Lo que la crítica puede mostrar sobre una obra de arte es la capacidad virtual de formular su contenido como problema filosófico. Pero se desentiende ante su formulación por respeto a la obra y a la filosofía. (W. Benjamin. Dos estudios sobre Goethe. Gedisa Barcelona. 1996. Pág. 128).
La segunda edición del Curso y Festival Internacional de Música Villa de Almonacid del Marquesado, del 18 al 22 de agosto, con las dos jornadas hasta hoy realizadas, se está convirtiendo en un verdadero e insólito acontecimiento. Sólo hay que considerar la calidad de los músicos que intervienen, el programa de obras musicales y la variedad y el interés de los entornos en los que se desarrolla. Por indicar algún aspecto a corregir, tal vez se debería intentar programar en futuras convocatorias una mayor presencia de mujeres, de las que en el cuadro principal solo figura Eriko Takezawa.
Por hacer un simple comentario de asistente desconocedor, trataré de consignar mis impresiones del concierto de este sábado 19 de agosto, en la iglesia del Monasterio de Uclés.
De la calidad y del presente y del futuro profesional y artístico de Santiago Juan, de Eduardo González, de Julián Sánchez y de Mario Mora dan sobrada cuenta sus perfiles personales y la ingente actividad que cada uno desarrolla. Y la elección del programa me parece muy acertada porque combina una obra del periodo temprano de Beethoven, el Trío en si bemol mayor op. 11, de 1798, con la Sonata en si menor s. 178 de Liszt, compuesta entre 1852 y 1853.
En efecto, la primera obra parece contener un pequeño programa del desarrollo posterior de la música de Beethoven. Un esquema en tres tiempos. Un Allegro con presentación secuenciada de los temas y sus variaciones. Un Adagio central intenso, como prefigurando el tercer movimiento del Cuarteto de cuerda nº 7 op. 59.1, y la Arietta de la Sonata nº 32, op. 111. Y un Allegretto con nueve variaciones que anticipan ese característico retorno evocador de los temas que organiza la secuencialidad, el tiempo, y ello bajo el lema “Pria ch’io, l´impegno”, que algunos estudiosos de la obra de Beethoven destacarían como enunciación de la actitud compositiva general del autor que culminaría en la Novena Sinfonía op. 125 y en la Missa Solemmnis op. 123 escritas casi simultáneamente cuatro años antes de su fallecimiento.
En la obra de F. Liszt, estudioso como pocos de la obra de Beethoven, parece resonar ese mismo tema, esas mismas preocupaciones. La afirmación de la interioridad burguesa en tensión siempre presente, pero de intenso dinamismo, con la objetividad del mundo, con el trabajo. Pero lo que en el antecedente se podía resolver todavía en la proclamación de la hermandad universal de la humanidad y en la armonización de lo heterónomo, en la Misa Solemne, ahora ya no es posible tras el ciclo revolucionario de 1848. Liszt con extremado rigor compositivo plantea ese enfrentamiento en toda la obra entre una parte intimista, melodiosa, pausada, pulcra, y otra parte arrolladora, vigorosa, irresistible, llena de sonoridad, que representaría el devenir de la materialidad, de la objetividad abigarrada, de la historia. El desarrollo de la composición aboca, en contra de Beethoven, a la solución intimista en la que concluye con notable pudor y acusado recogimiento. Tal vez el empuje inicial de la burguesía ya habría decaído en aquellas fechas.
En cuanto a la interpretación de Mario Mora debo decir que la viví de una forma muy intensa. Percibí la entrega total del intérprete al objeto musical, y en ella la invitación al oyente a esa misma actitud: entregarse al objeto sin reservas.
Lo que engendra el contenido objetivo de la experiencia individual no es el método de la generalización comparativa sino la remoción de lo que impide a esa experiencia, en cuanto no plena, entregarse al objeto sin reservas y, como dice Hegel, con la libertad que distiende al sujeto cognoscente hasta que se pierde en el objeto. (Th. W. Adorno. Consignas. Amorrortu. Buenos Aires. 2003. Pág. 153).
En conclusión, una experiencia memorable que no se puede resumir en una mera reseña precipitada. Un ejemplo cautivador de verdadero desarrollo rural.