El que diga que no sabe lo que es miente y, por otro lado, somos conscientes de que esta moda empieza a ser molestilla. Pero como moda que es, la trataremos. Y como moda que es, paso a relatar lo que le ha sucedido a una profesora de enseñanza secundaria con sus irreductibles niños/hombres niñas/mujeres de 17 años.
Ella es profesora del siglo XXI, de estas que se creen su profesión y el trabajo que hacen (venga, tengo que decirlo, hay otras/otros que tienen esta profesión por el trabajo fijo y el sueldo para toda la vida) de manera que se prepara las clases concienzudamente, trata de innovar, de llamar la atención y, en definitiva, de sorprender a unos chavales que están en la edad de hacer todo lo contrario y que, en el siglo XXI, tienen una serie de alicientes desmotivadores tremendos, así como una capacidad de concentración como Homer Simpson.
Además, tienen las redes sociales e Internet en su conjunto, ¡una fantasía!
Esta clase, en concreto, decidió fastidiar a la «profe» una vez más porque sus clases de Lengua son aburridas, según los adolescentes: las tildes no se llevan, escribir con corrección es un atraso y acertar con la ‘b’ y la ‘v’, cuando Word te lo corrige, ¡una pérdida de tiempo! Le dieron muchas vueltas a la hora del recreo y se mandaron «guasaps» hasta que uno de ellos, no el más avispado, ni siquiera el más creativo sino el más… líder… decidieron que le iban a hacer un MC. Sí, se iban a quedar callados y quietos en clase.
Al llegar la profesora los vio y entendió la broma al segundo pero lejos de enfadarse como esperaba el alumnado, se quitó el abrigo, lo colgó en la percha, colocó su libro sobre la mesa, los lapiceros y el bolígrafo y se ajustó las gafas. Los miró una vez más y pensó para sí: «Estos chicos, estas chicas. Siguen pensando que son superiores a cualquier adulto, ¡bendita adolescencia!». Y comenzó a dar clase como si tal cosa.
Los alumnos, testarudos y orgullosos, no se movieron en 45 minutos hasta que sonó el timbre.
¡Cuarenta y cinco, benditos, minutos en silencio!
Pero con el cambio de clase, tras la despedida sonriente de la profesora, no supieron si reír, si hablar o si mencionar siquiera si el maniquí congelado había resultado un éxito o un fracaso. Alguno incluso se fue a su casa pensando en leer el libro que la profesora había recomendado porque hablaba de fantásticas aventuras marítimas, peleas, romances y, ¡lo había escrito un español!
Por el pasillo camino de la siguiente clase, la profesora que ama su trabajo comenzó a pensar que la educación se encontraba en un continuo maniquí congelado en el que, de vez en cuando, muy de vez en cuando, alguien decidía moverse, dar el paso y proponer avances.