"Abogado tramposo tapador de miserias del partido"

Federico Trillo

Aurelio Pretel Marín

No vamos a pedir vergüenza o dignidad a Federico Trillo, un ministro chulesco que regalaba euros a quienes preguntaban por las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein y gritaba marciales “¡Viva Honduras!” ante una formación de El Salvador.  En caso de tenerlas habría dimitido -o se habría marchado con viento de levante- mucho antes de dejar de ser simplemente ridículo para ser ominoso e indecente. Desde luego, habría muerto en 2003, o  se habría escondido por lo menos, después de haber mandado a una muerte anunciada a los 62 militares del Yak 42, servidores de España, enterrándolos luego sin identificar, entre burdas mentiras, y largando las culpas al general Navarro y a dos subordinados. Ni tampoco a su jefe, el patriótico Aznar, que declaró una guerra inicua y vergonzante contra la voluntad mayoritaria del pueblo español, presumió de enviar tropas a otras misiones –y no digo que no hubiera que enviarlas, pero no de esa forma- y causó muchas más bajas en nuestras fuerzas que en las enemigas.

A Trillo lo nombró embajador en Londres, suponemos que no por estos méritos –desde luego, tampoco por haber sido miembro del Cuerpo Diplomático ni por saber idiomas- un Mariano Rajoy recién llegado al cargo en que el dedo de Aznar le había colocado. Él sabrá por qué lo hizo, pero los malpensados creemos que fue más por sus actividades de abogado tramposo tapador de miserias del partido -él fue quien proclamó que la Gürtel no fue sino un montaje de Pérez Rubalcaba y Baltasar Garzón- que por otra razón.

De esto, como dice don Mariano Rajoy, hace ya muchos años. Pero aquella vergüenza no se borra con siglos de mirar a otro lado. Trillo no se merece ni una palabra más, pero con el dictamen del Consejo de Estado de 20 de octubre del pasado, emitido, además, por unanimidad, un presidente del Gobierno de España ya no puede decir que no sabe quién es el responsable, ni que el asunto está sustanciado en sede judicial.

Aunque el Sr. Rajoy esté de vacaciones, cada minuto más que tarde en retirar a semejante espécimen de nuestra legación en Inglaterra será corresponsable y culpable con él y con Aznar de uno de los capítulos más siniestros y tristes de la Historia de España. Y no vale cesarlo casi de tapadillo, camuflado en el marco de un relevo general de los embajadores: lo tiene que cesar con la mención expresa de la razón del cese y con una denuncia ante los tribunales. Si no, será culpable, o sospechoso, al menos, de tapar las vergüenzas de quien tapó las suyas y dejará en cuestión su credibilidad.

                                                                                  Aurelio Pretel Marín

Aurelio Petrel, trillo