Dale a un mono un hacha y, verás…
-le dijo el hombre a la mujer, antes de mostrarle unas palabras,
unas fotos, de un día cualquiera de sol de invierno-.
Dale a un mono
una máquina de escribir
y encontrarás la belleza —respondió ella,
tratando de decir sin decir,
explicando la conexión entre las manos ágiles y
los altavoces
más ágiles aún.
Dale a una persona
alimento
y será capaz
de organizar el mundo a su alrededor, debatían.
En un día cualquiera
de sol y aceras limpias
impolutas de bolsas de plástico,
de chicles
ni colillas.
Impolutas de humo ni radiación.
En un día cualquiera
de abrazos, perdones, sonrisas
y un mundo brillante
por donde caminaban ella y él
hablando bajito,
no los fueran a oír.