Guerra o estrategia de 'Podemos'

Como una ensoñación

Mario Plaza

¿Se puede saber lo que pasa en Podemos? Habría que dramatizar un poco la pregunta imaginando una situación con niños un poco alborotados, algunos empujándose, otros encima de los muebles, pintando con un rotulador en la pared, etc., sorprendidos por una profesora, o un profesor; o en casa, por uno de los padres, o alguna madre:

─ ¿QUÉ PASA AQUÍ?

Pues en el mismo tono se podría preguntar:

─ ¿SE PUEDE SABER LO QUE PASA EN PODEMOS?

Y la respuesta sería que no, que no se puede saber bien, o, tal vez, la respuesta debería de ser otra pregunta: ¿quién lo podría saber? Habría que estar muy pendiente, o muy próximo al partido, que no es mi caso, y quizá, la situación de algunos de los lectores.

A una cierta distancia, por lo que se puede leer en los medios, o se percibe en algunas imágenes, el fenómeno podría interpretarse como un incidente típico de aquello que se llamaba la casta. Unos combates prolongados por las posiciones de relevancia en el engranaje organizativo de la estructura de Podemos. Digamos que los otros partidos, y un determinado ámbito del espectro mediático estarían encantados con esta interpretación que, de alguna forma, desactivaría algunos de los mensajes-fuerza sobre los que se supone que se hubiera construido el espacio electoral de Podemos.

También se podría ser un poco piadoso, más abierto, darle una posibilidad, aunque sea remota, a la sensatez, e interpretar que, incluso si hubiera un determinado conflicto personalizado en la lucha por unas concretas posiciones de relativo poder, las diferencias en el fondo son más bien de orientación estratégica. Y estas diferencias se organizarían de manera aproximada y simplificada en torno a dos concepciones de la organización del propio partido político. Una visión más inclusiva de Podemos, con más posibilidades, tal vez, de suscitar la identificación con una determinada mayoría, pero con el inconveniente de debilitar su potencial transformador; y la otra forma de entender el partido con un perfil más definido, algo más exigente desde el punto de vista de los objetivos, más cohesionada, más operativa, pero con un potencial quizá menor para que se pudiera lograr la identificación con ella de alguna mayoría social.

Si fuera, más bien, esta última interpretación del conflicto lo que estuviera ocurriendo, ¿qué forma de tratamiento sería razonablemente sensata? La ensoñación a la que se refiere el título sería la pretensión desmesurada de sugerir una respuesta a ésta pregunta.

Se me ocurre, con cierta ironía por supuesto, que se puede tratar de buscar, un poco en las historias de más presencia en el imaginario común, situaciones en algún sentido semejantes. Como la oposición de Rosa Luxemburgo a las tesis de Eduard Bernstein, primero, y luego a Karl Kautsky, a propósito de la alternativa entre ‘revolución’ y ‘reformismo’. O aquella alternativa que se planteaba para salir de la Dictadura en la España de los setenta de ‘ruptura’ frente a ‘reforma’. Ambas referencias pretenden ser solo simples ejemplos.

Frente a aquellas, habría otras situaciones en las que disyuntivas de ese orden no se presentan. Como en el entorno de la Europa Occidental lo que se llamó «los gloriosos treinta», aproximadamente los años 1945-1975, siguientes a la Segunda Guerra mundial. O, en el otro sentido, en la Francia prerrevolucionaria, durante el crudo invierno de 1788-1789, según la emocionada descripción que Jean Starobinski hace en el libro 1789, Los Emblemas de la Razón (Taurus, Madrid, 1988), apoyándose en testimonios de la época, y también en un cuadro de Goya, de 1786, perteneciente de una serie de cartones para tapices.

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Lo que me gustaría señalar es que esas situaciones con alternativas excluyentes, cuya decisión se presenta como necesaria e ineludible, pueden tener diversas estructuras de planteamiento. De una parte, considerar que esas disyunciones se originan más bien en los diferentes y contrapuestos puntos de vista. Y que por lo tanto, su forma de resolución podría ser suscitar las adhesiones de cuantos más partidarios mejor, sumar los totales, y tomar aquel procedimiento que tenga algunos votos más.

Ahora bien, si las alternativas estuvieran fundadas en la naturaleza de la propia situación, más que en las diferentes interpretaciones que se pudieran hacer de ella, el procedimiento anterior serviría menos. Lo más fácil, en este caso sería que la alternativa ganadora, con algunos partidarios más, por diversas razones que es fácil de imaginar, confirme aquellos temores que tenían de ella los que eran sus opositores. Y tal vez, solo, por aquella fatalidad de las predicciones que se confirman a sí mismas. En esa coyuntura lo mejor que se podría hacer, si fuera posible y se acertara, sería intentar transformar, lo más posible o disolver, mediante una alianza conjunta y todo lo consciente que se pueda, la situación que aboca a alguna encrucijada, binaria o múltiple, en la todas las posibles soluciones resultaran ineficaces.

Ya se sabe que lo retrógrado está siempre amenazando, y que no se puede escapar a la fatalidad sólo por un golpe de decisión subjetiva.

Mario Plaza, 25 de enero de 2017

 

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