Las elecciones de los cobardes

El largo invierno de 2016

Jesús Perea

El viernes, el mundo entero se levantó con el sobresalto inesperado del Brexit. Al margen del pánico financiero y de sus consecuencias en todos los rincones de esta aldea global interdependiente -en la que el aleteo de una mariposa en Taiwan puede provocar un terremoto en El Bonillo– lo que se nos murió a todos, y especialmente a quien esto escribe, es la idea del fin de lo irreversible del proyecto europeo, una verdad que dábamos por sentada y que ahora se pone firmemente en cuarentena.

El domingo, contra todo pronóstico, el PP superaba encuestas y euforias de sorpassos para cosechar un número de escaños que le acercan al objetivo del gobierno de forma nítida.

No voy a ocultar mi tristeza. Sería un ejercicio de cinismo intentan jugar a las apariencias con quienes me leen por aquí y saben de mi trayectoria política, inalterablemente fiel al Partido Socialista. Aun así, la distancia y el tiempo han ido entrenando mi faceta más independiente, casi a contracorriente, para analizar sin apasionamientos militantes ni aspavientos partidistas lo que ha podido pasar en España en estas elecciones.

A ellas me encomiendo en este análisis, que simplifico por actores.

1.- Partido Popular.– Fraga, parafraseando a Churchill, solía recordad que «resistir es vencer». Rajoy no es Fraga, ni mucho menos Churchill, a la vista de la patética oratoria que exhibió el registrador de Santa Pola en el balcón de Génova 13. Pero tenía razón en la estrategia. Primero se escondió para no quemarse en un empeño que le hubiera retratado en la soledad del candidato rechazado por todos; luego se sentó a esperar el resultado del baile de sillas al que se entregaron las «fuerzas del cambio»; y por último se lo fió todo a una campaña en la que sabía que la polarización le beneficiaba. A 48 horas, para mayor gloria, le cayó en gracia el chorreo de incertidumbre que los ingleses vertieron sobre el continente. Ciertamente, ninguno de los que votaron a Rajoy lo hizo pensando en términos de geopolítica internacional. Pero se benefició del hecho de que las turbulencias externas siempre perjudican al que asalta el torreón y no al que lo defiende desde las almenas.

2.- PSOE.– A Pedro Sánchez lo han enterrado más veces que a los huesos de Colón, especialmente en su propia casa. El último cortejo fúnebre se arracimaba en torno al Sorpasso que condenaba al partido político más longevo de España a la periferia del poder. Tendrán que aguardar los enterradores mejor ocasión a la vista de un resultado que concede oxígeno pero no permite retirar la respiración asistida a un enfermo cargado de achaques. Reconocer el problema es el primer paso para encontrar una cura. Sigue habiendo demasiado ruido de fondo en la tramoya de un escenario sobrecargado de perfiles shakesperianos. Y más le valdría a alguno de tales divos/as no privatizar la victoria en su territorio cuando esta se da, y nacionalizarla cuando vienen mal dadas. Algo así, tan de moda con el rescate bancario, sólo alimenta la idea de que este partido sigue atrapado en la retórica feudal, con sus barones, baronesas y baronías. Y necesitado, de forma clamorosa, de un proyecto para España que no sea cuestionado cada mañana por algún subalterno con ganas de tener un minuto de gloria en un desayuno con los medios en Madrid.

3.- Podemos.– En El Cuervo, aquélla película maldita de 1994, uno de los personajes le dice a su chica que «la infancia se termina cuando descubrimos que somos mortales». A Podemos, el eterno niño que marcaba cuantos centímetros crecía con una señal de lapicero en la pared, le llegó la pubertad el último domingo de junio. Un vozarrón grave, surgido de la nada, y un bigotillo-carrera de hormigas, que no estaba ahí el día anterior, afeó el gesto angelical del rostro al que el acné coronó con la certeza de que también ellos envejecen. La confluencia final con Izquierda Unida reeditó la decepción de hace quince años, cuando Almunia y Frutos intentaron un pacto que acabó en suicidio mutuamente asistido. Los politólogos, como grandes científicos sociales, son expertos en analizar los hechos una vez estos ocurren. Pero, como los economistas con las crisis, no son tan sabios a la hora de detectarlos. De otro modo no se explica que Iglesias forzara la convocatoria de unas elecciones que podían absolver en el olvido el merecido castigo que merecía Mariano Rajoy y su legado de cenizas. Como lamentablemente ha pasado.

4.- Ciudadanos.– Dos días después de las elecciones, Venezuela ha dejado de existir, después de un empacho caribeño que no le hace ningún bien a la normalización política de este país. Lo digo sin acritud, desde la convicción de que el gobierno con Sánchez era, en mi criterio, una buena noticia para el país. Por primera vez podíamos tener en España un ejecutivo débil y un parlamento fuerte, hostil y aguerrido. Y no a la inversa, como por desgracia ha sido la norma en un país en el que la división de poderes ha consolidado el grado de utopía. Jugó con exceso Rivera la carta venezolana, quizás necesitado de un símbolo que le alejara del compadreo excesivo con los socialistas, droga dura para un alto porcentaje de sus votantes de pasado azul-gaviota y presente avergonzado por la corrupción. Las urnas lo salvaron de la quema, después de que las encuestas encumbraran con generosidad infundada a un líder que puede terminar siéndolo de un movimiento más coyuntural de lo que él mismo cree.

Si ustedes siguen Juego de Tronos, (alerta, spoiler) sabrán que la última temporada, cuyo capítulo final se emitía proféticamente al tiempo que los españoles votaban, al fin trajo el invierno a las tierras del norte. Del «winter is coming«, pasamos al «winter is here«.

Mi consejo, que yo mismo me aplico a estas horas inciertas desde la -hoy más que nunca- pérfida (y bastante idiota, por cierto) Albión-Inglaterra, es que se abriguen. En el papel de rey de la noche y líder de los caminantes blancos tenemos a Rajoy; que muerto, enterrado y resucitado merced a la torpeza mancomunada de liderazgos menores, se apresta a iniciar un reinado que se extiende nada menos que hasta el año 2020.

Que la Historia juzgue, absuelve o condene a todos aquéllos que, pudiendo haberlo evitado, han contribuido, en mayor o menor medida, a traer el largo invierno que se avecina. Un invierno que como siempre, será tanto más crudo como vulnerables sean los españoles que lo sufran, los más débiles, ya suficientemente apaleados. Las auténticas víctimas de una maraña de líneas rojas y vetos cruzados que terminaron por indultar a la corrupción.

jesus perea