No sé si existirá algún otro país en el mundo donde los liberales se avergüencen de sus héroes liberales o de su simbología liberal; en España sí. El himno de Riego, paradigmático símbolo del liberalismo español, y la II República, culminación de la España liberal nacida en 1808 al calor de la invasión francesa, son vilipendiados y rechazados por los que en este siglo dicen ser liberales en España.
Después de 40 años de democracia e integración en Europa los españoles debiéramos acordar que el año 1936 fue la fecha más decisiva de nuestra Historia, ya que finalizó con una etapa histórica para volver a otra que jamás hubiésemos pensado, a saber: la muerte de la España liberal y el resurgir de la España absolutista y melancólica.
Mucha gente acude al año 1898 como el año del desastre total y una fecha clave en nuestra historia, y si bien es cierto que así fue, no es menos cierto que las consecuencias inmediatas tras el 1898 no fueron muy abruptas en el sistema político español. Las consecuencias se verían más a largo plazo. Sin embargo, tras el año 1936 en España se aniquilaron las libertades, se aplastó al movimiento obrero, se trituró la cultura y se destrozó la economía como no se había visto desde principios del siglo XIX.
Pero, ¿hubiese habido 1936 sin 1898? Como dijimos más arriba, la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas tuvo unas consecuencias a largo plazo devastadoras: el ejército, humillado y destrozado, se divorció de la sociedad civil; el sistema político en general fue señalado como uno de los grandes culpables; y para la industria catalana y vasca la pérdida de las últimas colonias supuso un duro golpe, que unido a la difícil tarea de identificarse con un Estado derrotado, hizo crecer, de forma paulatina, el nacionalismo periférico. De todos es sabido que uno de los factores de nuestra última Guerra Civil fue, entre otros, este nacionalismo periférico y la sacrosanta unidad de España.
A todo ello hay que añadir la confrontación del Ejército con la sociedad civil, clave en el levantamiento de 1936 y que tiene parte de su ligazón con la humillación en 1898, y la posterior obsesión del ejército con recuperar el prestigio perdido en la guerra colonial en Marruecos. El final ya lo sabemos, nuevo fracaso de un ejército que había sido humillado por partida doble. La fractura con la sociedad civil era total antes de 1936.
Fue la pérdida de los últimos restos del mayor imperio que ha conocido el mundo un acicate para el crecimiento de los nacionalismos en España. Pero tampoco cabe olvidar que España nace antes como Estado que como nación. Es más, España es antes un imperio que una nación, lo que hace difícil encontrar una definición de lo español. Es la administración de distintos territorios bajo una misma corona la que hace a los españoles identificarse con pautas que después florecen como sentimiento nacional, una Administración que haría que determinados territorios se impusieran a otros, lo que haría chocar con el sentimiento identitario que algunos pueblos tenían en la Península.
En la búsqueda de lo español creo que el nacionalismo periférico y la constante intriga sobre lo que somos prevalece. El cuadro Duelo a garrotazos de Goya, o la pareja Don Quijote–Sancho Panza donde lo que les mantiene unidos es precisamente todo lo que les diferencia, son una buena muestra de que España encuentra su armonía en lo inarmónico.