da la gana, que es a quien a mí me sale de las narices. Riesgo y ventura, dice el pliego. El riesgo ya lo minimizo yo, Pepe; la ventura, la de ambos.

Si pudiera hacer lo mismo sin sindicatos tocapelotas y opositores persistentes -colocar a mi antojo como en los tiempos de mi abuelo- mi capítulo uno del presupuesto, el de personal, iba a ser digno de la Bulgaria socialista de los setenta. Así, además, digo que soy liberal, que vende más que decirse de derechas.

Así se gana.

Sí. Si nos votan es porque el dinero corre, aún por cloacas nauseabundas pobladas de ratas de todo pelaje. Cada cual extiende la mano sudorosa cuando toca y agarra el fajo de billetes del que soy heraldo, mártir y líder de la manada. Saben que soy un corrupto.

Por Dios, cómo no lo van a saber.

Pero callan mientras haya alpiste. Por eso me votan.

Rajoy, Camps, Costa, Rus, Cotino. Están todos en primera fila. Contentos, eufóricos. Las gradas vomitan vítores de jolgorio. La masa vocifera con una sola voz, como un único hombre sediento de poder. Consciente de que el grifo sigue abierto por cuatro, qué digo, por ocho años más, a la vista de la debacle de la oposición.

Si esto es la democracia, me pregunto por qué coño me pasé yo media vida idolatrando la dictadura. Franco era un aprendiz, y un idiota si no supo ver cómo de fácil te puede seguir la marabunta en este invento de la democracia, tan aseado y tan presentable. Tan cargado de palabras grandilocuentes y protocolos formalmente intachables. Con su «estado de derecho», «imperio de la ley», «unidad y fortaleza de los demócratas»,»Constitución»,…

Hablando de esta última. No tengo ni puta idea de lo que pone en ese maldito libraco sobre el que juramento el cargo cada cuatro años, con mucha solemnidad, eso sí. Pero cuando la invoco, se me pone cara de estadista. Hasta empino la barbilla en posición marcial y aprieto el culo, como hacía en la mili al saludar a un oficial.

Algún día todo esto se acabará.

Aún no sé cuándo ni cómo reventará la fiesta. El dinero dejará de cruzar de mano en mano, y entonces, ¡maricón el último! Yo por si acaso he ido haciendo los deberes. Hay un colega en la sede que me ha puesto en contacto con un tal Correa. Un tipo listo, de los que intuyes por su mirada que tiene recursos y contactos. El fulano sabe de sociedades pantalla, de testaferros y abogados. Yo ya no soy tan tonto como para esconder media vida de mamoneos en el zulo que me construí hace cuatro años en el garaje del adosado, cuando aún tenía la idea de llenar un agujero con las bolsas de plástico cargadas de billetes de 500. Entonces sí que era un gilipollas.

Ahora soy más refinado.

Tengo dos tapaderas. Un salón de belleza y un lavadero de coches, como el capullo de Breaking Bad. Soy empresario. Emprendedor, que viste más. Hasta me he metido en la directiva del equipo de fútbol. Proyección social y perfecta cobertura para negocios de todo tipo. Nadie se mete con el fútbol. Nos condonan créditos, pagamos en negro y hasta tenemos deudas con la seguridad social. Y, por Dios, cómo viste el palco.

Miro a los tendidos con pausa, mientras un escalofrío me atraviesa como un mal presagio. Tanta felicidad no puede durar para siempre.

Me pregunto cuántos de estos querrán hacerme el cuello dentro de siete u ocho años, cuando se enteren de que me lo llevé crudo mientras los bancos ejecutan sus hipotecas y se quedan con sus X5. Cuántos se convertirán en indignados, y jurarán que nunca nos votaron. O que los engañé. ¿habrá caras de sorpresa cuando la guardia civil me saque del ayuntamiento esposado? ¿fingirán asombro y consternación cuando un policía de paisano ponga su mano en mi nuca para que pueda entrar esposado en el coche en que me llevan detenido?

Sí, sé que lo haréis, pequeños bastardos.

Y clamaréis contra los políticos como yo, al que negaréis tres veces antes de que salga el sol, a pesar de que fuisteis mis condiscípulos, mis confesores, mis benefactores, mis bendecidos.

Mis votantes.

A pesar de que me encumbrasteis como sumo sacerdote de vuestra iglesia. A pesar de que me disteis el poder de administrar sacramentos en la liturgia infecta en la que fuisteis consagrados.

Conjurado el mal presagio al tiempo que termina el acto. Cruzo la mirada con un constructor y dos promotores que reconozco en los tendidos. Los saludo. Me corresponden eufóricos. Les digo con gestos que mañana les llamo. Tenemos que exprimir la vaca hasta que las ubres suelten la última gota.

Suena la música que pone fin al acto. Altavoces a tope y saludo colectivo desde el escenario con los jefes, unidos en la euforia.

Un mar de bandera azules y rojigualdas llenan los tendidos. Que siga la fiesta.

 

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