Y un pobre hombre reducido a los chismes de almohada ajena

La moción de Irene Montero

  • Irene Montero construyó un relato creíble y cargado de pasión en su intervención
  • Y, entonces, llegó Hernando. Rafael, el del PP
  • Entró el fulano haciendo cuña donde más duele, en la trampa fácil de las relaciones personales que ciegan a los pobres de espíritu y miserables por vocación

Jesús Perea

Quien me conoce, quien sigue lo que escribo, sabe que suelo ser muy crítico con Podemos. Que no les paso una. Que censuro su amor por la puesta en escena, su desmesura en la sobreactuación y el exceso de la retórica seminal basado en la idea de que, hasta su llegada, aquí no había nada más que un campo de rastrojo seco.

No me he caído del caballo como San Pablo, ni he sufrido por tanto una conversión súbita a la fe del Partido de Iglesias. Pero, he de reconocer que siendo la política como es, una ola que cabalgan los audaces, la moción de censura que se ha debatido y rechazado, en medio de este verano prematuro -que aprecio con envidia desde la distancia-, deja un poso más dulce que amargo en las huestes moradas.

En el desempeño de la misma, ha tenido mucho que ver el papel de Irene Montero, que construyó un relato creíble y cargado de pasión en su intervención. Tanto es así, que el propio Iglesias quedó ensombrecido por quien debía ser el telonero y terminó devorando el escenario. Algo así como lo que le pasó a los Red Hot Chili Peppers, cuando se les ocurrió llevar en la gira para abrir sus conciertos a Pearl Jam en 1991. Mala idea.

Andaba yo calibrando mis ideas para ofrecerle a usted, querido lector mi acostumbrada lectura crítica del ombliguismo ‘podemita’, de la acertada abstención táctica del nuevo PSOE que vive en la penumbra de esta extraña e inesperada transición de vuelta hacia un ‘sanchismo’, este sí, más autónomo y menos tutelado que el que recordábamos, y de la pose previsible del resto de actores de esta película coral cargada de lugares comunes.

Y, entonces, llegó Hernando. Rafael, el del PP. Y entró como suele, henchido de suficiencia, poderío y descaro. Con sonrisa burlona, flequillo a la diestra y mano encajada en el bolsillo. En el derecho, faltaría más. Emulando a Keanu Reeves en el papel de ‘Neo’, en Matrix. Cuando se sabe por fin el elegido, y se las apaña para repartir hostias a mansalva con la mano izquierda encogida en la espalda y sin jadear ni pestañear. Uno de esos machos que le cuentan al mundo con la chulería por bandera, que tiene el tumbao de los guapos al caminar, como Pedro Navajas en la canción de Ruben Blades.

Pasa, sin embargo, que Hernando habló en representación de un partido encausado por financiación ilegal. En defensa de un presidente que tendrá que comparecer, de aquí a mes y medio, como testigo por la financiación irregular de la organización que dirige desde trece años, y que tiene a todos sus tesoreros en ese periodo o en el trullo o bajo la amenaza. En defensa de un partido que, en algunas instituciones en las que gobernó, se lucró con los fondos destinados al tercer mundo, a la cooperación al desarrollo, o con «la mierda» -ese es su nombre, no se me escandalicen- que era tratada en las depuradoras de aguas residuales de Valencia. Y que servía para montar orgías y repartir prebendas entre abrazos de personajes de la farándula que se felicitaban las pascuas con habanos, Mont-Blanc y «te quiero un huevo».

Mientras el país expulsaba a becarios y científicos y se acostumbraba a salarios de miseria, el partido del hombre que hace esgrima parlamentaria con la mano en el bolsillo, nos acostumbró al desfile de presidentes autonómicos por Soto del Real. Y nos hundió en la miseria moral de los «casos aislados» que más parecían un mar de porquería y en el que no eras nadie si no tenías cuenta en Panamá, un capacho de lingotes en Suiza o fajos de billetes en el armario de Ikea del chalet de tu padre.

A Irene Montero, que brilló a pesar de su larga intervención, la esperaba Hernando, Rafael, con el estilete que acostumbra a lucir cualquier «Macho Alfa» cuando levanta la barbilla para dirigirse al inferior, se atusa el flequillo caído a la diestra y da vuelo al traje que lucen con estilo los elegidos que vinieron al mundo con corbata en lugar de sonajero, como ascetas de la prestancia de un dandy del barrio de Salamanca.

Y entró el fulano haciendo cuña donde más duele, en la trampa fácil de las relaciones personales que ciegan a los pobres de espíritu y miserables por vocación.

Veinte palabras le bastaron a Hernando para sintetizar los males de España con la confesión involuntaria de un pobre hombre reducido a la insidia tabernaria y los chismes de almohada ajena.

Así fue como el cancerbero de Rajoy ladró en mitad del Hemiciclo en el día en que Iglesias se postuló como presidente y perdió, como estaba previsto.

Lo hizo con la abstención socialista, bien argumentada por Ábalos, en una intervención cargada de sentido común y reproches de buen tono al bajo vientre de quien hace un año pudo y no quiso parar a todos los Rafael Hernando que pululan por el Reino y que ponen rostro a la bajeza moral de una época grosera como la que nos ha tocado vivir. Habrá que esperar, con todo a que el tiempo asiente el suelo todavía horadado de cráteres que atestiguan la dureza de la refriega socialista.

Será el tiempo el que bendiga o absuelva la estrategia de una moción formalmente mal planteada, concebida con segundas intenciones, frente al PSOE que todo el mundo esperaba -el de Susana Díaz- y que quedó diluida cuando, como bien decía el argumentario podemita «Éramos pocos y llegó Sánchez».

Tengo para mí que la jugada de Iglesias era arriesgada. Mucho más de lo que pueda parecer. Y si ha salido airoso del trance es, entre otras razones, por la inesperada fortaleza de su portavoz parlamentaria.

Una mujer atrapada en un gesto de rabia frente a la coz de los infames a quien puso voz, soberbia y chanza sin gracia un pobre hombre; un diputado llamado Rafael Hernando.

El hombre más pequeño del mundo.

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