Hace unos años, siendo tan joven como para creer en hadas
unicornios,
y el amor verdadero
tomé un tren que conducía a la frontera
atravesando media España
por estaciones enladrilladas, de café recio y tortilla gruesa.
Buscaba la frontera
porque según los libros de hadas, unicornios y amor verdadero
la frontera era el lugar ideal
para tipos como yo.
Adormilado entre libros de texto
con la música drogando el resto de mis sentidos
el tren giró en Tarragona, una estación de fantasía
a la orilla del mar.
El tren giró de manera incomprensible
se internó en el mar
mientras algunos viajeros
murmuraban:
¡Cómo está España!
Dejé el libro en el asiento de al lado
y bajé el volumen de la música
por si mis sentidos apreciaban mejor
el sonido del mar,
por si eran capaces
de entender la situación.
Pero solo era un tren que se adentraba en el mar.
Guardé música y libro en la mochila,
saqué mi libreta de notas:
Quizás una sirena, quizás una estrella de mar, quizás el Nautilus,
fui anotando para no olvidarme.