El testimonio de María S. Galindo, periodista de 'Albacete Cuenta' en Reino Unido

«Yo no me voy de Manchester por un atentado»

  • La (in)seguridad es algo muy relativo
  • No podemos controlar la rama que se cae del árbol ni al hombre dispuesto a morir matando, ni la enfermedad, ni un mal volantazo en la carretera.

María S. Galindo

A las seis de la mañana ha sondado el despertador, como siempre. Lo primero que he hecho es coger el móvil de la mesita para ver la hora, como siempre, y entonces me he quedado paralizada de miedo porque he visto al menos veinte mensajes de familia y amigos desde España.

Lo primero que he pensado es que había pasado algo terrible en casa, como un atentado. Ha pasado en casa, sí, pero en la mía.

Apenas me ha dado tiempo a revisar la información en Internet cuando ya estaba cogiendo, como siempre, el bus de las 7.12. h. Puntual y con los habituales de siempre.

Nos hemos lanzado a coger el periódico gratuito que distribuyen en el transporte público de la ciudad que, por cierto, funciona bastante bien, pero a los editores no les dio tiempo a incluir la noticia a tiempo; así que, volvemos a concentrarnos en nuestros móviles.

Al llegar al centro de la ciudad los tranvías funcionaban normalmente. Hoy ha hecho sol y la biblioteca de St Peter Square lucía bonita. Ni había más presencia policial ni menos que otros días, ni controles , ni sirenas. Las cafeterías, como siempre, llenas con los desayunos de antes de entrar a trabajar. Eso sí, las caras más largas y el volumen de las conversaciones más bajo.

Ha sido un día triste.

En la empresa en la que trabajo hay varias decenas de españoles trabajando. A todos los ha despertado la familia esta mañana. Algunos se han encontrado calles cortadas en su camino a la oficina. Todos nos hemos pasado el día de hoy enganchados al WhatsApp.

A media mañana, para el ´lunch time´, nuestros supervisores nos han dado un aviso. La policía de Manchester nos pide que no salgamos del edificio bajo ningún concepto hasta nuevo aviso. Estaban desalojando el centro comercial Arndale donde han detenido a un sospechoso que al final parece que no tiene nada que ver con el atentado. Otro susto de muerte para un día raro.

Al final del día, volviendo a casa en el mismo autobús que cogí por la mañana, casi me sentía culpable por toda la atención recibida, por todas las llamadas y mensajes de quienes me quieren, por toda la preocupación generada a mi alrededor cuando yo me encuentro perfectamente y hay 22 familias hechas pedazos.

Ahora, que escribo tranquila desde casa, me pregunto qué es lo que me ha dado tanto miedo. Una amiga que trabaja para un medio de comunicación en Albacete me ha preguntado si consideraba que Manchester es una ciudad segura y si se me ha pasado por la cabeza el volver a España después del día de hoy.

Y entonces me he dado cuenta de que los momentos en los que no me he sentido segura en esta ciudad han sido cuando no tenía la seguridad de poder encontrar un trabajo con el que mantenerme, o cuando temía no ser capaz de acceder al servicio de salud si enfermaba , o la semana en la que las lluvias torrenciales se llevaron por delante la mitad de mi barrio.

La (in)seguridad es algo muy relativo. No podemos controlar la rama que se cae del árbol ni al hombre dispuesto a morir matando, ni la enfermedad, ni un mal volantazo en la carretera. Yo me siento igual de (in)segura esta tarde que ayer y quiero poder controlar los riesgos que puedan producirse a mi alrededor lo máximo posible. Quiero que los controles de seguridad traten de evitar violencia, daño y muerte.

El problema es que después de las últimas experiencias al respecto, vuelvo a tener miedo. Cada vez que se etiqueta una tragedia humana como «atentado terrorista» y se le añade la coletilla de «extremista islámico» o «Isis», la vida se hace un poco más difícil para algunos e imposible para muchos.

Si consideramos que la mayor amenaza a nuestra seguridad es este ´terror´ y que esa amenaza es tan excepcional que los límites de las medidas para controlarlo pueden ser también ‘excepcionales’ nos encontramos con que media docena de atentados en Estados Unidos y Europa han acabado con miles de muertos y millones de desplazados en Afganistán, Irak y en Siria. Nos encontramos con Guantánamo, con la legalización de la tortura, con que nos miden la temperatura del cuerpo y nos hacen escáneres de retina en los aeropuertos, con restricciones para poder viajar a la mitad del mundo, o para poder llevar una botella de agua en un bolso.

Los atentados terroristas dan mucho miedo. Las medidas que se toman amparadas en lo «excepcional» de la situación, amparándose en ese miedo, son terroríficas.

Y yo sigo pensando, ahora que estoy tranquila, escribiendo en casa, que en mi vida, las amenazas más peligrosas son la inseguridad en el trabajo, la falta de salud que puede llevar a esa misma falta de trabajo, o el sufrir un accidente de tráfico al cruzar la calle, que aquí no hay pasos de peatones. También pienso, de vez en cuando, que se nos acaba el agua y el oxígeno y que nos quedan pocos recursos. Y entonces, me siento culpable y triste, porque parece que les estoy faltando el respeto a 22 familias rotas con mis (in)seguridades mundanas.

Yo no me voy de Manchester por un atentado. El atentado hace que quiera quedarme y vivir esta ciudad más intensamente. Así que vuelvo a coger el bus de las 7.12 y, con suerte, al salir de trabajar no habrán evacuado nada y podré disfrutar de un buen paseo por el centro.

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