Imaginemos que, de forma parecida a como el 15 de junio de 2011 se produjo el bloqueo del Parlament de Cataluña para evitar los recortes sociales que se anunciaban, se juntaran quinientos ciudadanos, cinco mil, o cincuenta mil, para impedir la próxima sesión parlamentaria en la que se piensa que se proclamará la Declaración Unilateral de Independencia de Cataluña.
Se trata de imaginar una situación lo más parecida posible a la que se produjo en algunos locales de votación el pasado 1 de octubre. Situación a la que corresponde las siguientes fotografías. La pregunta es, ¿qué podría pasar?
Por parte de los convocantes, a ese imaginario evento de rodear pacíficamente el Parlament, se ha pedido a los participantes que se eviten toda clase de respuestas a las provocaciones que se esperan de los cuerpos de represión; su manifestación es absolutamente pacífica, y así tiene que también que parecerlo, cueste lo que cueste, en las imágenes que luego se puedan difundir. Se pide que se lleven banderas, pero que se eviten las preconstitucionales, por las connotaciones que les están asociadas, aunque los convocantes saben que esto no se puede conseguir completamente. Sobre todo, que los manifestantes estén convencidos de que ellos son buena gente, la millor, que es su obligación moral lo que están haciendo, o vayan a hacer, y que ese es su estricto y razonable derecho.
Tal vez entonces, en esos supuestos, el President disolvería el Parlament, o sin ser tan drásticos, se decidiría celebrar la sesión parlamentaria en otro local, por ejemplo. Ambas cosas son impensables por razones evidentes, la segunda incluso tiene antecedentes ilustres, como El Juramento del Juego de Pelota (en francés: Serment du Jeu de Paume),(también llamado el Juramento del Frontón), que fue un compromiso de unión presentado el 20 de junio de 1789 entre los 578 diputados del Tercer Estado (o Estado Llano) para no separarse hasta dotar a Francia de una Constitución … y que fue considerado como el nacimiento de la Revolución francesa. Pero no sería estéticamente conveniente la proclamación de la DUI en la sala de prensa de las instalaciones del FC Barcelona, o del Estadio Olímpico de Montjuit. Aunque esta última posibilidad tendría también su significado, al estar dedicado este estadio a la memoria de Lluís Companys.
Lo más seguro que pasara sería lo que ocurrió el día de l’Aturament del Parlament. Los cuerpos de seguridad invitarían pacíficamente a los manifestantes a deponer su actitud, no de disolver su razonable manifestación, sino de impedir el normal funcionamiento de una institución representativa de la voluntad popular. Tras una o varias horas de invitación infructuosa se comenzaría, pacientemente, a desplazar uno a uno a los manifestantes, para procurar hacer efectivo un pasillo practicable por el que los parlamentarios puedan acceder al edificio. Claro que al cabo de algún tiempo de retirar del pasillo, costosamente, a algún ciudadano, muchos de estos volverían otra vez, en el uso de sus derechos, a ponerse en la zona que se estaba intentando despejar. Tarde o temprano, aparecerían los empujones, las broncas, luego los golpes, alguna torcedura de tobillo o muñeca en la caída, etc. Bueno, lo que se ha visto en otras ocasiones. ¿Sería ahora la Policía Nacional la que observaría a alguna distancia la situación comprometida por la que pudieran pasar los Mossos d’esquadra?
¿Y las interpretaciones? Aquellos que consideraron lo ocurrido el 1 de octubre por parte de los manifestantes como cívico, digno y ejemplar, y abyecto y absolutamente condenable el comportamiento de los cuerpos policiales represivos, considerarán ahora intolerable el comportamiento de los ciudadanos, faltos de cualquier sentido de la dignidad y miserables, en el caso de rodear el Parlament, y proporcionado cualquier comportamiento de los cuerpos de seguridad, que se limitarían estrictamente a cumplir su función de mantener y defender el normal desempeño de las instituciones.
Y recíprocamente, claro. Los que ahora verían como encomiable, dignísimo y heroico, tratar de impedir, cívicamente, la proclamación de la DUI, y sanguinaria cualquier tipo de intervención policial, entendieron el 1 de octubre que las fuerzas de seguridad defendieron, de manera proporcionada, simplemente la ejecución de las disposiciones judiciales que les fueron encomendadas. Así estamos, parece que así es y así será, si no se pone cordura.
Recuerdo que una vez contaba Antonio Elorza, que estaba cenando en casa de unos amigos, cuando se presentó el hijo de dieciséis años de la familia, con moratones y algo de sangre en la cabeza, diciendo:
─ ¡Pegaban a los niños, pegaban a los niños!
Lo que le fue al momento polémicamente presentado como ejemplo intolerable de la violencia de los cuerpos represivos contra el mundo abertzale.
─ Y, ¿qué estábais haciendo los niños?
Preguntó Elorza al hijo de sus amigos, un armario de 180 cm y 90 kilos de peso.
─ Nada. Habíamos parado un autobús, lo desalojamos y lo estábamos quemando.
La violencia debe ser evitada, en abstracto y desde fuera. Pero si yo hubiera participado en los acontecimientos a los que me he referido, como he participado en otros, iría preparado por si se escapa algún golpe, que evidentemente, intentaría devolver. Pero creo que no me permitiría a mí mismo quejarme como un blandengue, como una ‘mariaelena’. Cuando se defiende un desahucio o una ocupación se sabe a lo que se va, a lo que uno se arriesga. Y el quejarse amargamente después, de lo que pueda haber ocurrido, es una gesticulación falsa e indigna, un intento burdo de manipulación.