– Comienza la votación; votos en contra (…) votos a favor (….) abstenciones (….) –murmullos en la sala- A ojos de la mesa, la enmienda queda rechazada y vamos a esperar al recuento.
En ese «a ojos de la Mesa» hay concentrada más Historia de la España reciente de la que puede juntarse en siete manuales de la materia.
Las imágenes que tenemos del Congreso del PP, un cónclave que iba a sustanciarse con la coronación -previa mayoría a la búlgara- del Presidente Mariano Rajoy, son las de una ceremonia de pura mercadotecnia. Cuando se navega con el viento a favor y la brisa hincha las velas de la nave, la organización del congreso de un partido político se parece mucho a un fin de semana en Fitur en Madrid para alcaldes y diputados provinciales.
Una ocasión perfecta para hacer relaciones públicas, conocer a los cargos medios del Gobierno y echar unos vinos en las zonas de moda de la capital con compañeros de militancia de las cuatro esquinas del país a los que no vemos más que en el Facebook de cuando en cuando.
Con todo, siempre tiene que haber algún aguafiestas, algún cenizo. Es normal que alguno se cuele entre dos mil y pico compromisarios.
Todos conocemos su perfil, mucho más habitual en la izquierda, acostumbrada a lidiar con el engorro de la democracia y tal; que en una derecha que no pierde el tiempo en enmiendas, transaccionales y sesudos debates ideológicos porque aquí de lo que se trata es de mandar. Y punto.
Que ya decía Franco que a España había que organizarla como a un cuartel de regulares en Melilla.
El aguafiestas en cuestión viene «resabiao» por alguna cuita local.
Y es de San Clemente, Cuenca.
Un «quítate tú, para ponerme yo» o un «con lo que yo he hecho por el partido y así me tratáis». Ya saben. Por poner un ejemplo, el aspirante a diputado provincial desplazado a última hora por necesidades del guión.
Los fontaneros tienen que poner especial cuidado para el que el «resabiao» no monte un número en el Congreso. El tipo ha dedicado las navidades y las tardes libres de enero a perfilar un capacho de enmiendas, con el único fin de tocar las narices. Y, sin saber muy bien cómo, se ha hecho con un puesto de compromisario.
Primer error de los fontaneros provinciales. «Nunca debimos traerlo aquí».
Con todo, alguien tiene que haberlo visto venir. «Un fulano viene con ganas de armar bulla», en el momento procesal oportuno, hubiera servido como sistema de alerta temprana para que el presidente provincial pusiera al guerrillero en cuarentena. Por lo civil o por lo criminal.
Pero nadie está al tanto.
Segundo error de los fontaneros. «Debimos haber tenido un detalle con él».
No pasa nada; aún quedan barreras de seguridad. En el cónclave, el cenizo mantiene su capacho de enmiendas. Y, contra todo pronóstico, se las arregla para colar en el plenario el debate de una de las más polémicas.
La relativa a la acumulación de cargos.
Directo y al mentón, Dolores.
Difícil de creer que en esta tercera barricada, no haya habido algún cooperador necesario, la mano negra de algún Sorayo dispuesto a que a Cospedal -la otra triunfadora del Congreso al mantener la secretaría general junto al resto de cargos- se le avinagrara el gesto, en un día que había arrancado radiante con loas generalizadas a su sofisticado estilismo.
En mitad del tedio matutino, el cansino de San Clemente, Cuenca, desenfunda su enmienda como el que saca un trabuco, y muy ufano, se entrega a su momento de gloria delante de -según cuentan las crónicas- poco más de 600 de los 2.000 y pico compromisarios. Huelga decir que los 1.500 estarían
- en las cafeterías
- fumando en la puerta
- en los puestos de marketing del hall
- trabajándose a algún secretario de Estado para que agilizara el expediente ese del bancal, el regadío o la travesía que pasa por el pueblo.
Visto que los cortafuegos estaban llenos de rastrojos y que nadie ha hecho un pijo para que el fuego me queme el bancal el día de mi coronación, aquí solo cabe apelar a la vía expeditiva, se dice a sí misma.
Sin paños calientes, que en peores nos hemos visto, se dice mientras Bárcenas se cruza fugazmente en su memoria.
– Aquí Jules y Vincent Vega. Estamos en mitad del jodido valle con un fiambre en el maletero, y el parabrisas trasero lleno de…
Ya saben. Pulp Fiction. Y todo por culpa de «un capullo de San Clemente, Cuenca».
Procede llamar al señor Lobo. O al señor Gaviota, en la liturgia del PP.
Un Harvey Keitel de gesto adusto, que tan pronto te machaca a martillazos el disco duro del ordenador de un imputado, como convence al mundo entero de que en el cónclave futurista de un partido entregado al high tech no había sistema alguno de grabación para dar testimonio de que el resabiao de Cuenca había sacado adelante su enmienda ante lo ajustado de la votación.
Lo demás ya es historia.
Como actores secundarios tenemos al encargado de contar los votos, a mano alzada y ojo de buen cubero. La democracia era esto. Un «donde hay cuatro, me cuento cinco y tiro porque me toca». O lo que mande la superioridad.
El cansino de San Clemente, Cuenca, se va a hinchar a mandar buroxafes pidiendo las grabaciones fantasma de una sala equipada con cámaras que no registraron ni un minuto de metraje, según informan fuentes del partido.
Y un día, a poco que se le pase el berrinche, podrá contarle a sus nietos que vio a la reina de Marfil temblando como un flan en el día de su coronación.
Y eso ni tiene precio, ni hay nadie que me lo quite.
Ni el señor Lobo.