En la capacidad de recuperar ese poder de atracción, de captación del talento, reside la salida a una encrucijada en la que unos y otros están poniendo mucha mala sangre

Un relato para el PSOE

Que hay más de un actor en la partida, y a los socialistas ya no les queda el patrimonio de la contestación pendular a la derecha en el poder, ya es una evidencia que el tiempo se está encargando de consolidar como un fenómeno más que pasajero.

Jesús Perea

Yo también soy uno de tantos ex de la política a los que, de repente, dejó de sonar el teléfono con insistencia y se convirtió en miembro de la cofradía de las conciencias durmientes. Entiendo tu hartazón, compañero de partido, cuando leas mis filípicas destempladas; escritas -te dirás- con la placidez del que ve los toros desde la barrera y se quitó de en medio, o lo quitaron, cuando empezaron a venir mal dadas; antes de que Podemos fuera una realidad que nos quita el sueño -y los votos- y al que los primeros estacazos del 15M que iban a dinamitar el panorama político le llegaron cuando enfilaba la puerta de salida.

Hace cuatro años que no ostento cargo orgánico. Y tres desde que dejé el último cargo institucional que ocupé, que también fue el primero de mi década en política, el de concejal en el Ayuntamiento de La Roda.

Por el camino me quedan la Diputación, el Congreso de los Diputados y el Gobierno de Castilla-La Mancha. Todo un veterano de la casta.

No te culpo si, a la vista de este historial, me consideras como uno de tantos que de repente ve las virtudes de la disidencia cuando abandona el cargo público. Ya me dijo alguien algo por el estilo en tiempos no tan lejanos, a cuenta de harinas y tremolinas, en el Comité Provincial de mi partido. Y aunque el tiempo todo lo cura -incluso las ofensas más navajeras- el dolor persiste hasta dejar un regusto amargo allá donde terminan los molares, cuando la memoria nos devuelve a paisajes dolorosos detrás de la tramoya de la política y masticamos por error el fruto amargo de la vida.

Ese mismo historial me convirtió en casta a ojos de los puros de la nueva política. Si a ello unes el hecho de que vivo y escribo desde la distancia, entenderé que consideres mis diagnósticos como un ejercicio voluntarioso de nostalgia de parte de quien no comprende cómo es la España en la que vosotros os tenéis que desenvolver día a día para defender el ajado pendón de un partido que hemos hecho jirones en medio de un televisado combate de verduleros.

Visto desde fuera, por alguien que ha estado muy dentro, podríamos decir, es como me gustaría que entendieras este desahogo hecho palabra escrita.

Que hay más de un actor en la partida, y a los socialistas ya no les queda el patrimonio de la contestación pendular a la derecha en el poder, ya es una evidencia que el tiempo se está encargando de consolidar como un fenómeno más que pasajero. Ahora hay que compartir focos y escenario con otros jugadores más jóvenes y urbanitas, frente a los que aparecemos avejentados, las cosas claras. Unos jugadores más habituados a emplear un lenguaje que a nosotros nos cuesta hilvanar en tiempos en los que la teatralidad ofrenda por doquier triunfos de outsiders inesperados para las encuestas.

Lo previsible, lo que era sólido, que diría Muñoz Molina, se tambalea bajo nuestros pies, en medio de una partida de ajedrez en la que ya no tenemos el monopolio de las negras a la hora de mover ficha, y en la que nuestras liturgias suenan a criptodemocracia de la Transición.

Tienen mucha razón los que dicen que los ex apelan -o apelamos- a la militancia, a la disidencia y a la democracia interna cuando ya no estamos en los cargos públicos. No me esforzaré en desmentir lo que la evidencia demuestra con notorios ejemplos de esta rebeldía por despecho, propia de quienes descubren las virtudes de la democracia de base cuando ya no vive al cobijo del poder institucional. Por eso nunca me he sentido cómodo en el papel del desplazado irredento que de la noche a la mañana se pasa al bando de los críticos-de-toda-la-vida para engrosar las filas de la vieja guardia de las esencias desde los atriles de los comités. Detesto lo que supone ese papel, tanto como el oficialismo impostado, vestido de servicio al sentido común y la «altura de miras» que obliga a tomar decisiones difíciles, como la de investir a un presidente como Rajoy.

Hace muchos años que el PSOE vive atrapado por el dilema del eterno retorno a un historial épico de militancia versus aparato que un día tendrá que romper si quiere seguir siendo la fuerza nuclear de la izquierda en España. Pero no es menos cierto que un partido moderno no puede dirigirse con un consejo de notables autonómicos investidos de autoridad nobiliaria para marcar los designios de una fuerza estatal en base a cuotas territoriales propias de los tiempos de las marcas hispánicas de la Reconquista.

Entre otras cosas porque, con el precedente abierto con la dimisión-destitución forzada de Pedro Sánchez, se invierten los flujos de poder del centro a una periferia territorial, en la que el PSOE se descompone en la suma de alianzas tácticas de regiones y complicidades de conveniencia. Un precedente peligroso por cuanto supone de cuestionamiento de liderazgos futuros, que verán en retrospectiva los límites de una autoridad nunca antes cuestionada de una forma tan drástica.

Este partido, que un día fue refugio y casa común de sensibilidades múltiples, basó su fuerza en la capacidad de atracción del talento que hay más allá de las casas del pueblo, más allá de las ya muy menguadas huestes de afiliados -que no militantes-. Como diría el bueno de Indalecio Prieto, apelando, más que a las masas, a las masas encefálicas necesarias para situar a este bendito país en la senda del progreso, después de generaciones de atraso secular.

En la capacidad de recuperar ese poder de atracción, de captación del talento, reside la salida a una encrucijada en la que unos y otros están poniendo mucha mala sangre de un tiempo a esta parte. Y tanto más complicado será volver a ser capaz de reclutar talento si lo que prima en nuestras ecuaciones de poder es la lealtad sin tacha, por encima de cualquier otra consideración y credencial.

Convertir al PSOE en una fuerza transformadora amable y humilde. Que no compita por ser más de izquierdas que Podemos ni más pro business que Ciudadanos. Discretamente consciente de su previsibilidad, sin delirios ilusionantes ni invitaciones a soñar con un mañana esplendoroso. Pero capaz de construir una alternativa en torno a la que pivoten mayorías confluyentes frente a una derecha que sí ha encontrado su casa común para muchos años, pese al vahído naranja -este sí, para mí, con fecha de caducidad- que ha levantado Rivera sobre los bochornos de la corrupción.

Como yo nunca he estado en un congreso federal, pese a mi pasada condición de apparatchik, no puedo opinar sobre lo que se ha de ventilar en el cónclave venidero, porque no conozco ni las entrañas ni las mecánicas que se emplean en tales órganos. Sólo espero que, ahora más que nunca, y sin caer en la obviedad de «primero las ideas y luego las personas», alguien caiga en la necesidad de identificar un nuevo relato socialista. Un relato que se imponga al conteo de delegados y a la ubicación de peones afines que liquiden a quienes se considera desafectos de por vida.

Del éxito de ese relato, y del acierto de los que pongan su rúbrica en tal guión, depende que este partido, esencial para entender el último siglo y pico de la historia de España, supere su hora más amarga.

jesus perea, psoe