Actualidad musical

La versión de Franz Liszt a dos pianos de la Novena Sinfonía de Beethoven

Mario Plaza

Es superfluo reseñar la importancia de la programación musical de la Universidad Popular. Desde el curso destinado al estudio a las Sinfonías de Brahms y Schumann, entre otros, hasta la programación de conciertos de una amplia variedad de géneros y estilos, que se combinan en el Auditorio Municipal, el Teatro Circo y la Casa de la Cultura José Saramago. Solo basta con comprobar, entrega a entrega, el boletín Cuatro Estaciones de Cultural Albacete. Habrá que comenzar a reconocer en la forma que se merece el enorme trabajo de Javier Hidalgo, que no sólo se limita a ofrecer a la ciudad una programación excepcional, sino a contagiarnos con su ilusión, con su vocación, con su sensibilidad, y con su forma de vivir, tan sencilla y tan entrañable, tan actica y tan pendiente de todos los detalles, en las actuaciones y en los conciertos, su pasión desbordante por la música y por toda la cultura. En conjunto un milagro sorprendente y maravilloso.

Recientemente, por ejemplo, se celebró un ciclo sobre versiones al piano de las sinfonías de Beethoven. La Primera y Tercera por Julián y Jesús Sánchez, la Quinta y la Sexta por Diego Catalán y Mario Mora, ambos conciertos en versiones de piano a cuatro manos; y la Novena, con la versión a dos pianos de Franz Liszt, por el Goya piano dúo, formado por Claudia D. Sevilla y Théodore Lambert. A propósito de este último concierto comentaré unos pocos detalles aunque sólo sea para oponer a la opinión tendencial de que se trataría de alguna simple actividad culturalista, sin apenas relación con el pálpito vivo de la vida, y de las inquietudes y los problemas, en la actualidad.

 

El primero es la dificultad, por la inusual inclusión del coro en una sinfonía, de adaptar a la versatilidad de la voz un instrumento de percusión como el piano de limitaciones tan reconocidas. En cuanto al timbre, Liszt se centra en reducir al piano la casi totalidad de las notas ejecutadas en la partitura de Beethoven. Esto lleva a una duplicación de ciertos momentos corales entre los dos pianos (uno encargado de la orquesta, el otro coral). Muy inteligentemente Liszt se encarga de adjudicar a cada uno de los pianos una instrumentación diferente a sabiendas de que cada intérprete producirá un color y una tímbrica distinta como la de dos personas con voces diferentes al hablar. Pero, a pesar del intento de esta diferenciación, el oído nunca disfrutará de este efecto al mismo nivel que en la interpretada en la versión orquestal. Esto puede crear la sensación de inexistencia en su totalidad de la melodía ya que en muchos momentos no llegamos a percibirla plenamente a causa de esta falta de contraste tímbrico.

En otro aspecto, ya estaba muy de moda en la época de Liszt la obsesión por la imitación de la voz cantada al piano y de los múltiples efectos que ésta puede ejecutar y que el piano es incapaz de reproducirlos. Existen numerosos tratados comentando la imitación de la voz por el piano, pero Liszt, a diferencia de Chopin, Brahms, etc., no forma parte de la misma corriente estética. Liszt pensaba que la 9ª sinfonía de Beethoven (sobre todo su final) había provocado una fuerte ruptura en la historia de la música, en la que Liszt quería inscribirse. Como consecuencia de esto, Liszt escribirá una música nueva y original, donde los códigos de la interpretación difieren fuertemente de los de sus contemporáneos citados precedentemente, bajo la notable influencia de la música de programa de Berlioz, para lo que Liszt emplea ciertas formulas pianísticas mas “lisztianas” que “beethovenianas” en su transcripción de la sinfonía, a fin de ligar su estética personal a pesar de que no deja de ser extremadamente fiel a la de Beethoven.

La emoción y la vivacidad que los intérpretes Sevilla y Lambert proporcionaron en el concierto fueron excepcionales. Apenas se podría contar con ellas, si uno estuviera mal acostumbrado en exceso a escuchar la Novena, por ejemplo, en la más que notable remasterización de 2002 del concierto en Lucerna, del 22 de agosto de 1954, dirigido por W. Furtwängler, o en otras versiones similares en cuanto a la calidad. Desde el principio sorprende el despliegue de sonoridad, de la materialidad palpable del sonido, su especificidad concreta en relación a otras experiencias musicales.

Respecto del contenido sugeriría que uno de los temas principales de Beethoven, siguiendo algunos textos de obligada referencia, un tema epocal señalado como esencial por W. Goethe y por F. Hölderlin, es el de la nobleza en la época de las revoluciones burguesas. Desde el poema de Hölderlin Einst hab ich die Muse gefragt (Pregunté un día a la musa), se supone que ya no hubiera nada santo preexistente a lo que se pudiera acudir (Th. W. Adorno, Teoría Estética), y la propuesta de Beethoven sería que el único refugio de lo noble estaría en el acierto y en la fuerza de la resistencia de la forma artística, que tan extraordinariamente se concretan en el Adagio del Cuarteto de cuerda nº 7 Opus 59.1 y en la Arietta de la Sonata nº 32 Opus 111, y de las que la Novena sinfonía es herencia y culminación.

 

Y si no hay ya nada noble preexistente, habría que conquistarlo en cada momento a través de la forma musical mediante la liberación de la instancia performadora del material cosificado, y de la orientación interiorizada por valores convencionales. A eso se aplicó extenuantemente F. Liszt en sus adaptaciones, y ese es el contenido que se han propuesto en cada concierto los integrantes del Goya piano dúo Claudia D. Sevilla y Théodore Lambert. El éxito de su loable empeño hay que comprobarlo en cada actuación.

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