La importancia de salir a la calle seguras

El largo camino a casa

Albacete Cuenta

Más de una década, – casi dos- llevo haciendo el recorrido hasta mi casa. Siempre he dicho que las ciudades, al igual que quienes las habitan tienen personalidad. De todas aprendemos, junto a todas crecemos. Como las personas, las ciudades, con sus luces y sus sombras.

Creo que las sombras de mi ciudad se parecen a las de muchas. Por la noche no la conocemos -ni ella a nosotras tampoco-

Más de una década -casi dos- recorriendo el camino a mi casa: calles que brotan desde las fachadas más céntricas hasta la desembocadura del barrio, mi barrio. El barrio por el que correteaba de pequeña ajena a todo, sin saber aún que por las noches era territorio hostil.

Más de una década, -casi dos- y no sé que distancia hay entre el centro del pueblo a mí casa. Lo medimos en tiempo. De día 20 minutos, de noche 10.

Sales con tus amigas y amigos, te lo pasas bien. Has estado hablando toda la noche con ellas y con ellos, recordando lo que fuimos, nuestros viajes, nuestras caídas, nuestras risas, lo mucho que hemos cambiado y lo que han cambiado también nuestras resacas.
A pesar de todo, hay una cosa que no cambia: el miedo de volver sola a casa.

Te despides: – ¿por dónde vas a ir?
– por la Calle San Clemente.
– bueno, no me pilla de paso pero vamos juntas.
Ahora sí, te vuelves a despedir. Le das un beso. – Dime algo cuando llegues.-
El camino ahora te toca sola.

Me gustaría poder ponerme los auriculares y escuchar a todo volumen la canción de Paloma Negra de «la Vargas», mujer libre y valiente. No. Sin cascos, solo quiero escuchar si hay pasos que no sean solo los míos.

Son los primeros metros y finjo una valentía que no debería tener. Paso con paso, sombra con sombra, pisas las mismas baldosas, aunque te parecen más largas. Me gustaría también ir por la acera, como se debe hacer, pero preferimos no hacerlo para que las esquinas no nos sorprendan.

Quisiera recordar las risas que acabo de tener con mis amigas esta misma noche. Me paro, busco el paquete arrugado de Nobel en el bolso -mierda, ¡no tengo fuego! Quisiera pararme y agotar las ansias de nicotina trasnochada, pero quiero llegar a casa.

Más de una década -casi dos- queriéndome acordar de todas esas tonterías que acabamos de decir esta noche y más de una década -casi dos- en las que solo recordaba los nombres de Toñi, de Miriam, de Desiré, el de Diana, el de Rocío, el de Sonia, el de Nagore. Acordándome de la chica de Pozoblanco y la de Pamplona.

Más de una década -casi dos- preguntándome porqué solo una mitad del mundo se aterra de camino a casa.

Hasta con los dientes llenos de rabia escarbaríamos la tierra que os guarda y os regresaríamos para contaros que nos queda aliento todavía, aunque nos duela. Compañeras del alma, compañeras.

Ofendeos si queréis cuando os metan a todos en el mismo saco, que ya nos preocuparemos nosotras de que nosotras no caigamos en la misma tumba.

Hablad de la cadena perpetua si queréis, que ya nos ocuparemos nosotras de que por cada machista encerrado no eduquemos a otros diez más.

Llamadnos mentirosas si, queréis escudándoos en el irrisorio porcentaje de denuncias falsas, que yo me preocuparé de aquellas que no tuvieron tiempo a denunciar, porque están muertas.

Y temblad de rabia y de indignación por la injusticia, que nosotras ya sabemos de eso. Enfadaos pero no con nosotras, sino con aquellos de vuestro género que no os representan.

Y ojalá que el mensaje que mandemos a nuestra amiga al llegar, sea un mensaje definitivo y para todas, diciendo que ya hemos llegado donde teníamos que llegar y que ya estamos a salvo de todo.

Ni un paso atrás.

V.Blanco

feminismo, machismo